Conocer la Palabra de Dios de manera apropiada, para recibir la revelación de Cristo

Conocer la Palabra de Dios

Debemos conocer la Palabra de Dios. Ésta puede quedar escondida o cerrada cuando nuestra experiencia de Dios es pobre o cuando recibimos la Palabra de manera inadecuada, usando únicamente nuestra mente natural, como cuando leemos un libro común, en lugar de ejercitar nuestro espíritu. Por otro lado está la cuestión técnica de las palabras, su origen y el contexto. Por último podríamos mencionar nuestro entorno. Esto lo podemos ejemplificar mediante la siguiente pregunta: “¿Cuánta revelación de la Verdad -no cuántos datos en la mente-, cuánto conocimiento de los idiomas generales y qué nivel de practicalidad apropiada tienen los creyentes a nuestro alrededor, y aquellos a los que tenemos acceso?

Estudiar la Biblia

El primer elemento para estudiar la Biblia con provecho sigue siendo que seamos las personas apropiadas. Además debemos contar con traducciones fiables, una visión espiritual, exposiciones sólidas y una práctica genuina. En este sentido el Señor se ha estado moviendo, especialmente en los últimos siglos. Muchos queridos santos, siguiendo la dirección divina, han estudiado la Biblia, la han traducido, anotado y expuesto el texto para nuestro beneficio y satisfacción de Dios en el cumplimiento de Su propósito. Necesitamos recibir la Palabra de Dios, siempre en los términos establecidos por el Autor, manteniendo el énfasis en Su énfasis, teniendo un entendimiento espiritual según Su entendimiento, para experimentarlo y para alcanzar Su meta. Nuestro discernimiento -debemos tenerlo- sólo debe conducirnos al Autor mismo, experimentarlo a Él en el curso de nuestra lectura y estudio. Debemos alejarnos de las interpretaciones privadas (2P 1:20).

A partir de nuestra lectura de la Palabra

Cuando leemos la Biblia no es admisible que produzcamos una versión personal. Tampoco debemos crear una tradición, sobre la base de aquello que Dios nos ha mostrado. En ese caso nos detendremos y estorbaremos a Dios en Su avance. Debemos conocer el texto y lo que está en Su esencia, al tener comunión con el Autor, sin caer en el peligro de creer que hemos llegado ya a la meta. 

Una advertencia

Sabemos que hoy no está de moda interpretar un texto en concordancia con el interés del autor. Esto lo digo en general, aunque también con relación a la Biblia. La cultura dominante hoy entiende que la conclusión propia de cada lector es lo importante y que la intención del autor es de valor secundario, ya que ésta está “atrapada» a menudo en un contexto cultura diferente de aquel en que se encuentra el lector actual.

Hemos de preguntar al Señor siempre: “¿Qué estás diciendo aquí? ¿Qué significa esto? ¿Cual es Tu propósito aquí?” Nunca la pregunta debe ser: “¿Qué significa esto para mi? ¿Según yo mismo -u otra persona-, qué significa este pasaje? ¿Cuál es el significado particular de esta porción para mí?” Este subjetividad conduce al relativismo. Entonces Dios queda fuera, la Palabra queda vacía y se convierte automáticamente en un asunto personal. Este no es el camino de Dios.

Todavía

Nosotros los cristianos todavía tenemos el mandamiento, la obligación y la necesidad de conocer la Palabra de Dios. ¿Cómo? Conociendo al Autor, Quien es el Origen del texto (2Ti 3:16). Dios mismo es la Palabra (Jn 1:1). Su Palabra es Espíritu y es vida (Jn 6:63). Debemos acercarnos a la Palabra de manera apropiada, en la comunión apropiada (1Jn 1:2-3; Hch 2:41-42; 2Co 3:14), con oración (Ef 6:17-18) para recibir la luz de Dios (1Jn 1:5-7) sin la cual estaremos en tinieblas, la limpieza y purificación necesarias de la sangre del Señor (1Jn 1:7), permaneciendo en el Señor (Jn 15:5) para llevar fruto y ser contados como discípulos del Señor (Jn 15:8). La Biblia es un libro único en vario sentidos. Es Espíritu y es vida, es la leche espiritual (1P 2:2), es nuestro pan de vida (Mt 4:4), nuestro alimento para comer (Jer 15:16) y es Dios mismo (Jn 1:1, 14).

Además, nuestra fe cristiana está contenida en ella. Aquí nos referimos no al acto de creer, sino al conjunto de las verdades fundamentales que recibimos y sobre las que nos sostenemos, la fe objetiva. Este es el contenido de la economía de Dios (La administración de Su Casa -Su familia-, Su dispensación), que también es el contenido del evangelio completo de Dios. Esta fe se menciona en 1 Timoteo 1:4, 19; 2:7; 3:9, 13; 4:1, 6; 5:8; 6:10, 12, 21, en 2 Timoteo 3:8; 4:7 y en Tito 1:1, 4, 13.

Nuestra experiencia espiritual adquiere forma, dirección y fundamento en las Escrituras, y aún nuestra comunión se hace real en ellas, no basta que sea entre nosotros hoy y con Dios, sino que además debe ser con los apóstoles (1Jn 1:3; Hch 2:41-42). Por ello es importante que tengamos una relación con la Palabra que sea apropiada.

A Timoteo -a nosotros

En 1Ti 4:6-9 el apóstol Pablo le dice a Timoteo que su desempeño y aprobación como ministro de Cristo Jesús depende de que exponga “estas cosas”, descritas como palabra fiel y digna, como resultado directo de estar nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que él siguió con fidelidad, desechando los mitos y ejercitándose para la piedad. Trazar bien la palabra de verdad.

En 2Ti 2:15, el apóstol Pablo usa el término “trazar”. Éste está relacionado con la habilidad proveniente de la práctica de la verdad, el conocimiento fiel de las enseñanzas, al estar nutrido con ellas y el don recibido. ¡Hemos de comer Su Palabra!

¡Hemos de ejercitarnos para la piedad!

Todos tenemos que presentar la verdad aprendida de una manera diestra, exacta y fiel. Esto excluye los generalismos excesivos. También deja fuera el hacerlo por nosotros mismos, usando sólo ideas y conocimientos, sin estar alimentados y constituidos con la Palabra de verdad. Necesitamos presentar la verdad a la manera de ministrar el Cristo que hemos experimentado, y del cual hemos sido llenos, siguiendo Su dirección. Si esto descuidamos seremos ligeros y superficiales. No estaremos expresando a nosotros mismos. ¡Cuánto necesitamos trasmitir la verdad a la manera de revelación, ministrando a Cristo para alimentar a otros con el Pan adecuado, según el énfasis apostólico y divino para alcanzar la meta de la economía de Dios.

 Ser como Dios, expresar a Dios. La vida cristiana debe ser una vida que exprese a Dios y que tenga la semejanza de Dios en todas las cosas (Ti 2:10; 3:16; 4:7, 8; 5:4; 6:3, 5, 6, 11; 2 Ti 3:5, 12; Tit 1:1; 2:12).

El Señor es el Espíritu para llevar a cabo Su propósito

El Espíritu Santo soplado por el Señor en los discípulos

«Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). El Señor resucitó y sopló en los discípulos el Espíritu Santo. Los discípulos recibieron el Espíritu, que es el Espíritu de realidad (14:16-17) en ellos. Esta preposición “en” viene del griego eis, que indica que el Espíritu que recibieron y ellos están en una unión orgánica.

El Espíritu es el Consolador

Por otro lado, este Espíritu dado a los discípulos por el Señor es el Consolador prometido por Él, y es Cristo mismo (14:16; 2Co 3:17). Para poder enviar el Consolador (16:7), el Señor debía resucitar e ir al Padre (16:5). Dicho de otro modo, hasta que el Señor no resucitara y fuera al Padre no llegaría a ser el Espíritu de realidad, el otro (4:16) Consolador, para morar en nosotros los creyentes.

El Espíritu aún no existía?

De acuerdo a 7:39, el Espíritu aún no existía antes de la resurrección [glorificación] de Jesús. ¿A qué se refiere este versículo y cómo puede hacer una declaración semejante? Este Espíritu (Jn 14:16-17; 20:22; Ro 8:9; Fil 1:19) no es el Espíritu que vemos en Génesis. Sabemos que el Espíritu existía desde el comienzo (Gn 1:1-2), pero antes de la resurrección todavía no existía como el Espíritu de Cristo (Ro 8:9), ni como Espíritu de Jesucristo (Fil 1:19). Sólo después de Su glorificación, que es la resurrección (Lc 24:26), es que llegó a existir. ¿De qué modo?

Cuando el Señor resucitó, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado. Estos elementos o aspectos no estaban presentes en el Espíritu de Dios, pero sí ahora en el Espíritu de Cristo. El Espíritu de Dios sólo tenía el elemento divino, por lo que la realidad del Espíritu de Dios no podía ser transmitida o impartida al hombre. El hombre no podía acceder a ella ni participar en ella. En resurrección, estos elementos fueron introducidos en la divinidad, en Cristo y mediante Cristo. Este fue el Espíritu “nuevo” soplado en los discípulos.

Después de llegar a ser el Espíritu de Jesucristo, mediante la encarnación, la crucifixión y la resurrección, el Espíritu tenía tanto el elemento divino como el elemento humano, con toda la esencia y la realidad de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo. Por lo tanto, ahora Él es el Espíritu todo inclusivo de Jesucristo como el agua viva para que nosotros le recibamos (7:38-39). El Señor, como el postrer Adán en la carne, llegó a ser, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), por medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del Padre, asimismo el Espíritu es la realidad de Él.

Esto es maravilloso. Nunca me canso de repasar y disfrutar este asunto. Cuando regreso a la Palabra, siempre veo algo nuevo. Esto, sin embargo, no es teología, es la revelación de la Palabra pura de la Biblia, que recibimos y experimentamos. Si vamos a nuestro espíritu, allí tenemos comunión con Cristo como el Espíritu. Esto es muy práctico. Tenemos acceso a todos los aspectos de Cristo y todas las riquezas de Dios, en Cristo, porque Él resucitó, fue al Padre, y nos sopló el Espíritu como la vida, para nuestro vivir. Es por ello que podemos vivir a Cristo y disfrutar a Cristo. ¿No es esto maravilloso? ¡Aleluya, amén! El Señor es el Espíritu; el Señor como Espíritu está en nosotros (Ro 8:16) y donde está el Espíritu del Señor ¡Allí hay libertad! ¡Oh, Señor, Te amo! El Señor como Espíritu en nuestro espíritu nos libera de la letra de la ley, lo cual equivale a estar bajo el velo (Gá. 2:4; 5:1). 

