Conocer la Palabra de Dios de manera apropiada, para recibir la revelación de Cristo

Conocer la Palabra de Dios

Debemos conocer la Palabra de Dios. Ésta puede quedar escondida o cerrada cuando nuestra experiencia de Dios es pobre o cuando recibimos la Palabra de manera inadecuada, usando únicamente nuestra mente natural, como cuando leemos un libro común, en lugar de ejercitar nuestro espíritu. Por otro lado está la cuestión técnica de las palabras, su origen y el contexto. Por último podríamos mencionar nuestro entorno. Esto lo podemos ejemplificar mediante la siguiente pregunta: “¿Cuánta revelación de la Verdad -no cuántos datos en la mente-, cuánto conocimiento de los idiomas generales y qué nivel de practicalidad apropiada tienen los creyentes a nuestro alrededor, y aquellos a los que tenemos acceso?

Estudiar la Biblia

El primer elemento para estudiar la Biblia con provecho sigue siendo que seamos las personas apropiadas. Además debemos contar con traducciones fiables, una visión espiritual, exposiciones sólidas y una práctica genuina. En este sentido el Señor se ha estado moviendo, especialmente en los últimos siglos. Muchos queridos santos, siguiendo la dirección divina, han estudiado la Biblia, la han traducido, anotado y expuesto el texto para nuestro beneficio y satisfacción de Dios en el cumplimiento de Su propósito. Necesitamos recibir la Palabra de Dios, siempre en los términos establecidos por el Autor, manteniendo el énfasis en Su énfasis, teniendo un entendimiento espiritual según Su entendimiento, para experimentarlo y para alcanzar Su meta. Nuestro discernimiento -debemos tenerlo- sólo debe conducirnos al Autor mismo, experimentarlo a Él en el curso de nuestra lectura y estudio. Debemos alejarnos de las interpretaciones privadas (2P 1:20).

A partir de nuestra lectura de la Palabra

Cuando leemos la Biblia no es admisible que produzcamos una versión personal. Tampoco debemos crear una tradición, sobre la base de aquello que Dios nos ha mostrado. En ese caso nos detendremos y estorbaremos a Dios en Su avance. Debemos conocer el texto y lo que está en Su esencia, al tener comunión con el Autor, sin caer en el peligro de creer que hemos llegado ya a la meta. 

Una advertencia

Sabemos que hoy no está de moda interpretar un texto en concordancia con el interés del autor. Esto lo digo en general, aunque también con relación a la Biblia. La cultura dominante hoy entiende que la conclusión propia de cada lector es lo importante y que la intención del autor es de valor secundario, ya que ésta está “atrapada» a menudo en un contexto cultura diferente de aquel en que se encuentra el lector actual.

Hemos de preguntar al Señor siempre: “¿Qué estás diciendo aquí? ¿Qué significa esto? ¿Cual es Tu propósito aquí?” Nunca la pregunta debe ser: “¿Qué significa esto para mi? ¿Según yo mismo -u otra persona-, qué significa este pasaje? ¿Cuál es el significado particular de esta porción para mí?” Este subjetividad conduce al relativismo. Entonces Dios queda fuera, la Palabra queda vacía y se convierte automáticamente en un asunto personal. Este no es el camino de Dios.

Todavía

Nosotros los cristianos todavía tenemos el mandamiento, la obligación y la necesidad de conocer la Palabra de Dios. ¿Cómo? Conociendo al Autor, Quien es el Origen del texto (2Ti 3:16). Dios mismo es la Palabra (Jn 1:1). Su Palabra es Espíritu y es vida (Jn 6:63). Debemos acercarnos a la Palabra de manera apropiada, en la comunión apropiada (1Jn 1:2-3; Hch 2:41-42; 2Co 3:14), con oración (Ef 6:17-18) para recibir la luz de Dios (1Jn 1:5-7) sin la cual estaremos en tinieblas, la limpieza y purificación necesarias de la sangre del Señor (1Jn 1:7), permaneciendo en el Señor (Jn 15:5) para llevar fruto y ser contados como discípulos del Señor (Jn 15:8). La Biblia es un libro único en vario sentidos. Es Espíritu y es vida, es la leche espiritual (1P 2:2), es nuestro pan de vida (Mt 4:4), nuestro alimento para comer (Jer 15:16) y es Dios mismo (Jn 1:1, 14).

Además, nuestra fe cristiana está contenida en ella. Aquí nos referimos no al acto de creer, sino al conjunto de las verdades fundamentales que recibimos y sobre las que nos sostenemos, la fe objetiva. Este es el contenido de la economía de Dios (La administración de Su Casa -Su familia-, Su dispensación), que también es el contenido del evangelio completo de Dios. Esta fe se menciona en 1 Timoteo 1:4, 19; 2:7; 3:9, 13; 4:1, 6; 5:8; 6:10, 12, 21, en 2 Timoteo 3:8; 4:7 y en Tito 1:1, 4, 13.

