
¡Cristo es el renuevo de Jehová y es el renuevo de David! (Isaías 4:2; 11:1). Me encanta esta frase. Contiene e implica lo divino, lo humano, el proceso y fluir de Dios, la encarnación, la salvación, el sacerdocio, la economía de Dios, el propósito divino, Cristo, nuestra experiencia de Cristo, el reino de Dios…
Renuevo de Jehová y de David
Esto es un misterio y al mismo tiempo una maravilla. ¿Jehová necesitaba ser renovado? Estas es una pregunta genuina. Jehová Dios no tenía -ni tiene- ningún problema en cuanto a Su naturaleza o Su condición. El no envejece. Él siempre es el mismo, permanentemente fresco y nuevo.
No hay corrupción ni deterioro en Dios. El Dios de entonces esencialmente es el mismo Dios de ahora, sin embargo Dios tiene un deseo y un propósito. Para cumplir el primero y llevar a cabo el segundo Él necesitaba fluir, es decir, extenderse hacia la humanidad, entrar en la humanidad. ¡Esto ocurrió! ¡Ya ocurrió!
Este renovar fue llevado a cabo mediante la encarnación (Juan 1:1, 14). ¡Dios se encarnó! ¡Cristo es el renuevo de Jehová y el renuevo de David! ¡Aleluya! ¿Podemos describir técnicamente esto? ¿Aún podemos entenderlo como entendemos, por ejemplo, la fotosíntesis? La respuesta es «no» a ambas preguntas. Como hemos comentado, este es un misterio de Dios. El hecho claro es que Dios se hizo carne, se introdujo en la humanidad, y llegó a ser un hombre perfecto en la persona de Jesús.
“Renuevo de Jehová» se refiere a Su procedencia divina y “renuevo de David» tiene que ver con Su procedencia humana.
Entonces Cristo como renuevo de Jehová proviene, desciende de Dios, y Él es Dios; y como renuevo de David, desciende, proviene de David, quien es hombre, y Él mismo es hombre.
Cristo Sumo Sacerdote y Rey; y consejo de paz habrá entre ambos

En Zacarías 6:12 vemos que el profeta le habló a Josué, el sumo sacerdote de entonces, diciendo que Cristo sería el Renuevo de Jehová para edificar el templo de Jehová, como sumo sacerdote y Rey. Leemos “llevará majestad y se sentará y regirá en su trono; será sumo sacerdote en su trono”. Nuestro sumo sacerdote y nuestro Rey -Cristo- ocupa ambos cargos con absoluta y perfecta armonía para la edificación de Su Casa, como vemos en Zacarías 6:13: “ y consejo de paz habrá entre ambos”. “Ambos” habla del sacerdocio y el reinado de Cristo.
Cristo es el único capacitado para desempeñar ambos cargos, el cargo y oficio sacerdotal, y la dignidad de Rey, un sacerdote real y un rey sacerdotal, porque Él es Dios-hombre. Cristo desempeña ambos cargos para la edificación de la iglesia como templo de Dios.
El sacerdocio real, el aarónico y el divino
El sacerdocio aarónico resuelve el asunto del pecado. Una vez resuelto el asunto del pecado, queda la cuestión de la muerte. La muerte, producida por el pecado (Ro 5) y sus resultados debían ser resueltos también. Los resultados de la muerte, según Romanos 8 son la vanidad, la corrupción, la esclavitud, el deterioro y el gemir… Es por causa de estos resultados de la muerte que necesitamos el sacerdocio divino, que está lleno de vida y nos proporciona vida.
Cristo es el sacerdote perfecto y
todo-inclusivo. Él también es Rey. Cristo es el sacerdote real o Rey sacerdotal, en perfecta armonía y unión, sin ningún conflicto entre ambos, para derrotar a Su enemigo y edificar la Casa espiritual. Recordemos también a Hageo 1:1-2 donde el gobernador y el sumo sacerdote se mencionan juntos.
Ministerios terrenal y celestial de Cristo
Mientras Él estuvo en la tierra, durante Su ministerio terrenal, Cristo fue sacerdote según el orden de Aarón. El sacerdocio del orden de Aarón presenta las ofrendas de parte de los hombres ante Dios para para resolver el asunto de sus pecados. Era necesario que el pecado fuera quitado de en medio, por ello Cristo en Su etapa terrenal se ofreció a Dios como ofrenda por nosotros para quitar el pecado de en medio, y nos llevó consigo (He 9:14, 26).
Sin embargo, en Su resurrección y ascensión, después de Su muerte, Él trascendió el sistema de ofrendas del orden de Aarón y fue designado Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (5:6, 10), ya no para ofrecer sacrificios por el pecado, ya resuelto mediante la ofrenda única y exitosa en la cruz, sino para ministrarnos -servirnos, presentarnos y que tomemos- el pan y el vino celestiales (Ref: Mateo 26:26-28).
¿Qué significa esto? Este pan y este vino representan nuestra alimentación completa y suministro celestiales. Ellos consisten en el mismo Dios, que está disponible como el Espíritu vivificante que recibimos al creer para nuestra completa salvación. Esta maravillosa disponibilidad de parte de Dios es posible como resultado del proceso de encarnación, vivir humano con su ofrenda única y aceptada, su crucifixión, y la resurrección culminada en la ascensión, para nutrirnos, refrescarnos, sostenernos, consolarnos y fortalecernos (He 7:25). ¡Esto es maravilloso!
Hebreos 7: Sumo sacerdote y rey
El libro de Hebreos trata acerca del Cristo celestial. Dentro de este asunto lo principal es que Él es el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec -Rey de justicia y Rey de paz-, lo cual incluye el reinado, con poder y autoridad (2:17; 4.14; 5:6, 10; 6:20; 7:1-3, 28; 8:1-2; 9:11: Sal 110:1-4).
El ministerio celestial de Cristo en Su ascensión incluye Su reinado, en el cual Él gobierna sobre la tierra y administra nuestros asuntos; también incluye Su sacerdocio, donde Él intercede por nosotros, llevando nuestro caso delante de Dios y ministrándonos a Dios mismo a nosotros. Esto es para la edificación de la iglesia como templo de Jehová, el templo de Dios.
Objetivos del sacerdocio real
Este sacerdocio real, con todos sus resultados y efectos, tiene 2 objetivos principales: Combatir contra los enemigos de Dios para traer justicia y paz, con el propósito de que Dios pueda ministrarnos al Dios Triuno procesado, del que hablamos anteriormente, disponible como el Espíritu que da vida, para que sea nuestro disfrute y suministro diarios (vs 1-2; Gn 14:18-20).
Cada día necesitamos al Dios Triuno -recordemos el maná- para ser alimentados, avivados, y suministrados por Él. Cada día normal para un creyente normal incluye ser lleno del Señor para disfrutar de una salvación real y plena ese día -no en un futuro lejano ni en un pasado remoto-. Esto es espiritual y al mismo tiempo algo muy práctico y experimentable, además es nuestra necesidad evidente.
Aquí llegamos al segundo objetivo del sacerdocio real, que es nuestra salvación en Su vida hasta la glorificación de todos los elementos derivados de la muerte y relacionados con ella. Este sacerdocio divino equivale a la ausencia de muerte y la presencia de vida (He 7:25, 28; Ro 5:10; 8:19, 21, 23, 30).
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