Gracias, Señor, que eres nuestro libertador y eres nuestra libertad perfecta. Gracias que en Ti ya no estamos tras el velo. Gracias que has traspasado el velo y nosotros contigo y en Ti. Gracias que la letra ya no es nuestra prisión. Nos has liberado de la ley. Señor, Te amamos, Te recibimos, Te disfrutamos. Eres tan dulce y maravilloso. No hay nada ni nadie como Tú, Señor.

¡El Señor es el espíritu! Él, como el Espíritu:

  • Es recibido por nosotros los creyentes y fluye de nosotros como ríos de agua de vida (7:38-39).
  • Volvió a los creyentes, mediante Su muerte y resurrección, entró en ellos como su Consolador, comenzó a morar en ellos, y mora hoy en nosotros (14:16-17).
  • Puede vivir en nosotros y nos hace aptos para vivir por Él y con Él (14:19).
  • Puede permanecer en nosotros y hacer que nosotros permanezcamos en Él (14:20; 15:4-5).
  • Puede venir con el Padre a los que Le amamos y hacer morada con nosotros (14:23).
  • Puede hacer que todo lo que Él es y todo lo que Él tiene sea completamente real para nosotros (16:13-16).
  • Vino para reunirse con nosotros Sus hermanos, la iglesia, a fin de anunciarnos el nombre el Padre y alabar al Padre en medio de nosotros (He 2:11-12).
  • Puede enviarnos a cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para nosotros, del mismo modo que el Padre lo envió a Él (Jn 7:21), representándolo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (Jn 20:23).

Para llevar a cabo el propósito de Dios

El era el Verbo eterno; luego, por medio de la encarnación El se hizo carne para realizar la obra redentora de Dios, y por medio de Su muerte y resurrección llegó a ser el Espíritu para ser el todo y hacerlo todo para completar el edificio de Dios. El Según el evangelio de Juan el Señor es:

  1. Dios (1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11; 20:28);
  2. La vida (1:4; 10:10; 11:25; 14:6);
  3. La resurrección (11:25).

Los caps. 1—17 demuestran que El es Dios entre los hombres. Los hombres se ven en contraste con Él como Dios. Los caps. 18 — 19 comprueban que El es la vida en medio de la muerte. La muerte, o el entorno de muerte, contrasta con El como vida. Los caps. 20 — 21 demuestran que El es la resurrección en medio de la vieja creación, la vida natural. La vieja creación, la vida natural, contrasta con El como resurrección, cuya realidad es el Espíritu. Puesto que El es la resurrección, solamente es hecho real para nosotros en el Espíritu. Por lo tanto, finalmente, El es el Espíritu en resurrección. El es Dios entre los hombres (caps. 1—17), El es la vida en medio de la muerte (caps. 18 —19), y El es el Espíritu en resurrección (caps. 20 — 21). 

El Señor era el Verbo, y el Verbo es el Dios eterno (1:1). Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito eterno de Dios:

  1. Se encarnó para llegar a ser un hombre (1:14), que fuera el Cordero de Dios para redimirnos (1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (1:18), y para manifestarles el Padre a Sus creyentes (14:9-11).
  2. Murió y resucitó para ser transfigurado en el Espíritu, para poder impartirse en Sus creyentes como vida y como el todo de ellos, y así producir muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos, para la edificación de Su Cuerpo, la iglesia, la morada de Dios, a fin de de expresar al Dios Triuno por la eternidad.

Mediante la encarnación tenemos lo siguiente: Hombre – Cordero de Dios – Revelar Dios al hombre – Manifestar el Padre a los creyentes.

Mediante la muerte y resurrección tenemos lo siguiente: Transfigurado – Para impartirse en los creyentes – Es vida y es todo – Producir hijos de Dios, Sus hermanos – Edificar Su Cuerpo – Que es la iglesia – Que es la morada de Dios – Para expresar de manera consumada y final a Dios.

Si nosotros prestamos atención a esto. Si sólo vamos a la Palabra con mucha oración, con un espíritu pobre e invertimos allí suficiente tiempo frente a Dios, en estrecha comunión con Él, dejando fuera nuestros conceptos y opiniones, rechazando cualquier cosa que creamos saber de antemano, abandonando cualquier credencial que creamos tener, sin tener en cuenta nuestra edad o el tiempo en el Señor, y aún desechando nuestras preferencias, solamente para abrirnos a Dios y recibir así Su Palabra, alguna luz divina habrá; algo veremos.

Esto no es nada tradicional, es simplemente la Palabra de Dios abierta a nosotros si nosotros estamos abiertos a Dios, vacíos ante Él para que Él pueda llenarnos consigo mismo y continuar con Su transformación de nosotros, que incluye la santificación y la renovación. Necesitamos pasar tiempo con el Señor, sólo para disfrutarlo, recibirlo, experimentarlo y conocerlo en oración. Esto es maravilloso y fresco.

¡Aleluya, el Dios eterno, en la eternidad pasada era el Verbo, y Él se hizo hombre para ser el Cordero de Dios entregado por nosotros, para que Dios pudiera ser revelado al hombre y conociéramos al Padre que nos engendró! ¡Qué declaración tan profunda! ¡Este hombre, Jesús, murió sin pecado y resucitó para llegar a ser el Espíritu, para ser impartido en nosotros al creer y regenerarnos con el elemento de Dios, para producir la iglesia, donde mora Dios con nosotros, que expresa a Dios mismo!

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  • Estudio-vida de Juan
  • Estudio-vida de Romanos
  • El Espíritu con nuestro espíritu
  • La economía neotestamentaria de Dios
  • El conocimiento de la vida
  • La experiencia de la vida
  • La consumación del Nuevo Testamento
  • La esfera divina y mística
  • El Espíritu

Libros disponibles aquí

En una relación maravillosa con el Señor

Según Mateo 28:19, Juan 3:16, Hechos 2:38, 1Corintios 1:2 y 6:17; Gálatas 3:27 y Fil 1:29:

  • Estamos bautizados EN el nombre del Dios Triuno, un solo nombre.
  • Creemos EN el Hijo Unigénito
  • Estamos bautizados, después de arrepentirnos, EN el nombre de Jesucristo, para perdón de nuestros pecados para recibir el don del Espíritu Santo
  • Somos santificados EN Cristo Jesús
  • Estamos UNIDOS al Señor al ser un espíritu con Él
  • Estamos bautizados EN Cristo y de Él estamos revestidos
  • Creemos EN Él y padecemos por Él

Bautizados en el Dios Triuno

Fuimos enviados por el Señor a hacer discípulos a todas las naciones, bautizando a los nuevos creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19). Aquí la preposición griega eis está traducida a la preposición española «en», que indica unión, tal como en Romanos 6:3 y en Gálatas 3:27. Hemos sido bautizados en el Nombre (singular) del Dios Triuno (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Aquí el nombre es la totalidad del Ser Divino y equivale a Su Persona. Es decir, hemos sido sumergidos dentro de todo lo que Él es, lo cual significa que estamos unidos de manera espiritual y mística con Dios.

La misma preposición griega es usada en Hechos 8:16; 19:5 y en 1 Corintios 1:13, 15. Según estos versículos, estamos bautizados en el nombre del Señor Jesús [ser bautizados en el nombre de Jesús equivale a ser bautizados en la Persona de Cristo y también equivale a ser bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo], y ciertamente no en el de Pablo. Claramente la Palabra nos muestra que hemos sido bautizados en Dios, identificados con Él en todo. Hemos sido introducidos en una unión de vida con Él. Esto es ciertamente maravilloso. Como resultado de esta unión, estamos unidos con Cristo en Su muerte y en Su resurrección. El bautismo, espiritualmente hablando, no es una mera formalidad ni un rito vacío; representa nuestra identificación con Cristo. Mediante el bautismo somos sumergidos en Cristo. Porque hemos sido bautizados en Él, hemos sido unidos a Él.

Nosotros todos nacimos en la esfera de Adán (1Co 15:45, 47) porque él es nuestro primer ascendiente, por ello decimos “en Adán” (1Co 15:22), el primer [tipo de] hombre, pero a través del bautismo hemos sido trasladados a la esfera de Cristo (1Co 1:30; Ga 3:27), que es el segundo hombre. Fuimos mudados del primer hombre, con el que estábamos completamente identificados, hacia el segundo hombre, Jesús, la corporificación del Dios Triuno.  Somos unidos a Cristo, entramos en Él y Él en nosotros (Ro 8:10-11). Pablo interpeló a los romanos, y hoy nos interpela a nosotros en 6:3-4 para que no ignoremos que estamos identificados con Cristo en Su muerte y resurrección. Si Cristo murió, nosotros morimos; si Cristo resucitó, nosotros resucitamos para vivir en la vida de resurrección, novedad de vida, o vida nueva.

Ya que Cristo es nuestro nuevo “medio ambiente”, nuestra nueva esfera, dentro de Quien estamos, entonces podemos decir que de Él estamos vestidos (Ga 3:27). Él es nuestras vestiduras. Ya no estamos cubiertos de Adán, estamos cubiertos de Cristo. Por ello la preposición eis en Mateo 28:19 es tan importante al describir la verdadera relación con Cristo, como nacidos de nuevo, y discípulos. Somos discípulos de Cristo porque  estamos en Cristo, es decir, unidos y plenamente identificados con Él, en una unión espiritual y mística con Él. Esta verdad es eterna. Debe llegar a ser nuestra experiencia.  

Creer en Él

Por otro lado, Juan 3:16 es uno de los versículos más citados de la Biblia y al mismo tiempo quizás uno de los menos entendidos. Dice así: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna.» Creer en el Señor no es lo mismo que creerle al Señor (Jn 6:30). Creer al Señor indica aceptar que Él es verdadero y real. Incluso significa asentir con respecto a Su existencia o ser conscientes de que habla, o saber acerca de Su Palabra. Esto alude a algo objetivo, algo que vemos exteriormente y conocemos por fuera. Creer en el Señor es recibirle y estar unidos a Él. Creer es recibir. Creer al Señor es algo exterior; creer en el Señor alude a ser introducidos en el Señor en una unión orgánica (de vida) con Él y equivale a recibir al Señor.

Cuando estamos unidos a Cristo (ser uno con Cristo) no pereceremos. Participando de Cristo, disfrutando a Cristo, experimentando a Cristo y compartiendo a Cristo a la manera de ministrarlo a otros, accedemos a la realidad de estar unidos con Él en Su muerte y Su resurrección. Debemos vivir una vida crucificada. ¿Cómo? En el poder de resurrección. ¿Dónde accedemos a esta experiencia? En nuestro espíritu regenerado, donde mora el Señor como el Espíritu vivificante.