Nuestra experiencia espiritual adquiere forma, dirección y fundamento en las Escrituras, y aún nuestra comunión se hace real en ellas, no basta que sea entre nosotros hoy y con Dios, sino que además debe ser con los apóstoles (1Jn 1:3; Hch 2:41-42). Por ello es importante que tengamos una relación con la Palabra que sea apropiada.

A Timoteo -a nosotros

En 1Ti 4:6-9 el apóstol Pablo le dice a Timoteo que su desempeño y aprobación como ministro de Cristo Jesús depende de que exponga “estas cosas”, descritas como palabra fiel y digna, como resultado directo de estar nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que él siguió con fidelidad, desechando los mitos y ejercitándose para la piedad. Trazar bien la palabra de verdad.

En 2Ti 2:15, el apóstol Pablo usa el término “trazar”. Éste está relacionado con la habilidad proveniente de la práctica de la verdad, el conocimiento fiel de las enseñanzas, al estar nutrido con ellas y el don recibido. ¡Hemos de comer Su Palabra!

¡Hemos de ejercitarnos para la piedad!

Todos tenemos que presentar la verdad aprendida de una manera diestra, exacta y fiel. Esto excluye los generalismos excesivos. También deja fuera el hacerlo por nosotros mismos, usando sólo ideas y conocimientos, sin estar alimentados y constituidos con la Palabra de verdad. Necesitamos presentar la verdad a la manera de ministrar el Cristo que hemos experimentado, y del cual hemos sido llenos, siguiendo Su dirección. Si esto descuidamos seremos ligeros y superficiales. No estaremos expresando a nosotros mismos. ¡Cuánto necesitamos trasmitir la verdad a la manera de revelación, ministrando a Cristo para alimentar a otros con el Pan adecuado, según el énfasis apostólico y divino para alcanzar la meta de la economía de Dios.

 Ser como Dios, expresar a Dios. La vida cristiana debe ser una vida que exprese a Dios y que tenga la semejanza de Dios en todas las cosas (Ti 2:10; 3:16; 4:7, 8; 5:4; 6:3, 5, 6, 11; 2 Ti 3:5, 12; Tit 1:1; 2:12).

Lo principal en el Tabernáculo

Hemos compartido algunas consideraciones sobre las lámparas y su función en el Tabernáculo:

  • Es un servicio sacerdotal estrictamente sacerdotal.
  • Representa la manera en que debemos reunirnos como cristianos (emitiendo la luz divina al tener la imagen -expresión- de Dios en realidad).
  • El Tabernáculo, contenedor de las lámparas, tipifica la iglesia, como lugar de reunión de Dios y el hombre.
  • El Tabernáculo, contenedor de las lámparas, tipifica la iglesia, como sitio y esfera de Su hablar.
  • Las lámparas que arden son santas por estar en el Lugar Santo.
  • Para encender las lámparas santas se necesitan personas santas, total, completa y absolutamente consagradas para Dios.
  • Los que encienden las lámparas en el Tabernáculo representan, en realidad y función, a aquellos cristianos que, no importa qué hagan, encienden las lámparas hoy en las reuniones cristianas al vivir a Cristo y estar constituidos por Él.
  • La luz emitida por las lámparas no es artificial o natural, sino divina, santa y verdadera. Es Dios mismo siendo expresado y fluyendo desde y en los creyentes.
  • La luz divina de las lámparas ilumina y produce la edificación y conduce a ella. La luz natural divide y destruye.

La principal comisión sacerdotal. El asunto central y primero

Por otro lado hoy entramos a la cuestión del incienso. Éste constituía la comisión principal de los sacerdotes en el Tabernáculo. Quemar el incienso es el asunto central de todo lo que hay en el Tabernáculo, la morada de Dios. Tratar este asunto y entenderlo, como los demás anteriormente, puede ser muy fácil doctrinalmente. Lo verdaderamente difícil es aplicarlos en nuestra vida diaria. Esto requiere de experiencia. Los que somos más jóvenes, de manera general, necesitamos pasar tiempo con el Señor en Su Palabra, con mucha oración y prestando atención a las notas correspondientes. Los mensajes del estudio-vida son una herramienta incomparable. De manera gradual, en la comunión apropiada, llegaremos a experimentar (conocer intrínsecamente) al Señor como todos los tipos.

El mueble que se menciona último en Éxodo es el altar dorado para el incienso. Una vez que todo está presentado: El arca, la mesa, el candelero, la edificación del Tabernáculo, el altar de bronce, el atrio, las vestiduras y comida sacerdotales y la santificación de los sacerdotes, es que tenemos el altar del incienso. Es significativo, espiritualmente, que el altar del incienso aparezca inmediatamente después de las vestiduras y comida sacerdotales, y su consagración.

Al final del capítulo 29 los sacerdotes están vestidos, saciados y sus manos están llenas; el Tabernáculo igualmente está listo. Entonces es que comienza el servicio santo. El servicio santo comienza en el segundo altar (el primero es el del holocausto). Según nuestro entendimiento natural, el servicio debía comenzar por el primer altar, pero no. En realidad comienza por el altar del incienso, que representa nuestras oraciones.

