El trono y el río de agua de vida que se mencionan en Apocalipsis 22:1 se refieren a Cristo, quien es Rey y Sacerdote. Este versículo dice:
Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle.
El trono y el río
Según lo que tenemos en las Escrituras acerca de la Nueva Jerusalén, en su cuadro amplio, tomando en cuenta toda la revelación bíblica, el trono tiene que ver con la autoridad y poder reales de Cristo, Quien es la corporificación de Dios, como nuestra Cabeza. Está relacionado con Su gobierno, Su reino, la esfera donde Él rige (Rey). Esto representa Su dominio, Su sacerdocio real (Ap 22:9).
Por otro lado, el río de agua de vida, es el fluir de la vida. Esta vida es la vida divina, que es la comunión divina para que seamos llenos y completamente saturados de Dios para Su sacerdocio santo (1P 2:5) que ostenta Su imagen, es decir Su expresión. Recordemos que cuando decimos que el sacerdocio santo porta la imagen de Dios, es que Dios es la imagen, es decir la expresión, de este sacerdocio. Aquí hablamos de los redimidos, no de la función sacerdotal.
Los sacerdotes hoy
Todos los creyentes son -han de ser- sacerdotes. Cuando creemos en -recibimos a- Cristo, recibimos la entrada al sacerdocio y obtenemos toda la cualificación y el material necesario para ser en realidad sacerdotes. No existe ni una letra en las Escrituras -sí en la lógica natural- que apunten a que Dios quiere que una parte de Su pueblo escogido y redimido sea sacerdote, mientras que la otra parte forme un grupo de sacerdotes-dependientes (laicado) para acceder a Dios.
Los sacerdotes se acercan al trono de Dios en el lugar Santísimo, que está en el espíritu de cada creyente regenerado, para tocarlo. Al disfrutar de este modo a Dios, ser llenos de Dios, saturados de Dios, constituidos de Dios y rebosar de Dios, entonces Dios fluye a través de ellos hacia los demás. Esto, hermanos y amigos, es lo más maravilloso. Dios fluye. Cada creyente consagrado y sirviendo apropiadamente a Dios en su espíritu tiene una fuente en su interior que mana, que fluye, con la vida de Dios, la vida eterna, para producir vida eterna. Sólo la vida de Dios produce vida eterna en las personas caídas que viven una vida humana finita, mortal y limitada (Juan 7:37,39). ¡Aleluya! La edificación genuina de la iglesia se produce desde el trono de Dios, mediante Su fluir en nosotros, hacia otros.
En Hebreos
Hemos publicado un himno que habla de lo que Cristo es para nosotros, tal como está revelado en el libro de Hebreos. Cristo nos introduce en el Lugar Santísimo, en la comunión con Dios (He 2:17, 3:1, 4:14, 5:6, 7:1). Él fue hecho semejante en todo a nosotros, Sus hermanos, para ser nuestro misericordioso y fiel Sumo Sacerdote, que nos comprende y entiende en todo, para destruir al diablo en la carne y resolver el asunto de nuestro pecado frente a Dios, al satisfacer todos los requisitos de la justicia de Dios, haciendo la paz para que la gracia nos fuera dada. Hoy participamos del llamamiento celestial como hermanos santos, completamente separados para Dios, sin importar nuestro trasfondo.
Hemos de retener nuestra confesión -se refiere a la fe-, pues tenemos un gran Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, que nos bendice y que traspasó los cielos. Ahora esta sentado en el trono a la diestra de Dios. Él despojó completamente a los principados y potestades (Col 2:15) y se levantó victorioso del Hades (Hechos 2:24-27). El libro de Hebreos habla de la edificación de una Ciudad (11:9-10; 16:12:22)
En Mateo
Cristo como Rey es Emanuel, Dios con nosotros. Aquel que une a Dios con el hombre y trae la autoridad de Dios al hombre (Mt 1:1, 23, 2:6). Mientras que en Hebreos hemos visto la edificación de una ciudad, aquí vemos la edificación de la iglesia (v. 16:8). No son dos eventos separados. Dios lleva a cabo una sola edificación. Es lo que Dios está haciendo. La edificación de la Ciudad es la edificación de la iglesia. Dios edifica la iglesia porque está edificando la Ciudad. Dicho de otro modo, Él está edificando la Ciudad en la eternidad y por la eternidad mediante la edificación de la iglesia que tenemos hoy. Nosotros hemos de edificar la iglesia para que la edificación de Dios de la Ciudad Eterna sea llevada a cabo y finamente consumada. Debemos ser edificados y ser edificadores. ¡Amén!
Cristo es tanto Sacerdote como Rey. En Él están la comunión del sacerdocio y la autoridad real por causa de la edificación. La meta del sacerdocio y el reinado es el Edificio de Dios, aquello que Dios está edificando, lo que Dios quiere edificar.