Hermanos y amigos: Tener vida eterna -para no complicar mucho el asunto con deducciones, alegorías inapropiadas ni paralelismo incorrectos- es simplemente eso. Cuando fuimos introducidos en Él y unidos orgánicamente con Él, Su vida eterna, es nuestra vida eterna (Jn 3:36), y llega a ser -mediante el experimentar a Cristo- nuestro vivir verdadero. La única vida que es eterna es la vida divina en Cristo, que nosotros recibimos al creer en Él (Jn 6:40), es decir, cuando lo recibimos a Él.

Tener una relación objetiva con Cristo, desde fuera, sólo siguiendo pautas doctrinales, en nuestra propia opinión y para nuestro propio reconocimiento, sin experimentarlo ni ser encabezado por Él en la práctica, nos condena a que Él no apruebe lo que somos y lo que hacemos, por ende, que no nos conozca (Mt 7:23). Sólo la obra que se lleva a cabo en Él, usando los materiales apropiados y aprobados: Oro y piedras preciosas sobre terreno sólido (Mt 7:27), pasarán la prueba del fuego y en “aquel día”, el día del tribunal de Cristo (1Co 3:13; 4:5; 2Co 5:10), el Señor nos apartará de Él y nos llamará inicuos, a pesar de toda la obra que hubiéramos hecho.

Creer y ser bautizado

Cuando creímos en Él fuimos lo recibimos a Él y fuimos unidos e identificados con Él. Cuando fuimos bautizados en Él, fuimos unidos e identificados con Él. Por ello, todo aquel que crea y sea bautizado será salvo, al ser uno con el Señor Jesús (Mr 16:16). ¡Aleluya! Cuando recibimos al Señor (Jn 1:12) obtenemos perdón de pecados (Hch 10:43), fuimos regenerados (1P 1:21, 23), llegando a ser hijos de Dios (Jn 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt 28:19).

Cuando somos bautizados afirmamos esto de manera pública. Mediante el bautismo ponemos fin a la vieja creación por medio de la muerte del Señor y somos introducidos, al salir de las aguas de muerte, en Su resurrección, juntamente con Él. Cuando experimentamos al Señor y somos constituidos gradualmente con Él, esto llega a ser una realidad en nuestra experiencia. Esto es mucho más profundo y avanzado que el bautismo inicial que vemos con Juan el Bautista y predicado por él. Creer y ser bautizado son dos partes de un paso único y completo mediante el cual recibimos la plena salvación de Dios.

Ser bautizado sin antes haber creído es un procedimiento carente de sentido y vacío. Creer sin ser bautizado, pudiendo hacerlo, carece de la afirmación exterior de la salvación interior. Ambos deben ir a la par, sin tener en cuenta la lógica de nuestra mente, ni nuestra opinión. La condenación, por otro lado, sólo está relacionada con la incredulidad y no tiene nada que ver con el bautismo. ¿Cuando somos condenados? Cuando no creemos, no obstante, una vez que hemos creído, si esto es genuino, en la comunión apropiada, entonces debemos ser bautizados. Nuestro bautismo nos identifica con el Señor juntamente con Su obra, de manera espiritual y real. Nuestra confesión externa de aquello que ha ocurrido en nuestro interior debe ser cabal, completa y apropiada. 

Bautizados en el nombre de Jesucristo

Sopló el Espíritu en ellos / Revestidos en el Espíritu

Cuando el Señor resucitó sopló el Espíritu en los discípulos (Jn 20:22), ellos dejaron de ser solamente Sus amigos (Jn 15:14-15). Por primera vez fueron llamados Sus hermanos (Jn 20:17). Este era el Espíritu que se esperaba en Juan 7:39 y que fue prometido en Juan 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-8, 13. Este es el espíritu de vida (Ro 8:2, 9; 1Jn 5:6, 20), el Espíritu de realidad para que Cristo fuese real en los creyentes. Mediante este infundir del Espíritu se cumplió la promesa referente al Consolador (Jn 14:16-17). Esto es diferente de la promesa del Padre, cumplida en Pentecostés (Hch 2:1-4 -de Lucas 24:49), donde fueron revestidos de poder de lo alto, para la obra.

Aquí el Espíritu como aliento fue infundido como vida en los discípulos para el vivir de ellos, y que fluye como ríos de agua viva desde los creyentes (Jn 7:38-39). Cuando el Señor infundió, con Su soplo, el Espíritu en ellos, fue Él mismo como vida y como todas las cosas el que se infundió en los creyentes. Este es uno de los momentos claves del registro divino en la Biblia. Entonces el contenido de los capítulos 14-16 se cumplió.

En cuanto al aspecto del poder, en Pentecostés, recordemos que el apóstol Pedro y los demás, luego de pasar varios días orando juntos, después de la resurrección del Señor y después de haber recibido el Espíritu (Jn 20:22) en ellos, reciben el poder de lo alto para realizar la obra. Entonces Pedro habla: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38). Aquí la preposición traducida “en” significa literalmente “sobre”. De hecho el Nuevo Testamento usa tres preposiciones diferentes para describir la relación que existe entre el bautismo y el Señor:

  1. El griego en, traducida «en» – Hechos 10:48: «Y mandó bautizarles en el nombre de Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días”. Aquí ser bautizado en el nombre de Jesucristo equivale a ser bautizado en la esfera del nombre de Jesucristo, dentro del cual está la realidad del bautismo.
  2. El griego eis, traducida «en» – Mateo 28:19; Hechos 8:16; 19:5; Romanos 6:3 y Gálatas 3:27). Ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o en el nombre del Señor Jesús, significa ser introducido en una unión espiritual con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno. Véanse las notas 162 del cap. 8 y 194 de Mt. 28.
  3. El griego epi, traducida «sobre» – Hechos 2:38: «Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.» Ser bautizado sobre el nombre de Jesucristo equivale a ser bautizado sobre la base de lo que representa el nombre de Jesucristo. Representa todo lo que la persona de Jesucristo es y todo lo que ha efectuado, lo cual constituye la fe de la economía neotestamentaria de Dios. Los que creen en Cristo son bautizados sobre esta base.

Así que nuestro bautismo nos introduce en la esfera del nombre de Jesucristo, dentro de la cual está la realidad del bautismo; somos introducidos en una unión espiritual con Cristo, Quién es la corporificación del Dios Triuno y sobre la base de todo lo que la Persona de Jesucristo es y todo lo que ha logrado. Su persona, Su obra y Sus logros es nuestra fe (no el acto de creer, sino las verdades fundamentales en las cuales creemos, nos sostenemos y defendemos.

Bautizados en una identificación completa

¡Aleluya, hemos sido bautizados en una manera maravillosa! El bautismo, según la revelación de la Palabra pura de la Biblia nos pone en Cristo, nos une orgánicamente con Cristo, participando de Su Persona y todo lo que ha logrado, nos coloca dentro de Cristo como nuestra esfera, así que de Cristo estaos revestidos, y como si todo esto fuera poco, también nos hace estar sobre Cristo, tomando a Cristo como nuestra solida base. Ver esto es tan fino, tan elevado, tan glorioso. Creer y ser bautizados nos coloca en una relación multiforme, todo-inclusiva, todo-suficiente, maravillosa, inesperada, gloriosa, más allá de nuestra más atrevida imaginación, con el Cristo, Quién es la corporificación del Dios Triuno, para el cumplimiento de la economía eterna de Dios. ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Anotaciones finales

Colocaremos algunos versículos adicionales que añadirán más a la visión de Dios y Su plan que debemos tener. Recomiendo que todos estos apuntes no sean leídos por sí mismos o por sí solos, porque como apuntes y breves comentarios no son exhaustivos. Debemos ir  a la Palabra en todo momento. Leer cuidadosamente las notas, las referencias paralelas y las referencias adicionales señaladas al final de esta entrada. Leer con oración es mi enfática sugerencia. De ninguna manera venir a estos apuntes de manera teológica tratando de entender exterior y filosóficamente, ni tampoco para satisfacer la curiosidad por los datos y explicaciones.

Hch 2:38; 2:41; 8:12, 36, 38; 9:18; 10:47- 48; 16:15, 33; 19:5 . Véanse la nota 1 de Mt 3:6, la nota 3 de Mt 28:19 , la nota 2 de Mr 1:5 y la nota 1 de Mr 16:16. Además 1Co 1:2; 6:17; 15:45; Ro 11:17, 19; 6:5; Jn 15:4-5; 3:15-16; 3:6, 19; Ro 8:16; 2 Co. 3:17; 2 Ti 4:22; Gá 3:27 y Fil 1:29. 

Oh, Señor, sabes lo que hay en nuestros corazones. Nos abrimos a Ti para Tu revelación. ¡Cuánto Te necesitamos! Revélate a nosotros. Queremos ser uno contigo. Anhelamos Tu presencia para disfrutarte. Gracias, Señor, que has venido para la edificación de Ti Casa. Gracias que nos has preparado lugar contigo. Abre nuestros ojos y oídos. Sigue adelante con nosotros, Señor. Continúa transformándonos. Queremos ser absolutamente uno contigo. Gracias por habernos escogido. Queremos ser aquellos que colaboran fielmente contigo. Aquellos que permanecen en Tu reino, Tu sacerdocio real que edifica y es edificado. Brilla en nosotros, Señor. Vamos a Tu Palabra en Ti. Contamos contigo para seguir adelante. Es Tu obra y es Tu Palabra. Gracias por Tu salvación. Gracias que abres Tu Verdad a nosotros. Gracias por nuestra consagración y perseverancia. Mir por nosotros, Señor. Te entregamos todas las cosas y todo el tiempo. Gracias por lo que nos has dado para compartir. Amén.

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  • Estudio-vida de Mateo
  • Estudio-vida de Hechos
  • Estudio-vida de Juan
  • Estudio-vida de 1 Corintios
  • Estudio-vida de Gálatas
  • Estudio-vida de Filipenses

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Todas las cosas son sombras de Cristo

Cristo es el cuerpo de todas las sombras.

Nuestra comida, nuestra bebida, nuestra ropa, nuestra casa, nuestro descanso y satisfacción son todos sombras de Cristo. Como nuestra sombra cuando estamos al sol, todos estos asuntos y cosas son sombras de Cristo.

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«Todos los aspectos de nuestro vivir son sombra de Cristo. Él es la comida, la bebida, el completamiento, el descanso, la luna nueva y la fiesta verdaderos. Diariamente comemos y bebemos de Él, semanalmente tenemos completamiento y descanso en Él, y durante todo el año Él es nuestro gozo y disfrute (Colosenses 1:17-18, 3:11; 1Corintios 10:3-4; Mateo 11: 28-29; Juan 1:5, 8:12)

nadie os juzgueEl Cristo que amamos es bello y maravilloso. Este Cristo atractivo es la esencia de la Biblia. «La Biblia abarca un miles de asuntos y trata un sinnúmero de doctrinas, pero tiene un sólo centro, Cristo mismo». Los cristianos deberíamos estimar todas las cosas y evaluarlas según Cristo, ni más ni menos, el cual es (y debe llegar a ser en la práctica) nuestro todo. Sería estupendo que pudiéramos llegar a trascender la tradición y asimilar la revelación que encontramos en la epístola a los colosenses, donde Cristo está presentado como la realidad de nuestra comida, bebida, descanso, disfrute… Si hacemos esto nuestra manera de vivir ya no será la misma.