Arder y quemar

Notemos que el incienso está estrechamente relacionado con hacer arder las lámparas (Ex 30:7-8). Cuando las lámparas ardían el incienso estaba siendo quemado. Siempre que el incienso se quemaba, las lámparas producían luz. Aquí las lámparas ardiendo representan que leemos la Palabra y el incienso siendo quemado representa nuestra oración. Este es una representación poderosa. Espontáneamente la oración nos conduce a la Palabra y la Palabra a la oración, sin embargo debemos ser confrontados por Dios de manera que seamos impresionados por el asunto del incienso en el Tabernáculo y su relación con las lámparas ardiendo.

Cuando oramos estamos quemando el incienso (Salmos 141:2; Lc 1:10-11; Ap 1:8; 8:3-4). Cuando leemos la Palabra estamos prendiendo las lámparas. En la experiencia ritual del Tabernáculo existía una dependencia entre ambas cosas. Si sólo viéramos el humo del incienso sabríamos que la luz de las lámparas está ascendiendo en ese preciso momento. Si sólo viéramos las lámparas encendidas podríamos afirmar que el incienso está siendo quemado.

La Palabra y la oración

Nuestra oración y nuestra lectura de la Palabra no pueden ser separadas en la práctica. Ahora, no tomemos este principio como una norma religiosa. Aquí no estamos describiendo una rutina exterior, sino un principio espiritual. Usted podrá decir: «La Palabra es la Palabra y a oración es la oración». Eso es cierto, pero recomendamos, siguiendo la interpretación de los tipos antiguotestamentarios, la enseñanza de los apóstoles, nuestra práctica actual y nuestra experiencia, que la Palabra y la oración deben ir juntas, como para caminar, que necesitamos dos pies. También podríamos desplazarnos con solo uno, pero no sería lo óptimo. La Palabra y la oración son distinguibles pero no deben estar separadas. Debemos ver esto en su sentido más profundo y amplio, aunque también desde su perspectiva más práctica. Cuando leemos, debemos ejercitar nuestro espíritu y tener comunión con el Señor, entonces estaremos orando. Cuando oramos, las palabras que usamos son las de las Escrituras, entonces además de orar estaremos leyendo. Nos dirigimos al Dios de la Palabra en Su Palabra y lo disfrutamos en la oración. Si existe la noción entre nosotros de que la oración y la lectura de la Palabra están esencialmente separadas, tenemos una dificultad con nuestra percepción y experiencia espirituales. La relación entre ambas no debe ser, en ningún caso, desconocida.

La oración apropiada es aquella que se hace en la luz divina. Esta luz divina está contenida en la Palabra y proviene de ella. Recuerdo el testimonio de Mueller, que decía que temprano en la mañana cuando se levantaba a orar, primero leía una porción de la Palabra. Así se enciende la llama de la lámpara, se hace la luz espiritual y la oración fluye, es decir, la lámpara arde y se prende el incienso. ¡Un verdadero Tabernáculo en realidad!

Cuando quemamos el incienso

Nuestra oración está llena de realidad y sentido cuando permanecemos en el Cristo resucitado y ascendido, y con Él. Cuando oramos en Cristo de este modo quemamos el incienso. Son las palabras de Cristo, llenas de Cristo, en resurrección y ascensión. Ascendemos entonces a Dios en Cristo como nuestro único camino. Necesitamos tener una experiencia elevada de subir hasta Dios mediante la oración, una oración trascendente, que sea olor fragante para Dios (Sal 141:3).

El humo del incienso

Necesitamos la impartición de la gracia de Dios y la ejecución de la administración divina. Esta oración ofrecida en Cristo como esfera, y con Cristo como instrumento y medio, asciende. Eso es lo que determina esta impartición y esta ejecución en términos prácticos. ¡Cuánto necesitamos orar de este modo! Vayamos a la Palabra, tomémosla con oración, ejercitando nuestro espíritu apropiadamente.

Espíritu y vida

Recuerden que la Palabra es Espíritu y es vida. El órgano apropiado para recibir la Palabra es nuestro espíritu regenerado, que incluye el espíritu de nuestra mente (nuestra mente renovada -la mente puesta en el espíritu- gr: La mente del espíritu). Recibamos y disfrutemos a Cristo en nuestra lectura. Permanezcamos en el río de agua de vida de la comunión divina cuando leamos la Palabra, entonces tendremos luz y seremos introducidos en la oración rica, profunda y elevada, que se encuentra en el Cristo resucitado y ascendido. Con Él subiremos a Dios, como olor grato y aceptable, para recibir más de Él como gracia y permanecer bajo Su gobierno. ¡Esto es maravilloso!

Ex 30:7-8

Un sacerdote quema incienso en su interior para contactar al Señor. Esto hemos de aprender, de una manera fina, para ofrecer a Dios olor grato. Al orar expresando a Cristo, oramos nosotros y ora Cristo. Cristo y nosotros somos uno en esa oración. Entonces oramos incienso dulce que asciende a Él.

