En Levítico, Dios habló a Israel, sin embargo, no habló desde el cielo o desde el monte, habló en el Tabernáculo. Levítico es una crónica del hablar de Dios. Dios habla. En el Tabernáculo, Dios habla. ¿A quién habla Dios? Dios habla a Su pueblo redimido (He 1:1, Lv 1:1, 27:34). Dios está profundamente interesado en hablar, en expresarse y en llegar a ser nuestra expresión.
Dios habla
Él siempre ha hablado, de varias maneras, aún antes de hablar en el Tabernáculo, el lugar escogido por Dios para establecer Su Habitación. Su pueblo se reúne para recibir el hablar de Dios. Su hablar incluye Su dirección, Su guiar, Sus mandamientos, Su adiestrar, Su consolar… Recibir el hablar de Dios es recibir la revelación divina, Su pastoreo, Su protección y hasta Su misma Presencia…, y muestra nuestra unión con Dios en el cumplimiento de Su propósito.
En éxodo 19:1 el pueblo fue adiestrado por Dios en cuanto a participar de Él para llevar una vida santa. Más adelante en 27:20 Dios, en Su hablar a Moisés acerca de la manera apropiada de adorarlo en el Tabernáculo, mediante los sacerdotes y con las ofrendas, instruye a Su pueblo con respecto a hacer arder las lámparas.
El Tabernáculo, las lámparas y la luz que asciende
El tabernáculo (Lv 1:1), que es la Tienda de Reunión, es el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo redimido para hablarle. Es por esto que el Tabernáculo es un tipo de la iglesia. Allí las lámparas, sobre el candelero, debían arder, en el Lugar Santo. Los sacerdotes debían cuidar de las lámparas en el sentido en que éstas debía iluminar y ellos debían estar pendientes de todos los asuntos correspondientes. La iluminación provista por las lámparas es la manera apropiada de reunirnos. Todo cuanto hagamos en la reunión, orar, cantar, alabar o profetizar, debe hacer que las lámparas alumbren (Ex 27:21).
El Tabernáculo es un tipo de la iglesia, donde nos reunimos con Dios. Las lámparas son un tipo de nuestro espíritu. La luz que asciende (lo traducido “hacer arder” es literalmente “que la luz ascienda») es nuestra expresión de Cristo, cuando Cristo nos llena, nos satura, aún nos constituye y rebosa de nosotros. Esta luz que asciende es Dios mismo expresado en nosotros.
El candelero es una representación de Cristo como la corporificación del Dios Triuno. Era hecho de oro puro, de una pieza, labrado a martillo (Ex 25:31). Los pábilos, sin embargo, provenían de la vida vegetal y para arder debían estar saturados de aceite. Los pábilos representan la humanidad elevada de Cristo, que arde con el aceite divino para irradiar la luz divina.
Así que hasta ahora tenemos 3 elementos: El Tabernáculo que representa a la iglesia en que allí Dios se reúne con Su pueblo, las lámparas (con el candelero y sus elementos: Pábilo y aceite) y la luz que de ellas asciende, representando el hablar de Dios, el fluir de Dios, la expresión de Dios y el resultado de nuestra experiencia de Dios.
Lámparas encendidas
Para que las lámparas permanezcan encendidas se necesitan dos cosas: Combustible y cuidado sacerdotal. El trabajo de encender la lámparas era una cosa santa hecho por personas santas. Como creyentes debemos permanecer en nuestro espíritu regenerado, donde mora Dios, Quien es Espíritu (Jn 5:7), para experimentarlo y servirle de manera apropiada, sirviendo en adoración (Ro 1:9), para que haya luz.
En la iglesia
Hoy cuando nos reunimos como iglesia (el Tabernáculo de hoy), debemos reunirnos de la manera adecuada, haciendo arder las lámparas. Cuando la luz asciende, el testimonio de Dios como luz asciende. Este testimonio es Dios mismo siendo expresado y trasmitido.
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- La palabra santa para el avivamiento matutino, titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
- Estudio-vida de Éxodo, pág 1278-1280, 1268-1269
- Estudio-vida de Éxodo, mens. 114-115
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