Cristo experimentado es nuestro premio.

Colosenses 2:16-17, en el versículo 18, Pablo habla de un premio. Este premio precisamente consiste en disfrutar a Cristo como el cuerpo de todas las sombras. ¡Aleluya! Esta es una revelación sencillamente magnífica.  Disfrutar a Cristo es el premio mayor. Cuando alcanzamos a experimentar a Cristo, Cristo en nuestro disfrute es en sí mismo el premio. En Su disfrute nosotros estamos experimentando al Señor, que incluye todas las riquezas disponibles. Esto es incomparable; más allá de cualquier cosa que pueda ser escrita y descrita. Cuando no tenemos el disfrute de Cristo, nuestra vida está vacía, la Palabra carece de sentido, todo está gris y nos sentimos tan desanimados.

«Según [Colosenses] 1:26, la parte de la palabra de Dios que el ministerio de Pablo completó fue «el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos». Este misterio es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria (v. 27). Por mucho conocimiento que tengamos de la Biblia, la revelación divina que logremos aprehender estará incompleta si no experimentamos a Cristo cada día, cada semana, cada mes y cada año… Si carecemos de la experiencia y disfrute de Cristo, también carecemos de la revelación divina. El completamiento de la revelación divina depende del Cristo que experimentemos»

La vida cristiana es un asunto de experimentar a Cristo. Cristo, quien es el Dios completo, como el Espíritu vivificante, está en nosotros. Así nuestro acceso a Él no es simbólico sino real, directo, orgánico y efectivo. Hemos de experimentar a Cristo en cada cosa que hagamos. Hemos de verlo como la sustancia de cada aspecto de nuestra vida, en le comer, en el beber, en el vestirnos… «aún el hecho de respirar debe recordarnos de nuestra necesidad de respirar a Cristo espiritualmente» (2Corintios 4:16; Filipenses 1:19-21).

Cristo debe ser disfrutado como la realidad de todo lo que necesitamos.

Cristo es nuestro aliento (Juan 20:22); Cristo es nuestra bebida (4:10, 14; 7:37-39); Cristo es nuestro alimento (6:35, 57); Cristo es nuestra luz (1:4; 8:12); Cristo es nuestra vestidura (Gálatas 3:27); Cristo es nuestra morada (Juan 15:5, 7; Salmos 90:1, 91:1).

¡Gracias, Señor, que eres la realidad de todas las cosas. Queremos experimentarte. Queremos contactar contigo y disfrutarte. Que seamos los que te disfrutan cada día, en cada cosa. Revélate a nosotros para que te veamos. Queremos ser conscientes de ti en nuestra vida diaria. Queremos tomarte y aplicarte en todo. Gracias que estás disponible. Tú eres nuestra comida y bebida; nuestro descanso y completamiento; nuestra satisfacción y alegría; nuestra casa y nuestro aire; nuestro disfrute y nuestra satisfacción. Amén!

Notas tomadas a partir de la lectura, oración y disfrute de La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 2: La Visión de Cristo, junto con los versículos señalados y sus notas correspondientes de la Santa Biblia versión recobro, editada por Living Stream Ministry, y los fragmentos citados de y referenciados a:

Estudio-vida de Colosenses, mensajes 15, 24-25; A General Sketch of the New Testament in the Light of Christ and the Church, part 2: Romans through Philemon, cap. 19; The Collected Works of Witness Lee, 1965, t.1, «The Experience of Christ in Galatians, Ephesians, Philippians, and Colossians, cap. 1; Los cuatro elementos cruciales de la Biblia: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, páginas 53-54; Estudio- vida de Colosenses, páginas 309, 503, 506-508; estudio-vida de Colosenses, mensajes 35 y 55; El misterio de Dios y le misterio de Cristo, capítulo 2; La visión celestial, capítulo 1; Mensajes para aquellos en le entrenamiento del otoño de 1990, capítulo 18; The Collected Works of Witness Lee, 1966, tomo 1, «Christ-Our Portion», capítulo 3.

 

 

Para llevar a cabo la economía de Dios necesitamos la visión celestial

Sólo llevaremos a cabo la economía de Dios, de acuerdo al deseo del corazón de Dios, haciendo la obra del Cuerpo (Efesios 3:9; Hechos 13:2) cuando seamos reconstituidos por la visión de la economía de Dios, que nos revela y nos muestra una escena extraordinaria, de manera gloriosa e interna, de Dios.

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Debemos recibir una visión para servir a Dios. Solamente existe una manera apropiada de servir a Dios y ésta no consiste en nuestros gustos, en lo que es usual, en aquello que se considera mejor o más adecuado, ni siquiera lo que es más ventajoso. Tampoco está relacionado con nuestras preferencias, acuerdos o necesidades exteriores, sino de la revelación. El verdadero servicio servicio cristiano debe ser puro en su constitución:

«Ningún elemento humano (natural) debe ser introducido en el servicio a Dios, es decir, nada de nuestro pasado, nada que sea chino [ni europeo], nada que sea viejo, ni tampoco nada que sea nuevo… La visión celestial detiene las prácticas y métodos terrenales de los siervos de Dios. La visión celestial nos corrige».

Para q s conviertan

Recientemente compartíamos que la visión celestial nos dirige o encamina a la meta de Dios, que es la edificación del Cuerpo de Cristo cuya consumación será la Nueva Jerusalén (Efesios 4:16; Apocalipsis 21:9-10). Todo el que sirve debe hacerlo con una visión (Hechos 26:19; 9:3-5; 10, 12, 15-16, 20, 22), la cual proviene de Dios, no de nuestro yo, nos muestra a Dios, nos relaciona con Dios y nos constituye (Mateo 16:17; Gálatas 1:15-16; cfr. Isaías 50:10-11). Si no tenemos una visión celestial significa que nuestros ojos espirituales internos están cerrados. En este caso no vemos a Dios y Su economía. Puede que haya velos delante de nuestros ojos, que no haya luz aunque nuestros ojos estén desvelados o abiertos o que simplemente estemos en la posición incorrecta u orientados erróneamente. Sólo el Señor puede proporcionar una visión celestial y sólo Dios es capaz de rescatarnos de nuestra condición actual.

«Existe la urgente necesidad de que algunos, al igual que Ezequiel, busquen a Dios, contacten a Dios y sean los sacerdotes de Dios que ministren delante de Dios. Si Dios obtiene tales Ezequieles en la actualidad, entonces los cielos les serán abiertos, la gente en la tierra podrá ver las visiones celestiales y las cosas celestiales se cumplirán en la tierra»

Es importante que nos demos cuenta que no todos los creyentes reciben la visión de la misma manera. Ejemplo: Pablo la recibió directamente. Timoteo la recibió mediante Pablo, en la comunión con Pablo, sin embargo ambos fueron personas que sirvieron siendo obedientes a la visión celestial (Hechos 22:14; 2Timoteo 3:14-15). Recibir la visión celestial es nuestra responsabilidad. Hay dos asuntos prácticos que incidirán en cuánto seamos capaces de ver, y esto influirá en la naturaleza de nuestro servicio. Primero, tiene que ver con la cantidad de cosas y asuntos de los que somos capaces de desprendernos. A nuestro ser natural le gusta hacer tesoro de todo. No sólo el dinero puede llegar a ser nuestro tesoro, sino nuestra carrera, nuestra posición social, nuestros planes, nuestros conceptos y opiniones, aún las buenas revelaciones del pasado pueden llegar a ser cosas de las que debamos desprendernos. Lo segundo es que hemos de abrirnos al Señor. Aún el abrirnos al Señor para contactarlo, disfrutarlo y obtenerlo de manera genuina, es algo que debemos llevar a Él. Tenemos la urgente necesidad de abrirnos al Señor para tomarlo. (Mateo 5:8; 2Timoteo 2:21; Jeremías 15:19; Deuteronomio 10: 2-3; 2Corintios 3:18). Podemos orar así: ¡Señor, sé que debo abrirme a ti, pero no sé cómo. Intuyo que me abro a ti muy poco. Señor, enséñame a abrirme de manera que puedas revelarte a mí. Me abro a ti hoy confiando en Ti. Señor, toma el control. Amén! Debemos ser obedientes a la visión celestial obedeciendo al Señor en aquello que ya hemos visto y sobretodo tomando a Cristo como nuestra vida, evitando ser distraídos de Él hacia las múltiples cosas que pertenecen al mundo, siendo diligentes en mantener el contacto actualizado, fresco y libre de obstáculos (Hechos 22:14-15; Juan 7:17; Colosenses 3:4; 1Tesalonicenses 5:17).

¡Señor, te amamos. En ti confiamos. Gracias que hoy estás disponible y expresado. Te necesitamos como nuestra luz y como nuestro todo. Abre nuestros ojos, retira los velos, ilumina para que te sirvamos apropiadamente. Traemos todas las cosas delante de ti y nos presentamos nosotros. Nos abrimos para contactarte y tomarte como nuestra vida. Danos una visión fresca. Amén!

Ref:

La visión rectora en la Biblia es la economía de Dios

El Dios Triuno, para llevar a cabo Su propósito, se forja en Su pueblo escogido y redimido para saturar todo su ser de la Trinidad Divina para producir y edificar el Cuerpo de Cristo, cuya edificación, cuya consumación será la Nueva Jerusalén (1 Timoteo 1:4; Efesios 3:9; 16-17; 4:4-6; Apocalipsis 21:2; 9-10).

El Dios Triuno, para llevar a cabo Su propósito, se forja en Su pueblo escogido y redimido para saturar todo su ser de la Trinidad Divina para producir y edificar el Cuerpo de Cristo. Para llevar a cabo Su propósito de esta manera, Dios se hizo carne, pasó por el vivir humano, murió, resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante (1Corintios 15:45) para poder entrar en nosotros como vida e impartirse en cada creyente para producir la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, que además es la Casa de Dios, el reino de Dios y el complemento de Cristo, que alcanzará Su plenitud y consumación como la Nueva Jerusalén (1 Timoteo 1:4; Efesios 3:9; 16-17; 4:4-6, 1:22-23; Apocalipsis 21:2; 9-10; Juan 1:14; Apocalipsis 21:2).