_____________________________________

Hola grupo!

Me gustaría recordar a todos que el contenido de este blog no es exhaustivo y no tiene el propósito de ser un manual de teología sistemática.

Son solo notas tomadas por el autor al leer, estudiar y orar la Palabra o los materiales de referencia que se señalan, principalmente para animar a unos, alcanzar a otros y propiciar la comunión y el intercambio.

Que el Señor sea con todos.

_____________________________________

Ref:

  • La palabra santa para el avivamiento matutino El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
  • El sacerdocio, pág 146, 156, 158-159, 165, cap 15
  • Lecciones acerca de la oración, cap 15
  • Estudio-vida de Éxodo, pág 1569
  • Estudio-vida de Éxodo, caps 81-83, 92-94, 147-152

Un registro del hablar de Dios

Levítico es importante para conocer la voluntad de Dios

Si preguntamos a cualquier cristiano acerca del libro de Levítico, quizás algunos digan que no se les ha ocurrido leerlo nunca. Otros, es probable que digan que trata de asuntos de la religión judía. Puede que hasta otros afirmen que se trata de un libro lleno de ordenanzas y advertencias, sin embargo la tipología contenido en este libro es fundamental para la experiencia que los creyentes tenemos del Señor y nuestro servicio a Él.

Adoración y vivir del pueblo de Dios

La mayor parte de lo que se ha divulgado sobre este libro es superficial. En un sentido podríamos decir que es uno de esos libros descuidados de la Biblia. De hecho, Levítico es un libro vital para conocer la revelación de Dios respecto a nosotros, en nuestra experiencia del Señor y la revelación divina con respecto al plan de Dios y la manera en que colaboramos con Él, sirviéndole.

Aquí la revelación divina avanza aún más con respecto a Génesis y a Éxodo, los dos libros previos en el registro bíblico. Es un libro rico, fresco, elevado y extraordinario que nos presenta la adoración divina y el vivir que son propios del pueblo de Dios. Cualquier cristiano con algún crecimiento en el Señor sabe que adorar a Dios es importante. ¿Cómo puede un cristiano serlo y no adorar a Dios? ¿Qué cristiano serio no está interesado en la manera apropiada de hacerlo? Este el tercer libro de las Escrituras, aquí el Señor continúa Su revelación progresiva. En Éxodo 19:1, mientras el pueblo de Israel permaneció en el monte con Dios, fue adiestrado respecto a adorar a Dios y participar de Él, para que le disfrutaran con miras a llevar una vida santa, limpia y gozosa.

Entonces el libro de Levítico continúa mostrándonos que mediante el Tabernáculo, con las ofrendas y a través de los sacerdotes, los que somos redimidos por Dios podemos tener comunión con Él, podemos servirle apropiadamente para llevar una vida santa, siendo el pueblo santo, con el propósito de expresar a Dios. Esto lo tenemos en Levítico d manera muy clara. ¡Qué pérdida tendríamos sin Levítico! Además aquí tenemos un cuadro del servicio sacerdotal en el tabernáculo, el tabernáculo y su funcionamiento, todo lo cual apunta a Cristo. Hoy, Cristo es todo en la comunión, el servicio y la vida del pueblo de Dios, sus escogidos, redimidos y salvos de Dios, que participan de Dios, sirven a Dios, al ser llenos de Dios y expresan a Dios, no simbólicamente sino en realidad, para la edificación del Cuerpo de Cristo.

Toda la adoración que tenemos en Levítico es un tipo de nuestro servicio hoy, como creyentes e hijos de Dios, que somos los sacerdotes reales y santos, constituyendo el sacerdocio que edifica la Casa de Dios. Este gran cuadro sacerdotal y del tabernáculo que allí tenemos consiste en tener contacto con cuando lo disfrutamos a Cristo, con Dios mismo y los unos con los otros. Este Cristo es nuestra porción común, al cual debemos adorar en nuestro espíritu.

Adoramos a Dios en nuestro espíritu, según la propia voluntad de Dios revelada en Juan 4:24, donde dice:

«Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren.»

Aquí «Espíritu» se refiere a la naturaleza del Dios Triuno completo. Él es Espíritu. Por ello dice que en espíritu -el espíritu humano regenerado- debemos adorarlo. Tenemos la necesidad de ejercitar nuestro espíritu para acceder a Dios, Quien es Espíritu, en adoración. Pablo adoraba en su espíritu (Ro 1:9). Este era su servicio: Servicio en adoración. Cuando disfrutamos a Dios, en Cristo, como el Espíritu, en nuestro espíritu, esto genera espontáneamente un vivir santo. Este vivir santo está tipificado en Levítico. ¡Qué gran libro!