Por un lado, de Cristo fluye la comunión de vida a nosotros para que lo expresemos (Su imagen), por el otro, Él nos coloca bajo Su autoridad, que es la autoridad del Trono, para que ejerzamos esa autoridad (Su dominio). Hay un principio importante aquí, que observamos que se nos escapa con facilidad. Cualquier autoridad que tengamos en Cristo proviene de Él, no de nosotros. La autoridad del Trono es ejercida a través de nosotros cuando nosotros estamos bajo Su autoridad sin fisuras. Sólo podemos permanecer bajo Su autoridad por Su gracia y en Su vida, no por ningún tipo de voto o juramento que hagamos, que siempre provienen de hombres, así como nuestros esfuerzos propios. Cuando tomamos la resolución en nuestro corazón de colocarnos bajo la autoridad de Dios, debemos llevarlo y entregarlo al Señor, para que Él haga la obra, con / en nosotros. Desde luego, nuestra iniciativa es crucial.
La autoridad de Dios en nosotros
En la práctica es difícil dilucidar cuando lo hacemos nosotros y cuando lo hace Dios. Discutir esto a la manera de la doctrina técnica, a la manera de la filosofía, es decir, ejerciendo nuestro entendimiento natural y usando nuestra mente no renovada, fuera de la comunión divina, ha hecho perder mucho tiempo a los hijos de Dios a través de los años.
Dios lo causa, nosotros tomamos la iniciativa, nosotros lo hacemos, Dios lo hace, nosotros en Dios, dependiendo de Dios, Dios lo realiza, permanecemos en Dios, adquirimos Su imagen, cuando lo experimentamos y ejercemos Su dominio, cuando con / juntamente con / en Él estamos, llenos de Él, constituidos y rebosantes. No podemos dejar el misterio atrás. hay muchas cosas en las Escrituras que no son para que las describamos, sino para que las experimentemos.
La autoridad de Dios es única en el universo. El ejercicio de esta autoridad, cuando es auténtico y real, es completamente diferente de cualquier lógica, resorte, mecanismo natural y mental. Los creyentes que ejercen el dominio de Dios, están bajo Su dominio. Toda autoridad de Dios que esté identificada con nosotros, depositada en nosotros y mostrada a través de nosotros proviene del Trono. En Cristo sólo los esclavos fieles son reyes. ¡Aleluya! Sólo podemos ser reyes-mayordomos ejerciendo la autoridad y el poder de nuestro Señor Rey-Sacerdote. Este es un dilema como el de Gálatas 2:20. ¿Ejercemos la autoridad? Sí. ¿La ejerce Cristo en nosotros? Sí. ¿Reinamos en vida? Sí. Cristo es el que reina en /mediante nosotros? Sí. ¿Reinamos con Cristo? Sí. ¡Aleluya!
Reyes y sacerdotes
Según 1 Pedro 2:9 los redimidos son un sacerdocio real, con la posición y autoridad propias de un rey (representado por el Trono) y el agua de vida (representado por el río de agua de vida). Como un reino de sacerdotes (Ex 19:4,6; Ap 5:10) tenemos simultáneamente el reinado y el sacerdocio. Para presentar las verdades podemos distinguir entre ambas, sin embargo el objetivo de Dios es primordialmente nuestra experiencia espiritual, en la cual somos sacerdotes y reyes. Somos sacerdotes para ser reyes, y del reinado proviene el sacerdocio. Una vez más, están estrechamente relacionados e interconectados.
Para nuestra práctica, debemos ir a nuestro espíritu y disfrutar a Cristo allí, como el Espíritu mezclado con nuestro espíritu. En nuestro espíritu están todas las respuestas. Allí, en Cristo, está todo lo necesario para nosotros. Mientras más tiempo pasemos con el Señor, más del Señor tendremos. Entonces espontáneamente algo saldrá de nosotros para entregar a otros. Dios fluirá de nosotros. Este fluir está relacionado con la autoridad -y el sacerdocio- real en nosotros.
Cuando somos llenos, constituidos… y Cristo rebosa de nosotros, seremos encabezados por el Señor. Estaremos bajo Su autoridad y viviendo en ella, en la esfera de Su dominio. Sólo entonces, el ejercicio del dominio, que se nos encomendó inicialmente en Génesis, será nuestro en realidad.
Ambas, la autoridad del trono y el fluir del río edifican la Ciudad Santa. Esto corresponde con Zacarías 6:12-13, donde vemos el cargo del sacerdocio relacionado con Josué y el del reinado, relacionado con Zorobabel. Ambos son tipos de Cristo. Ambos convergen en la realidad del Señor como Rey y Sacerdote para la edificación del Templo (Zac 6:11-15). Aleluya por el Señor, Quien es Dios y hombre, Rey y Sacerdote. Quien reina y fluye como la comunión de la vida divina, para la edificación de Su Morada eterna.
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Ref:
- La palabra santa para el avivamiento matutino, titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 1, “El sacerdocio y el reinado con miras al edificio de Dios”
- El sacerdocio, págs 38-41, aquí
- The Priesthood and God’s Building, pág 32 y caps 1-2
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