Si vemos la visión celestial de la economía de Dios y ésta llega a forjarse dentro de nosotros, el efecto será poderoso y duradero (Proverbios 29:18, Hechos 26:19). Cuando el apóstol Pablo testificaba ante el rey Agripa, todo cuanto menciona no  es una doctrina, teoría, credo religioso ni alguna teología, sino una visión celestial, en la cual el apóstol vio las cosas divinas relacionadas con la impartición del Dios Triuno en Su pueblo escogido, redimido y transformado. Todo lo que Pablo predicó en Hechos y lo que escribió en sus catorce epístolas, desde Romanos hasta Hebreos, constituye una descripción detallada de la visión celestial que él recibió.

poderoso y duradero

Nuestra verdadera transformación proviene de la operación del Dios Triuno dentro de nosotros, no de cierto sistema ético, o de simplemente tener mayores conocimientos o que nuestras intenciones sean mejores. Cuando recibimos la visión, a partir de que nuestros ojos sean abiertos, que los velos caigan y que el Señor nos ilumine, para que la revelación contenida en las Escrituras sea revelada a nosotros, nuestro ser completo cambiará. Ya no volvemos a ser los mismos. No es posible tener una visión como la que Pablo tuvo y quedarnos igual. Nuestros conceptos previos se disiparán, nuestra actitud, conversaciones, pensamientos y prioridades serán cambiadas. Sentiremos un gozo interno inefable y un sentido definido y evidente del disfrute del Señor y Su presencia (Hechos 9:3-9, 11-12, 20, 22; Filipenses 3:4-8). Antes de recibir la visión Pablo pensó que perseguía sólo hombres, sectarios peligrosos; estaba seguro que con su acción estaba corrigiendo a los equivocados, malvados y heréticos (Hechos 24:14). El creyó que sus actos eran estrictamente terrenales, sin sospechar que estos hombres estaban unidos con Dios en Cristo por su fe en Él. Finalmente ver que estaba persiguiendo a Jesús fue para él una conmoción enorme, una visión profunda, elevada y radical, que afectó a toda su persona, su futuro, sus acciones, su entendimiento, sus planes y todo.

Dios, además, le mostró el Cuerpo de una manera muy clara y práctica. Inmediatamente no le dio una tarea para que la llevara a cabo sino que le mostró que necesitaba un miembro del Cuerpo que lo iniciara en la identificación con el Cuerpo. Esta visión del Cuerpo fue clave para el posterior ministerio de Pablo y para todo el ministerio neotestamentario. Saulo vio que sus muchos conocimientos previos, sus grandes capacidades, su comprensión y entendimiento anteriores no le servían a Dios, quien lo cegó. Ahora sus ojos espirituales estaban abiertos y podía abrir los ojos de otros (Hechos 26:18). Vio que había sido llamado y elegido previamente (Gálatas 1:15). Ahora, como cautivo de Cristo en Su procesión triunfante que celebra la victoria de Cristo (2Corintios 2:14), era un ministro de Cristo.

La visión celestial nos cautiva y captura; nos reconstituye, nos rige, nos restringe, nos regula y nos resguarda (Proverbios 29:18). Para que la visión tenga un efecto duradero necesitamos que sea forjada en nosotros (Hechos 9:3, 5). Entonces somos limitados de una manera saludable a la línea central de la revelación en las Escrituras, la economía de Dios (1Timoteo 1:4), cuando la luz del evangelio de la gloria de Cristo resplandece en nosotros para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (2Corintios 4:4, 6). Entonces nuestra vida llega a estar llena de sentido y propósito, y nos encontramos motivados, energizados, perseverantes (2Timoteo 1:9; Hebreos 12:1-2) y somos dirigidos a la meta de Dios (Filipenses 3:3-14; 1Timoteo 1:4). El problema con muchos cristianos hoy es que tienen su propia meta y aducen que su meta privada es para la gloria de Dios. Muchos hoy conocen y pueden hablar de su propia meta y propósito, pero no saben cuál es la meta y propósito de Dios. Para experimentar a Dios de manera apropiada debemos ver cuál es la meta de Dios. Esto implica que debemos ver cómo Dios está alcanzando esa meta, para poder formar parte de este único proceso celestial, donde somos uno con el Señor en Su mover. Este es el camino en el cual Él lleva a cabo Su propósito, y cumple Su anhelo, revelado en las Escrituras.

La visión está relacionada con el mover y el propósito de Dios. Dios se revela en Cristo como el Espíritu a nosotros, en estrecha concordancia con lo que Él está haciendo, la manera en que lo realiza y según lo que quiere llevar a cabo. Por ello, mediante la visión, nos llevará a actuar en consonancia consigo mismo (Hechos 10:1-33; 13:2). Cuando recibimos la visión de manera genuina tenemos un camino práctico para seguir adelante, Cristo es claro y visible para nosotros, tenemos el denuedo necesario para avanzar (1Timoteo 26:18-19), somos guardados en la unidad real e introducidos en la unanimidad (Efesios 1:17-18, 4:3; Hechos 1:14, 2:46, 4:24, 5:12).

¡Señor, nos abrimos a Ti para que Te reveles a nosotros. Confesamos que estamos carentes. Confesamos que somos independientes aún de Ti. Vamos a ti en este momento sólo por Tu misericordia. Danos una visión celestial de Tu economía. Revélanos Tu propósito, Tu meta, Tu deseo y Tu anhelo. Revélate a nosotros para ser uno contigo. No estamos de acuerdo con ser lo que somos hoy. Captúranos y cautívanos, ilumínanos y arrástranos. Necesitamos un nuevo comienzo. Restaura el gozo inefable en nosotros. Tú eres fresco cada día. Que tu meta sea nuestra única meta. Que tu manera sea nuestra única manera. Que Tus prioridades sean nuestras únicas prioridades. Ponemos todo en tus manos, Señor. Gracias. Amén!

Ref: La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 1: La visión que rige y regula; la visión de la economía de Dios.

Que el Señor nos lleve a un monte alto y nos libere para ver la visión

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Necesitamos orar. Es urgente entre los cristianos. Me refiero a orar de una manera específica, en una dirección definida. Hablo de una oración al Señor para que seamos conducidos a un monte alto por causa de nuestra actual condición. Como Juan, que cuando el Señor le dio la visión de Babilonia él estaba en un sitio desolado, el desierto, pero para recibir la visión de la Nueva Jerusalén, fue llevado a un monte alto, que es “una esfera trascendente, a fin de tener una visión que fuese de largo alcance, una visión excelente”.

Debo confesar que yo el primero y el más necesitado necesito el monte alto donde el Señor en Su misericordia, en Su amor y para Su economía se presente a nosotros de una manera en que seamos alumbrados de manera radical y profunda (Ap 21: 9-10; Hechos 10-16).

Hemos de aprender a venir diariamente a la Biblia cuando venimos al Señor y a venir al Señor cuando leemos la Biblia. Hacer una confesión cabal y luego no ser negligentes en este asunto ya que los pecados son un obstáculo en nuestra relación con el Señor y pudieran disminuir la eficacia en nuestra interacción con la revelación divina.

Leer la Palabra con oración es algo que nos encanta hacer. Esta práctica es muy saludable por cuanto las Escrituras, en su esencia, son Espíritu y vida. No es una herramienta nada adecuada la mente para tomar la Palabra cuando funciona ella sola, como cuando leemos un periódico. Hemos de ejercitar nuestro espíritu en la lectura de la Palabra. No sólo orar antes de leer sino leer con oración, invocando Su nombre, diciendo amén, convirtiendo la Palabra en nuestra oración para obtener el beneficio más profundo de nuestro tiempos de lectura.

Si ejercitamos nuestro espíritu al leer la Palabra obtendremos revelación de la misma porque más que absorber conocimiento, que lleva a un entendimiento natural, tendremos comunión con el Señor en Su Palabra, que lleva al disfrute de Cristo y a la revelación, lo que hará que tengamos una visión celestial. Es necesario que el Señor resplandezca sobre Su revelación para que nosotros veamos. Es simple el hecho que necesitamos una visión. A menudo descuidamos nuestra relación con el Señor y somos naturales cuando de la Palabra se trata. Pensamos que la Biblia es un libro ético, un compendio de buenas enseñanzas o un registro histórico acerca de un gran maestro religioso y otras cosas.

Este entendimiento pertenece a los rudimentos del mundo y no tiene nada que ver con un cristiano, hijo de Dios, nacido de nuevo, en el reino, miembro del Cuerpo y la familia de Dios, participante de las riquezas de Cristo para la edificación espiritual que alcanzará su final y consumación plena como la Nueva Jerusalén, que es la incorporación terminada y suprema de la unión de Dios y el hombre y la culminación del Cristo agrandado en ascensión. Todas estas cosas en realidad tienen muy poco que ver con un enfoque académico y formal de la Palabra de Dios, especialmente en lo que se refiere a la experiencia del cristiano y el ministerio del Nuevo Testamento para el propósito de Dios. Necesitamos orar para que los velos nos sean quitados, necesitamos la luz para poder tener la visión. Sin la luz no podremos ver, aunque los velos hayan sido quitados y también tendremos el entendimiento de la visión mediante la sabiduría del Espíritu.

¡Señor, tú conoces nuestra necesidad mejor que nosotros mismos. Nos ponemos en tus manos. Llévanos a un monte alto. Ya no queremos estar en el valle donde estamos. Llévanos a un monte alto y libéranos. Oramos ahora con sentido de urgencia. Señor, libéranos de la dictadura de nosotros mismos. Sácanos de nuestro yo, de nuestras propias experiencias. Incluso de aquellas buenas experiencias del pasado. Sálvanos de nuestro conocimiento, incluso de aquel bueno y bíblico. Para que podamos estar en una nueva esfera. Necesitamos estar elevados para tener un gran panorama. Necesitamos acceder a una vista trascendente de la visión gloriosa. Amén!

Esto no sólo tiene que ver con una persona, el que ora, aunque también, sino que tiene que ver con todos. Los que amamos al Señor, los que hemos sido regenerados al creer y recibir al Señor en nosotros, queremos servirle apropiadamente. Queremos funcionar de manera adecuada, tener una relación profunda y satisfactoria con el Señor pero sobre todo queremos que Dios sea satisfecho y Su propósito sea cumplido. Por ello cuando presentamos a otros la Verdad que hemos recibido, en términos espirituales, no se trata de enseñar conocimiento, procedimientos e información aprendidos. este hecho no debe ser un montón de conocimientos y procedimientos que hemos aprendido en un aula o grupo académico. Más que una “enseñanza, doctrina o conocimiento obtenido a través de una lectura, sino una visión”. Esta visión que recibimos en el espíritu bajo el resplandor de la luz divina (1 Timoteo 4:6; 1Juan 1:1-3).

Ministrar la Palabra en realidad significa que algo que hemos recibido como una visión espiritual y celestial es presentado a otros (2Timoteo 2:2, 15, 25, 1Juan 1:1-3; Apocalipsis 1:11a).