El hablar de Dios

Tenemos un Dios que ha hablado. Un Dios maravilloso que habla. Al hablar se expresa a Sí mismo, se muestra, se comunica. Él es un Dios que no está oculto. Es un Dios accesible, un Dios conocido y conocible, porque ha hablado. El hablar de Dios es importante. Dios se revela en Su hablar. Muchos cristianos pueden decir que el libro de Hebreos es un libro sobre el hablar de Dios. Sí lo es. Hebreos comienza de una manera hermosa y muy específicamente enfática acerca del hablar de Dios:

«Dios, habiendo hablado parcial y diversamente en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo (He 1:1-2).»

Dios hoy nos habla en el Hijo. Aquí está muy claro no sólo que este hablar de Dios es real, presente y vigente, sino que es importante, que imparte Su revelación, muestra Su Persona, Su propósito, y es alimento para nosotros, en Él. Sin embargo, pocos conocen que el libro de Levítico comienza y termina de una manera que indica inequívocamente que el libro es una crónica del hablar de Dios. Veamos ambos versículos:

  • “Entonces Jehová llamó a Moisés, y le habló desde la Tienda de Reunión, diciendo:..” (Lev 1:1).»
  • “Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel en el monte Sinaí (Lev 27:34).»

Comienza el libro llamando y hablando a Moisés, y termina con los mandamientos que le comunicó a Moisés, como una orden. Es posible que pocos se hayan percatado de esto. Aquí el hablar de Dios no comienza en los cielos ni en el monte, sino en el Tabernáculo, la Tienda de reunión. Esto es crucial, porque Dios habla en Su Casa. Esto indica que Dios habla en Su iglesia, Su tabernáculo verdadero (1Co 3:16; 14:23-31). La iglesia es la Tienda de Reunión, no es un edificio físico. Cualquier relación tipológica entre el Tabernáculo y un sitio físico hoy no es apropiada, y nos hace perder el centro. La iglesia es el lugar único de encuentro de Dios con el hombre, el único lugar hoy donde Dios habla.

Este hablar de Levítico es maravilloso, completo, variado, muy profundo y elevado, porque establece todas las pautas del servicio sacerdotal para la satisfacción de Dios y de Su pueblo, para el cumplimiento de la meta de Dios.

_________________________________________

Ref:
  • Levítico, principalmente Lv 1:1-3, con los demás versículos señalados, y sus notas correspondientes, de la Biblia versión recobro, publicada por Living Stream Ministry

Un sacerdote tiene contacto con Dios

Un sacerdote es alguien que vive únicamente por los intereses de Dios y le sirve a Él (Ex 19:6; Ro 14:7-8; 2Co 5:15). Para llevar a cabo este servicio a Dios, es necesario que el sacerdote esté lleno, saturado e impregnado de Dios, para que Dios fluya desde su interior, entonces llegan a ser una expresión viva de Dios (1P 2:5, 9).

Contacto con Dios en la mezcla con Dios

Un sacerdote es alguien que tiene contacto con Dios en la mezcla con Dios. En 1 Corintios 6:17 leemos que el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él. Tenemos en la Palabra un registro de nuestra unión con el Señor en Romanos 11:17, 19, en 6:5 y en Juan 15:4-5.En Romanos 8:4-6 se hace referencia a este espíritu mezclado. El Señor se hizo Espíritu vivificante por medio de la resurrección (1 Co 15:45; 2 Co 3:17) y está con nuestro espíritu (2 Ti 4:22). De este modo es hecho real, accesible y subjetivo para nosotros. ¡Qué bendición!
Esta unión se refiere a la unión que comienza al creer -recibir- en el Señor (Jn 3:15-16). Aquí las Escrituras no habla de una unión simbólica, sino orgánica, según vemos en Juan 15:4-5 en la figura de los pámpanos y la vid. El Señor pudo escoger una manera distinta de representar esta realidad pero allí vemos una relación (unión) con Dios que es orgánica, es decir relacionada con la vida divina. Los pámpanos y la vid no están unidos por la semántica ni los rituales. Su relación es llana y simplemente una cuestión de vida y en la vida. Así nosotros con el Señor. Este tipo de unión con el Señor resucitado sólo se puede realizar en nuestro espíritu. Cuando hablamos de mezcla con Dios hablamos las dos naturalezas, la humana y la divina, de manera inseparable, pero ciertamente distinguible.
El Señor, como el Espíritu se mezcla con nuestro espíritu. Nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn 3:6), el cual está ahora en nosotros (Jn 3:19), es decir, es uno con nuestro espíritu (Ro 8:16). Esta frase «es uno» puede resultar inusual para muchos. Ser uno significa que el Espíritu con nuestro espíritu se ha mezclado. Es imposible de separar. Incluso en gran parte del nuevo Testamento es muy difícil determinar si se habla de uno u otro, siempre que se refiere a la experiencia que el creyente tiene de Dios.
Gracias, Señor, que estás en nuestro interior. Gracias que Tu Espíritu ha regenerado nuestro espíritu, mezclándose con éste. Gracias que hemos nacido de nuevo por Tu vida. Gracias por esta mezcla maravillosa. Gracias que hoy te contactamos en nuestro espíritu. Gracias que vamos a Ti en nuestro interior. Gracias que eres accesible y siempre disponible a nosotros en nuestro espíritu. Señor, Te amamos y nos mezclamos contigo para ser salvos cada día, siendo llenos de Ti. Amén.