“Cuánto desearía que cada hermano tuviera esta clase de actitud y deseo, y le dijéramos al Señor: Deseo ser liberado y llevado a un lugar fuera de mí mismo, deso ser liberado de mis pecados malvados y también de mis experiencias buenas y espirituales. Aunque he tenido ya muchos logros, deseo ver una visión que sea más elevada, más grande, más profunda, más rica, y de mayor alcance y trascendencia”, la visión gloriosa de Dios.

Ref:  La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 1: La visión que rige y regula; la visión de la economía de Dios.

Las visiones de Dios nos hacen ver las cosas divinas, espirituales y celestiales

DSC_0051Podemos aprender las ecuaciones, los nombres de los elementos químicos o ciertas habilidades sociales, sin embargo Pedro supo que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente y en este caso, el Señor le dijo:

“Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16-17).

Él no aprendió nada, no cosechó una habilidad o entendimiento a partir de cierto entrenamiento o ejercicio académico, ni siquiera aplicando conocimiento previo, sino que a Él le fue revelado, dado como visión, es decir, mostrado. Él “vio” que Jesús, su maestro, el caminaba junto a Él y les hablaba maravillosamente es el Cristo y que este Cristo es Dios mismo como hombre. ¡Esto es maravilloso!

Nosotros como cristianos conocemos el número de libros del Nuevo Testamento, incluso podríamos hablar de muchos de ellos con razonable certeza, o hablar el evangelio de salvación a alguien más, no obstante debemos ver que necesitamos una visión y una visión es una revelación. Esta revelación está contenida en las escrituras. La Palabra de Dios es esta revelación, pero permanece cerrada, lo que significa que la revelación que está contenida allí no es nuestra revelación o no ha sido revelada a nosotros. ¡Necesitamos revelaciones como Pedro!

Necesitamos ver qué es ser hijo del Dios viviente, que ocurrió en la muerte de Cristo, el significado intrínseco de la iglesia y el candelero, qué ocurrió en la resurrección, la diferencia entre la divinidad entrando en la humanidad y la humanidad entrando en la divinidad, el destino final de la edificación de Dios, el Cuerpo de Cristo y muchos aspectos más que forman parte de la economía neotestamentaria de Dios.

Si no tenemos una visión genuina y real, no importa cuántos grados escolares hayamos superado y qué nivel profesional hayamos alcanzado, ni siquiera nos servirá el gran amor que Dios tiene por nosotros, Sus promesas o Su poder para tener una experiencia cabal y satisfactoria y un servicio verdadero. Si nosotros en la práctica no estamos en la posición adecuada, con la orientación apropiada y la condición correcta frente a Dios, estaremos profundamente carentes. Después que Pedro recibió la revelación del Padre habló la verdad y fue diferente, lo cual no hubiera sido posible con ningún esfuerzo humano o con las mejores de las intenciones.

Carentes

Para recibir una visión necesitamos tres cosas: Revelación (que el velo delante de nuestros ojos espirituales sea retirado), luz y vista (Efesios 1:17-18). Aún cuando el velo nos es quitado, si no tenemos luz (Salmos 36:9) no veremos (2 Corintios 4:6; 1 Juan 1:5,7).

“Cuando la luz divina resplandece sobre la revelación divina contenida en la Palabra; la revelación divina llega a ser la visión divina; cuando además de esto tenemos la vista, podemos ver la visón celestial» (Efesios 1:17-18, 3:9)

Si nuestro espíritu no es regenerado, es decir, si como el Señor le dijo a Nicodemo, no nacemos de agua y del Espíritu no podremos acceder de ningún modo a la luz divina que resplandece en nuestro espíritu, necesaria que la revelación en la Palabra llegue a ser nuestra visión. Así que hemos de ser hechos hijos de Dios, genuinos, no adoptados, para que el elemento de Dios esté en nosotros y así tengamos real acceso a Él. ¡Aleluya! Significando que Espíritu esté en nuestro espíritu. Además necesitamos ejercitar nuestro espíritu, que es contactar al Señor en nuestro espíritu, en la Palabra, para disfrutarlo como nuestras riquezas, sólo entonces serán alumbrados los ojos de nuestro corazón y sabremos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, las riquezas de Su gloria, la herencia que tenemos, la supereminente grandeza de Su poder, la operación del poder de Su fuerza, la realidad de la resurrección, el reinar en vida con Cristo de una manera muy real y práctica, la victoria en Cristo, Cristo como nuestra ascensión, la consumación y final de esta era, Cristo como nuestra Cabeza, la dependencia maravillosa y necesaria, le árbol de la vida como principio rector de nuestra experiencia y práctica, el Cuerpo de Cristo como la suprema incorporación orgánica de lo divino y la humanidad regenerada, el Cristo agrandado y expandido para llegar a ser la Nueva Jerusalén (Efesios 1:17-23, Apocalipsis 21:2, 9-10). ¡Aleluya! ¡Esto es insuperable y celestial!

¡Señor, concédenos revelaciones frescas y genuinas. Que lleguemos a tener una visión. Muéstranos el panorama paso a paso. Desvela tu economía para nosotros. Nos presentamos a ti para disfrutarte y tomarte como todas las cosas. Revélate a nosotros. Límpianos y purifícanos. Gracias que por tu sabiduría y revelación disponibles. Gracias por Tu Palabra y Persona vivientes. Gracias que hoy está en nosotros. Gracias que eres accesible. Gracias que la iglesia es Tu plenitud. Gracias por tu realidad en nosotros. Gracias por tu salvación completa. Te alabamos Señor, amén!

Ref: La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 1: La visión que rige y regula; la visión de la economía de Dios.

Necesitamos una visión celestial

DSC_0057Todos los cristianos necesitamos una visión celestial (Hechos 22:14). El apóstol Pablo, cuando era un religioso voluntarioso y muy bien educado en la ley y las normas externas, el fariseo Saulo de Tarso, tenía muchos conocimientos. Era un hombre reputado por su autodisciplina, se devoción, su consecuencia con aquello que consideraba correcto y sus obras. Este hombre excepcional perseguía a los cristianos porque pensaba que eran enemigos de Dios, que eran unos advenedizos traidores y que ponían en peligro la religión verdadera con sus creencias y prácticas erróneas, es decir, Pablo estaba equivocado absolutamente en todo. Sin embargo es comprensible que nos preguntemos cómo es posible que un hombre tan entregado a su religión, inteligente y talentoso pudiera errar de manera tan completa.

Sí, él estaba lleno de información correcta y apropiada, valoraba mucho la tradición de sus mayores y ancestros, amaba la letra de la ley entregada por Dios a Moisés, sin embargo, espiritualmente estaba ciego. Esta es la respuesta. No era capaz de ver. En la experiencia espiritual ver es entender recibiendo una revelación de Dios.

Camino a Damasco, donde Saulo se dirigía para arrestar a los cristianos y llevarlos a Jerusalén (Hechos 26:12), brillo la luz celestial y entonces escuchó la voz del Señor (Hechos 26:13), le habló al Señor, le aceptó como Señor, recibió luz con respecto a la naturaleza de aquellos a los que perseguía, ció cómo era en realidad la relación entre estos hombres y el Señor, que es la base para la realidad del Cuerpo de Cristo, fue liberado tanto de su propio pueblo como de los gentiles, le fue dada una comisión y fue dejado muy claro o inválido e incapaz que en realidad era sin Cristo.

La comisión que Pablo recibió otra vez estaba relacionada con que los hombres creyeran y fueran traídos a la luz, lo cual está en aposición, en el texto, con ser sacados de la potestad de Satanás y recibir una herencia (Hechos 26:14-19).

Pablo necesitaba una visión celestial y el Señor le proporcionó está visión. A partir de este momento él comenzó a ver, y por ende fue restringido por esta causa a seguir al Señor a la manera del Señor, a servir al Señor, a testificar del Señor apropiadamente y a tener una relación orgánica con el Señor, más allá de la relación simbólica y objetiva que tenía antes, basada en el cumplimiento de una normativa con el esfuerzo humano.

Todo y cada uno de nosotros necesitamos una visión celestial. Sin tal visión careceremos de la guía necesaria, del freno saludable (Proverbios 28:19) y de las restricciones que nos guardan. Una vez recibida la visión tenemos un panorama claro que nos cautiva, nos rige y nos regula. Esta es la visión de la economía neotestamentaria de Dios, que incluye aquello que Dios está haciendo, cómo lo está haciendo, por qué lo está haciendo y para qué. Esta visión no es más que el Cristo viviente y activo revelado a nosotros, presentado ante nosotros para que seamos salvos cada día y vitalizados para ser verdaderamente uno con Él en realidad.

Una vez que Pablo fue alumbrado y recibió a Cristo para llevar a cabo la voluntad de Dios en obediencia, él oró incesantemente por nosotros para que Dios nos diese “espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él” y para que, alumbrados los ojos de nuestros corazones, nunca antes, sino después de este hecho, supiéramos “cuál es la esperanza a que Él [nos] ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia en [todos nosotros”] (Efesios 1:16-18).

Pablo alumbrado

Cuando Pablo se refiere al espíritu de sabiduría y revelación estaba diciendo que nuestro espíritu que ha sido regenerado por el Espíritu de Dios al morar Dios como Espíritu en él (en nosotros). Ese espíritu regenerado, que contiene el elemento divino, nos fue dado por Dios para que tengamos sabiduría y revelación para conocerlo a Él y a Su economía. Esta sabiduría en nuestro espíritu es para conocer el misterio de Dios y la revelación viene del Espíritu que mora en nosotros para que el velo de la ignorancia de la ausencia de Dios nos sea quitado. Una vez que somos desvelados poseemos la capacidad de entender las cosas espirituales, que significa que hemos recibido la vista. Entonces el Espíritu revela estas cosas a nuestro entendimiento espiritual.

Cuánto necesitamos las revelaciones de Dios. Mucho. A veces hasta tengo la certeza que no podemos saber exactamente cuánto necesitamos en realidad las revelaciones de Dios. Después de una pequeña experiencia siempre tendemos a creer que hemos visto mucho y allí nuevamente cae le velo y se retira la luz, volviéndonos a la oscuridad y a la ceguera.

¡Señor, en realidad dependemos de ti pero nos rebelamos en nuestra ceguera. Resplandece en nosotros para que los velos caigan. Cuánto te necesitamos para que nuestros ojos sean abiertos y limpiados para que la revelación contenida en la Palabra llegue a ser nuestra. Nos entregamos a ti una vez más. Nos presentamos tal como somos. Queremos ser diligentes en hacer confesión cabal sin introspecciones, pero te necesitamos. Sálvanos de la oscuridad. Señor, no vemos. Rescátanos en la práctica de la ignorancia satánica que son sus tinieblas. Tráenos de vuelta a Ti. Preséntate a nosotros. Gracias que eres el Espíritu en nuestro espíritu. Gracias que nos has señalado de antemano para salvación. Gracias que estás. Te pedimos que tomes el control. Desconfiamos de nosotros, y aún de nuestro buen criterio. Gracias porque sabemos que necesitamos una visión celestial. Amén!

Ref: La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 1: La visión que rige y regula; la visión de la economía de Dios.

Nacer de nuevo

Hoy he disfrutado mucho de la porción de hoy del blog de «Bibles for America» (Biblias para América) relacionada con el nuevo nacimiento de aquellos que creen en el Señor y se convierten en cristianos. Ha sido refrescante. El post inicialmente plantea algunas cuestiones para introducir el tema, que en sí mismo no es simple, pero está presentado de manera muy llana y clara, y básicamente podemos parafrasear con tres preguntas:

— ¿Nacer de nuevo significa un nuevo comienzo?

— ¿Nacer de nuevo es un voto solemne que la persona realiza en favor del bien y la moralidad?

— ¿Nacer de nuevo es necesario para todas las personas, incluso aquellas que son muy buenas?

Tenemos el capítulo 3 del evangelio de Juan un hombre llamado Nicodemo, que era un hombre notable entre los judíos. De este señor sabemos que era un hombre de elevado rango dentro del pueblo de Israel, pues leemos que era «un principal». Así que era muy importante tanto religiosamente como en la sociedad. Él dijo: «Sabemos que has venido de Dios como maestro» (Juan 3:2). Él estaba interesado en las enseñanzas, que es lo que un maestro da. Esto es algo que todas las personas pueden entender y aún encontrar lógico porque recibir enseñanzas, explicaciones y respuestas con el propósito de ser mejores y estar más informados es completamente natural, sin embargo la respuesta que le dio el el Señor es excepcional: «De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). Aquí la perplejidad de este principal judío fue grande. Él respondió: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» (Juan 3:4). Las palabras del Señor fueron entendidas e interpretadas por Nicodemo de manera natural. Es normal que estuviera tan confundido. El Señor continuó: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5-6).

Lo que Nicodemo buscaba de manera natural resultó ser un despropósito. Era una pregunta natural y típicamente religiosa. Yo he sido muy impresionado al leer y orar hoy estos versículos. He sido pastoreado por el Señor y he sido expuesto en mis carencias al entrar en esta palabra hoy.

¡Gracias Señor porque eres luz para nosotros siempre que nos abrimos a Ti. Eres fresco y nuevo cada vez. Gracias que te revelas progresivamente a nosotros y te podemos experimentar como salvación cada día. Gracias por tu Palabra rica y abundante! Amén.

El caso de este judío que fue a ver al Señor en privado es el mismo que podemos tener nosotros, aún habiendo nacido de nuevo, cuando carecemos de la visión, y la experiencia apropiadas. Veamos, un reino consiste en una esfera de autoridad, determinada por cierta constitución, que apunta a la naturaleza intrínseca y la identidad propia de ese reino. Por ejemplo: El reino animal está compuesto por todos los animales, que por supuesto poseen la vida animal. Un animal no tiene que hacer nada para entrar en ese reino, porque lo que él es, espontáneamente determina su pertenencia. Cuando un gato nace como tal, este nacimiento determina su pertenencia. Cuando un ternero nace la identidad que tiene, en virtud de la vida que posee por nacimiento, hace que sea parte del mundo animal, es decir, del reino animal. El nacimiento es el procedimiento único, genuino y lógico de obtener la vida que nos hace pertenecer a un cierto reino. Igualmente ocurre con las plantas y los seres humanos. De nuestros padres recibimos la vida humana que nos hace ser integrantes o miembros de la esfera humana, del reino humano. ¿Nosotros tenemos la vida humana? Entonces somos humanos y estamos en el reino de los seres humanos, no en el reino animal ni en el vegetal. Así de simple. No se trata de cuánto nos esforcemos para llegar a pertenecer al reino vegetal, nunca lo lograremos porque la vida inherente a las plantas no es nuestra vida. Hemos nacido como personas y no como árboles. Por todo ello, el reino de Dios es ajeno a nosotros por la misma causa. Para ser partes del mismo necesitaríamos la vida divina, la vida de Dios, es decir, la vida eterna en nosotros. No obstante, ¿cómo podemos tener la vida de Dios, si, efectivamente, como razona Nicodemo, no podemos más que salir del vientre de nuestra madre más que una vez, y eso ya ha ocurrido? Hemos sido concebidos por nuestros padres y eso es un hecho consumado.

Cito: «Intentar parecernos a Dios o comportarnos como Él, no nos hace parte del reino de Dios. Lo más que puede hacer nuestro excelente comportamiento es ser un buen ejemplo del reino humano. La única forma de entrar en el reino de Dios es por medio de tener la vida divina de Dios. Y la única manera de tener la vida divina de Dios es por medio de creer en Cristo y nacer de nuevo» (…) Externamente, Nicodemo no tenía ningún problema moral o pecaminoso. Sin embargo, el Señor le mostró que le hacía falta una cosa bien crucial. Igual que Nicodemo, no importa cuán nobles, buenos o rectos seamos en nuestra vida humana, no poseemos la vida divina. Es necesario nacer de nuevo con la vida divina de Dios«.

Es maravilloso lo que el Señor le está declarando a Nicodemo. Está revelando no sólo el meollo del problema («no tienes la vida divina de Dios»), sino que está mostrando el camino práctico («debes llegar a tenerla»), lo que finalmente ocurrió, pues esta vida, la vida divina de Dios, antes absolutamente inalcanzable para nadie que no fuera Dios mismo, en la resurrección que consuma con la ascensión, llegó a estar disponible para el ser humano. ¡Esto es grandioso y sin precedentes!  ¡Aleluya! En 1 Pedro 1:3 el apóstol bendice al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque cuando creemos simplemente nos regenera mediante la resurrección del Señor.

Recordemos que la salvación de Dios para nosotros es completa y eficaz, e incluye la redención, la justificación y la regeneración. Las dos primeras nos reconcilian con Dios y la última nos vivifica, porque la vida eterna nos es impartida para que llevemos «una relación de vida, una relación orgánica con Dios». Así que nuestra relación con Dios no es lejana, simbólica o ética, sino de vida. La vida del Dios Triuno, llega a ser nuestra vida. Recibimos la vida de Dios en nuestro espíritu humano. Somos nacidos de nuevo. ¡Qué alivio! ¡Qué alegría! ¡Qué previsión y provisión de parte de Dios para nosotros! ¡Qué maravilloso plan! ¡Qué salvación tan eficaz y completa!

Para recibir la vida de Dios hoy tenemos que pedírsela a Él. ¿Cómo? Necesitamos arrepentirnos, lo que significa que debemos volver nuestro corazón a Él de manera sincera y real, si más, y creer en que lo que Él ha hecho es verdadero. Podemos sólo decir: «Señor, te necesito. Te recibo ahora mismo como mi vida«. Les aseguro que así y sólo de esta manera, entraréis en el reino de Dios, naciendo de nuevo en el reino de Dios.

El artículo del blog de «Bibles for America» concluye aludiendo a que hemos nacido de simiente incorruptible (1 Pedro 1:23). Es incorruptible esta simiente porque contiene la vida de Dios, que es lo único en todo el universo que no se llega a corromper nunca. Cuando hablamos la Palabra de Dios, esa vida es trasmitida para que otros, al creer, sean también vivificados mediante la impartición de esta vida, que es la regeneración. Cuando somos salvos, es decir, cuando nacemos de nuevo, no podemos «desnacer». El proceso es irreversible, aunque posteriormente, como con cualquier otro nacimiento, de cualquiera otra vida, es necesario la alimentación y el crecimiento.

Recomendamos la lectura del artículo completo en su fuente original: «¿Qué significa nacer de nuevo?» del blog «Bibles for America». Este post no es una reproducción ni una ampliación del mismo, sino unas breves anotaciones personales resultados del disfrute del autor al leerlo y orar.

En Cantar de los Cantares

Hoy he vuelto a leer Cantar de los Cantares. Una gran historia de amor. Siempre que regreso a este libro veo cosas nuevas.

La vida cristiana es en realidad un romance divino entre nosotros y el Señor. Podemos tener una visión más adusta y doctrinaria pero eso nos llevaría a perder el significado intrínseco de la vida cristiana que es la relación íntima, profunda, real, afectiva con nuestro Amado, y ciertamente erraríamos el blanco. Nos quedaríamos secos, sin sal, sensibles al mundo y ajenos a Dios, hagamos lo que hagamos y sin importar lo que digamos. Cuando nuestra relación con el Señor es restablecida, refrescada y reiniciada, entonces estamos llenos del Señor. Tenemos entonces esa convicción profunda de Su presencia y de Su obra. Es real y cercano para nosotros, lo experimentamos y lo conocemos. Gustamos de Él y le damos espacio para que Él obre en nosotros. Tenemos paz, no tranquilidad de tipo sicológica o circunstancial. Tenemos esa paz misteriosa e indescriptible que va más allá de todo entendimiento.

He visto que en Cantar de los Cantares hay una progresión continua en la experiencia de los creyentes y como resultado, un incremento en el nivel de madurez de los creyentes, representados (todos) por la Sulamita, que es directamente proporcional a la profundidad de la relación que ésta tiene con su Amado, nuestro Amado, que va siempre en dirección ascendente a lo largo del libro.

En el primer capítulo, la Sulamita anhela ansiosamente y de manera desesperada el contacto íntimo con Su amado. Aquí vemos que la que ama a Cristo ha logrado experimentar cierta medida de Su amor pero quiere algo más profundo. En este primer capítulo ella es una persona fuerte y natural, aunque ama al rey (mucho según se puede leer) pero aún se encuentra en el mundo, esclavizada por este sistema satánico y necesitada aún de transformación. El rey le dice en el versículo 9: «Te comparo, mi amor, a una yegua entre los carros del faraón.» Aquí tres elementos a tener en cuenta, «yegua», animal noble y hermoso, pero brioso y a menudo independiente, «entre los carros los carros», refiriéndose a que está firmemente sujeta. ¿Dónde? Pues finalmente la referencia a Faraón da a entender que está en el mundo. Cuando creemos y recibimos al Señor, lo amamos tiernamente y a menudo no tenemos problemas para testificar de este amor recién descubierto, pero todavía hay poca transformación interior todavía, poca madurez. Así comienza este libro, que continúa en varias etapas:

Llamada a ser liberada del yo mediante la unidad con la cruz; llamada a vivir en ascensión como nueva creación en resurrección; llamada con mayor intensidad a vivir detrás del velo mediante la cruz después de la resurrección; participando en la obra del Señor y finalmente abrigando la esperanza de ser arrebatada. Todos estos niveles nos contienen y representan a nosotros en nuestra experiencia gradual con nuestro Señor.