Servicio en la mezcla con Dios

El hecho de que el sacerdote pase por el lugar santo y entre en el lugar santísimo equivale a su contacto con Dios, y esto no se realiza en él mismo sino en una mezcla. El contacto que un sacerdote tiene con Dios tiene lugar en Dios (He 10:9). Cuando contactamos a Dios no lo hacemos solo de manera objetiva sino subjetiva (en nuestro interior). No contactamos a Dios aparte de Dios, sino que contactamos a Dios en Dios, es decir, en la mezcla con Dios (Jn 15:4-5). Nuestro contacto con Dios tiene lugar en la esfera de Dios. En nuestro espíritu está el Dios completo en el Hijo como el Espíritu vivificante, mezclado con nuestro espíritu, que ha sido de este modo regenerado.
Un sacerdote es alguien que está absoluta y cabalmente mezclado con Dios (Juan 14:20). El propósito de Dios consiste en mezclarse con nosotros para llegar a ser nuestra vida, naturaleza y contenido, y para que lleguemos a ser Su expresión corporativa (Ef 3:16-21; 4:4-6, 16). Esta mezcla de Dios y el hombre es una unión intrínseca de los elementos de la humanidad y la divinidad para formar una sola entidad orgánica, pero los elementos permanecen distintos en la unión (Lc 1:35 nota 2 de la Biblia versión recobro).
 _________________________
Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios″, semana 2: “La definición de lo que es un sacerdote”
  • El Sacerdocio, pág 11El Cristo crucificado, pág 25La Experiencia de vida, pág 171
  • Estudio-Vida de los Salmos, pág 345
  • Vivir en el espíritu, pág 17- 18, 36 y cap 5.
  • El resultado de la unión del Espíritu consumado del Dios Triuno y el espíritu regenerado de los creyentes, pág 30, 34
  • Lecciones de vida, tomo 3, lección 30
  • La esfera divina y mística, pág 54
  • Mensajes para aquellos en el entrenamiento del otoño de 1990, págs 69- 70
  • Servir en le espíritu humano, caps 5, 8
  • The Priesthood and God’s Building caps 9-10
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, págs 456-457.
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, «Functioning in Life as Gifts Given to the Body of Christ», caps 7-8
  • The Collected Works of Witness Lee, 1978, tomo 1, «Basic Training», págs 314-315.
  • The Collected Works of Witness Lee, 1970, tomo 3, «The Ministry of the New Covenant and the Spirit», cap 1
  • The Priesthood and God’s Building, caps 1, 8-15
  • Experiencing the Mingling of God, with Man for the Oneness of the Body of Christ, págs 34, 93 y caps 4-5
  • The Central Line of the Divine Revelation, pág 193
  • A Living of Mutual Abiding with the Lord in Spirit, caps 4-5
  • The Practical Way to Live in the Mingling of God with Man, cap 3.

Nacer de nuevo

Hoy he disfrutado mucho de la porción de hoy del blog de «Bibles for America» (Biblias para América) relacionada con el nuevo nacimiento de aquellos que creen en el Señor y se convierten en cristianos. Ha sido refrescante. El post inicialmente plantea algunas cuestiones para introducir el tema, que en sí mismo no es simple, pero está presentado de manera muy llana y clara, y básicamente podemos parafrasear con tres preguntas:

— ¿Nacer de nuevo significa un nuevo comienzo?

— ¿Nacer de nuevo es un voto solemne que la persona realiza en favor del bien y la moralidad?

— ¿Nacer de nuevo es necesario para todas las personas, incluso aquellas que son muy buenas?

Tenemos el capítulo 3 del evangelio de Juan un hombre llamado Nicodemo, que era un hombre notable entre los judíos. De este señor sabemos que era un hombre de elevado rango dentro del pueblo de Israel, pues leemos que era «un principal». Así que era muy importante tanto religiosamente como en la sociedad. Él dijo: «Sabemos que has venido de Dios como maestro» (Juan 3:2). Él estaba interesado en las enseñanzas, que es lo que un maestro da. Esto es algo que todas las personas pueden entender y aún encontrar lógico porque recibir enseñanzas, explicaciones y respuestas con el propósito de ser mejores y estar más informados es completamente natural, sin embargo la respuesta que le dio el el Señor es excepcional: «De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). Aquí la perplejidad de este principal judío fue grande. Él respondió: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» (Juan 3:4). Las palabras del Señor fueron entendidas e interpretadas por Nicodemo de manera natural. Es normal que estuviera tan confundido. El Señor continuó: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5-6).