Finalmente, en el último versículo del último capítulo dice: «Apresúrate, amado mío, y sé semejante a la gacela o al cervatillo sobre los montes de especias.» Aquí tenemos la poderosa oración de la que ama a Cristo para que regrese en el poder de su resurrección (gacela o cervatillo) para establecer Su reino dulce y hermoso (montes de especias) que abarcará y llenará toda la tierra, según vemos en Apocalipsis 11:1 y Daniel 2:35. Es estupendo ver el cambio (no sólo externo) de la que ama, a lo largo del libro.

«Señor, que tengamos una relación normal contigo. Anhelamos una relación personal profunda, de carácter ascendente. Anhelamos experimentarte en el disfrute de tu persona maravillosa. No queremos quedarnos igual. Necesitamos conocerte para madurar y crecer en ti. Gracias Señor por tu disponibilidad a nosotros. Amén.»

El Padre, el Hijo y el Espíritu: Coexistentes y coinherentes

A inicios del 2011 publicamos unas citas acerca de la coexistencia y la coinherencia, sobre la experiencia y el disfrute del «Libro de lecciones nivel 2: El Dios Triuno – El Dios Triuno y la persona y obra de Cristo» contenido en la biblioteca online de la web de Living Stream Ministry.

Podemos ver ejemplos de la coexistencia en Mateo 3:16-17. Allí podemos ver claramente a los tres de la deidad, el Padre hablando del Hijo, el Hijo subiendo del agua y el Espíritu descendiendo sobre el Hijo. Un cuadro ciertamente maravilloso. Los tres existen simultáneamente, es decir, existen al mismo tiempo. Existe el padre al tiempo que existe el Hijo mientras existe el Espíritu. La existencia de ninguno de ellos niega la existencia de los otros dos. En Juan 8:26, el Señor se refiere al Padre como «Aquel que me envió». Él no se envió a Sí mismo. La existencia múltiple tiene como fin llevar a cabo la economía de Dios, que es el plan de Dios que cumple el deseo y el propósito de Dios.

Está claro que podemos diferenciar al Hijo del Padre, al Padre del Espíritu y al Espíritu del Hijo y observar claramente  a cada uno de ellos. Es posible distinguirlos y hasta contarlos. Tampoco nadie puede decir que el Padre descendió en forma de paloma o que el Espíritu fue bautizado en las aguas del río Jordán por Juan el bautista. Aquí es donde muchos se preguntan: ¿Son tres Dioses separados? La respuesta es definitivamente No. A lo largo de todas las Escrituras nunca vemos tal separación. Nadie puede aducir separación sobre una base bíblica seria. No es eso lo que está revelado en la Palabra. En realidad Dios es uno y es tres.

En Deuteronomio 6:4 dice: «Oye, Oh Israel, Jehová es nuestro Dios; Jehová uno es«. Además, en Romanos 3:30, en Gálatas 3:20 y en Jacobo (Santiago) 2:19 se menciona que Dios es uno. En el evangelio de Juan, versículo 9, después que Felipe le dijo al Señor que le mostrara al Padre, podemos leer:  «Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?»… hablando en primera persona como el Padre, para luego cambiar inmediatamente a hablar en primera persona como el Hijo, en el mismo versículo, diciendo: «El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?»  Y en el versículo 10 continúa: «¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí ? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras«. Aquí vemos claramente que el Padre permanece (existe y mora de manera permanente) en el Hijo. Así que el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre. Podemos decir que el Padre y el hijo son coinherentes, existen el uno en el otro, además de ser coexistentes, como vimos en el párrafo anterior, basándonos en Mateo 3:16-17.

Por otro lado, consideremos Juan. 8:29. En este versículo el Señor dice: «Porque el que me envió, conmigo está; Él no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada«. «El que me envió» (el padre) está con el Hijo en este versículo. La preposición «con» no debemos entenderla como indicativo de acompañante completamente diferente que podrían ser separados, sino como que uno  es inherente al otro, habitando en el mismo espacio al mismo tiempo, a la vez que pueden ser distinguidos. Distinguibles pero inseparables. El Hijo, además, echa fuera los demonios por el Espíritu Santo (Mateo 18:28), no por Sí mismo, es decir, el Espíritu Santo mora en el Señor. Aunque es distinguible con respecto a Él, no puede ser separado del Señor.

En Juan 14:26 leemos que el Padre enviaría al Espíritu en nombre del Señor y que el Espíritu nos enseñaría todas las cosas y nos recordaría las palabras del Señor. La nota 3 de este versículo en la Biblia de Estudio «versión recobro» dice: «En 5:43 se nos dice que el Hijo vino en el nombre del Padre, y aquí que el Padre envió al Espíritu Santo en el nombre del Hijo. Esto comprueba no solamente que el Hijo y el Padre son uno (10:30), sino también que el Espíritu Santo es uno con el Padre y con el Hijo. El Espíritu Santo, quien es enviado por el Padre en el nombre del Hijo, no sólo es la realidad que procede del Padre, sino también la realidad que proviene del Hijo. Este es el Dios Triuno — el Padre, el Hijo y el Espíritu — que finalmente llega al hombre como el Espíritu». Esto es estupendo. El Dios Triuno ha venido a nosotros completo, como el Espíritu, para traernos la realidad de todo lo que Él es, todo lo que ha llegado a ser y todo lo que tiene para nuestro disfrute y salvación.

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Debemos tomar la iniciativa de permanecer firmes sobre el terreno único de la iglesia

El buen depósito – Cuando hablamos del terreno único de la iglesia, nos referimos al terreno genuino de la unidad de la iglesia. En el segundo capítulo de 2 Corintios vemos a la iglesia en Corinto. Es interesante que el apóstol no se dirige a una de las iglesias en la ciudad de Corinto ni a la asamblea de las iglesias en esa ciudad, sino a la iglesia en Corinto. ¿Qué relevancia tiene esto? La localidad es importante por cuanto es el medio práctico para  que la iglesia exista de manera concreta en cierto lugar. Sabemos que la iglesia está compuesta por la totalidad de los redimidos y salvos en todo lugar y en todo tiempo, pero al ser criaturas sujetas al tiempo y al espacio, no podemos reunirnos todos, ya sea por la barrera del tiempo, ¿podríamos reunirnos hoy con Martin Lutero? o el espacio ¿podríamos reunirnos aquí con los hermanos que viven en Asia?

El aspecto de la localidad es importante para la existencia, la expresión y la práctica de las iglesias de un modo tangible y práctico. La iglesia en Corinto, es decir el total de todos lo santos en esa ciudad, existía en esa ciudad griega en un momento determinado. El testimonio de Cristo entre ellos se establecía y manifestaba en ese lugar y no en otro, por la razón simple de que ellos habitaban allí. Ellos edificaban el Cuerpo de Cristo en esa locación, sin que su ubicación estorbara este propósito. El Cristo que experimentaban y ministraban es el mismo Cristo de los hermanos en Roma o en Tesalónica, sólo que era expresado en un sitio diferente de aquellos. Esto no solamente es posible sino recomendable, pues el Cristo que disfrutamos es para ser mostrado, dado, modelado, enseñado y entregado a otros.

Leer también: Para guardar la fe, necesitamos la fe y una buena conciencia

Por otro lado, la predicación del evangelio, la oración, la proclamación y enseñanza de la verdad y las reuniones se desarrollaban en la ciudad sin que por esto podamos decir que ellos eran sectarios. ¡No lo eran! No lo eran por la sencilla razón de que ellos habitaban en Corinto y no en otro sitio, pero su testimonio, la verdad que conocían y practicaban, las enseñanzas que recibían y la salvación que llevaban a cabo era única y una, la misma de todos los demás cristianos en otras ciudades del imperio y en otros tiempos.

Vemos en hechos 8:1, 13:1 y en Apocalipsis 1:11 que en cada lugar existían una iglesia local. La localidad revelada para que la iglesia exista está determinada por la ciudad, que es la unidad práctica mínima, no una calle, un barrio, o un grupo específico menor que la totalidad de los hermanos. Según las Escrituras los límites de la ciudad son los límites básicos de la iglesia allí, no más cerca, no más lejos.

Cuando nos reunimos sobre el terreno de la ciudad, sin tomar ningún otro parámetro, favorecemos que el pueblo de Dios se mantenga siendo uno, al seguir las indicaciones de Dios en la Palabra, sin divisiones artificiales, basadas en consideraciones culturales, doctrinales o de barrios (Sal 133; Jn 17:11, 21-23; 1Co 1:10; Ef 4:3-4). En segundo lugar, el único nombre en el que el pueblo de Dios debe reunirse es el de nuestro Señor, cuya realidad es el Espíritu; denominarnos usando cualquier otra consideración, buena o mala, es dividirnos según las perspectiva divina, es cometer fornicación espiritual (Mt 18:20; 1Co 1:12; 12:3).

Debemos mencionar dos puntos más en relación a este asunto que es de vital importancia: En el Nuevo Testamento, la habitación de Dios, Su morada está en nuestro espíritu, previamente regenerado por el Espíritu Santo que vino a vivir en la parte más profunda de nuestro ser, nuestro espíritu, cuando creímos. Reunirnos para adorar a Dios es ejercitar nuestro espíritu regenerado, contactando a Dios, disfrutando a Dios, experimentando a dios, cuando estamos juntos. Esta es la reunión cristiana, cuando ejercitamos nuestro espíritu para entregarnos a Dios, disfrutar a Dios y permanecer en Él, haciendo todas las cosas en / para Dios Jn 3:6; Ro 8:16; 2Ti 4:22, Ef 2:22; Jn 4:24; 1Co 14:15).

Por último, en relación a nuestra adoración a Dios (no sólo estando reunidos) lo normal sería experimentar la aplicación práctica de la cruz de Cristo, representada por el altar (Dt 12:5-6, 27), al rechazar la carne, el yo y la vida natural y adorar a Dios única y exclusivamente con Cristo (Mt 16:24; Ga 2:20). Cualquier otra cosa podría ser más cómodo, más fácil, más de acuerdo a consideraciones naturales pero no sería apropiado y no sería la adoración apropiada que Dios anhela y necesita y que lleva a cabo Su propósito en esta tierra hoy.

Ref: ‘Tomar la iniciativa como ancianos y hermanos responsables‘, semana 7: Tomar la iniciativa de estar firmes sobre el terreno único de la iglesia, de permanecer sujetos a la limitación del Cuerpo de Cristo y de ser conscientes del Cuerpo en unanimidad, día 1 y 2.