Lo que Nicodemo buscaba de manera natural resultó ser un despropósito. Era una pregunta natural y típicamente religiosa. Yo he sido muy impresionado al leer y orar hoy estos versículos. He sido pastoreado por el Señor y he sido expuesto en mis carencias al entrar en esta palabra hoy.

¡Gracias Señor porque eres luz para nosotros siempre que nos abrimos a Ti. Eres fresco y nuevo cada vez. Gracias que te revelas progresivamente a nosotros y te podemos experimentar como salvación cada día. Gracias por tu Palabra rica y abundante! Amén.

El caso de este judío que fue a ver al Señor en privado es el mismo que podemos tener nosotros, aún habiendo nacido de nuevo, cuando carecemos de la visión, y la experiencia apropiadas. Veamos, un reino consiste en una esfera de autoridad, determinada por cierta constitución, que apunta a la naturaleza intrínseca y la identidad propia de ese reino. Por ejemplo: El reino animal está compuesto por todos los animales, que por supuesto poseen la vida animal. Un animal no tiene que hacer nada para entrar en ese reino, porque lo que él es, espontáneamente determina su pertenencia. Cuando un gato nace como tal, este nacimiento determina su pertenencia. Cuando un ternero nace la identidad que tiene, en virtud de la vida que posee por nacimiento, hace que sea parte del mundo animal, es decir, del reino animal. El nacimiento es el procedimiento único, genuino y lógico de obtener la vida que nos hace pertenecer a un cierto reino. Igualmente ocurre con las plantas y los seres humanos. De nuestros padres recibimos la vida humana que nos hace ser integrantes o miembros de la esfera humana, del reino humano. ¿Nosotros tenemos la vida humana? Entonces somos humanos y estamos en el reino de los seres humanos, no en el reino animal ni en el vegetal. Así de simple. No se trata de cuánto nos esforcemos para llegar a pertenecer al reino vegetal, nunca lo lograremos porque la vida inherente a las plantas no es nuestra vida. Hemos nacido como personas y no como árboles. Por todo ello, el reino de Dios es ajeno a nosotros por la misma causa. Para ser partes del mismo necesitaríamos la vida divina, la vida de Dios, es decir, la vida eterna en nosotros. No obstante, ¿cómo podemos tener la vida de Dios, si, efectivamente, como razona Nicodemo, no podemos más que salir del vientre de nuestra madre más que una vez, y eso ya ha ocurrido? Hemos sido concebidos por nuestros padres y eso es un hecho consumado.

Cito: «Intentar parecernos a Dios o comportarnos como Él, no nos hace parte del reino de Dios. Lo más que puede hacer nuestro excelente comportamiento es ser un buen ejemplo del reino humano. La única forma de entrar en el reino de Dios es por medio de tener la vida divina de Dios. Y la única manera de tener la vida divina de Dios es por medio de creer en Cristo y nacer de nuevo» (…) Externamente, Nicodemo no tenía ningún problema moral o pecaminoso. Sin embargo, el Señor le mostró que le hacía falta una cosa bien crucial. Igual que Nicodemo, no importa cuán nobles, buenos o rectos seamos en nuestra vida humana, no poseemos la vida divina. Es necesario nacer de nuevo con la vida divina de Dios«.

Es maravilloso lo que el Señor le está declarando a Nicodemo. Está revelando no sólo el meollo del problema («no tienes la vida divina de Dios»), sino que está mostrando el camino práctico («debes llegar a tenerla»), lo que finalmente ocurrió, pues esta vida, la vida divina de Dios, antes absolutamente inalcanzable para nadie que no fuera Dios mismo, en la resurrección que consuma con la ascensión, llegó a estar disponible para el ser humano. ¡Esto es grandioso y sin precedentes!  ¡Aleluya! En 1 Pedro 1:3 el apóstol bendice al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque cuando creemos simplemente nos regenera mediante la resurrección del Señor.

Recordemos que la salvación de Dios para nosotros es completa y eficaz, e incluye la redención, la justificación y la regeneración. Las dos primeras nos reconcilian con Dios y la última nos vivifica, porque la vida eterna nos es impartida para que llevemos «una relación de vida, una relación orgánica con Dios». Así que nuestra relación con Dios no es lejana, simbólica o ética, sino de vida. La vida del Dios Triuno, llega a ser nuestra vida. Recibimos la vida de Dios en nuestro espíritu humano. Somos nacidos de nuevo. ¡Qué alivio! ¡Qué alegría! ¡Qué previsión y provisión de parte de Dios para nosotros! ¡Qué maravilloso plan! ¡Qué salvación tan eficaz y completa!

Para recibir la vida de Dios hoy tenemos que pedírsela a Él. ¿Cómo? Necesitamos arrepentirnos, lo que significa que debemos volver nuestro corazón a Él de manera sincera y real, si más, y creer en que lo que Él ha hecho es verdadero. Podemos sólo decir: «Señor, te necesito. Te recibo ahora mismo como mi vida«. Les aseguro que así y sólo de esta manera, entraréis en el reino de Dios, naciendo de nuevo en el reino de Dios.

El artículo del blog de «Bibles for America» concluye aludiendo a que hemos nacido de simiente incorruptible (1 Pedro 1:23). Es incorruptible esta simiente porque contiene la vida de Dios, que es lo único en todo el universo que no se llega a corromper nunca. Cuando hablamos la Palabra de Dios, esa vida es trasmitida para que otros, al creer, sean también vivificados mediante la impartición de esta vida, que es la regeneración. Cuando somos salvos, es decir, cuando nacemos de nuevo, no podemos «desnacer». El proceso es irreversible, aunque posteriormente, como con cualquier otro nacimiento, de cualquiera otra vida, es necesario la alimentación y el crecimiento.

Recomendamos la lectura del artículo completo en su fuente original: «¿Qué significa nacer de nuevo?» del blog «Bibles for America». Este post no es una reproducción ni una ampliación del mismo, sino unas breves anotaciones personales resultados del disfrute del autor al leerlo y orar.

Permanecer limitados por el Cuerpo y ser conscientes del Cuerpo

El buen depósito  —  Anteriormente mencionamos el terreno único sobre el que debe establecerse la iglesia por una cuestión práctica de vital importancia: Mantener la unidad del Cuerpo. La iglesia debe seguir el patrón bíblico, una iglesia por cada unidad poblacional (ciudad), no cada calle o área dentro de una localidad.

Debemos tomar la iniciativa de ser limitados por los otros miembros del Cuerpo

Según 1Co 12:18, los creyentes han sido colocados dentro del Cuerpo según la soberana voluntad de Dios.  No es aconsejable ni saludable ejercer estrategias políticas para alterar este orden, sino que debemos permanecer todo el tiempo en el espíritu para permitir a Dios, que según Su beneplácito Él ordene todas las cosas como Él quiere.

Tanto nuestra posición como nuestra función son ordenadas por la Cabeza. Las funciones de cada cual son diferentes, aunque siempre interdependientes (Ro 12:4) e importantes para el Cuerpo (1Co 12:15). Es crucial que así como Dios asigna la posición y la función de cada uno, nosotros aprendamos, no solamente a cumplir con nuestra porción, sino que la aceptemos como la perfecta voluntad de Dios para nosotros. Cuando nuestra posición y función en el Cuerpo son aceptadas por nosotros, nos encontramos en una posición normal frente a Dios, donde podemos experimentarlo y disfrutarlo apropiadamente. El no estar donde Dios quiere que estemos y no funcionar de acuerdo a Su orden es una barrera que nos separa del fluir divino.

Hoy muchos hermanos tenemos la tendencia a preguntar a otros qué pasa que a veces no experimentamos a Dios adecuadamente o que el disfrute que tenemos no es profundo y satisfactorio. Bueno, la respuesta a eso es compleja (y puede ser diferente en cada caso) y requiere de mucho discernimiento, pero el no obedecer a Dios puede ocasionar esta dificultad. Necesitamos seguir a Dios, que no significa establecernos un plan de trabajo sino obedecer a Dios y estar dispuestos a tener un vivir de dependencia saludable con respecto a Él. Por otro lado, tomar la iniciativa no se refiere aquí a emplear todo nuestro tiempo en hacer cosas, sino, por el contrario, a tomar una profunda decisión de obedecer a Dios, aún (y especialmente) cuando eso parezca no muy agradable.

Servir a Dios en Su Cuerpo es lo contrario a servirnos a nosotros mismos según nuestra opinión, preferencias y comodidad. Servir a Dios en Su Cuerpo significa que debemos permanecer en el terreno de la unidad, pues así como hay un solo Dios, una sola fe y un solo bautismo, y también hay un solo Cuerpo. El camino recto para conocer a Dios, crecer en la vida divina, ser partes de la edificación, ser edificados y edificar a otros es experimentar la cruz en nuestras circunstancias para que la plenitud de Cristo, Su resurrección, sea nuestra experiencia. En términos escriturales y según la enseñanza apostólica, no existe la iglesia en la que podamos ir para ‘alejarnos de la iglesia’. Ese tipo de reservorio alternativo donde vamos cuando no estamos cómodos en la iglesia que está en la ciudad donde vivimos, no existe según el orden revelado de Dios.

En realidad todos los creyentes, miembros en el Cuerpo, no son iguales. De hecho tienen características, trasfondos, talentos y capacidades diferentes y ellas son el constituyente de nuestra función en ele Cuerpo. Nuestra función está determinada por estos asuntos. Hay una clara relación entre lo que somos y cómo somos y la función asignada por Dios a nosotros.

Muchas preguntas. Una respuesta

«¿Cómo sabemos a qué iglesia debemos ir? Esta pregunta toma mucho tiempo a los creyentes. ¿Cuál es la iglesia que se ajusta mejor a mi nivel educacional y social, o que coincide con lo que yo quiero hacer? ¿Cuál es la iglesia en la que me tratarán mejor y me darán todo aquello que yo me merezco? ¿…la iglesia que me dice aquello que coincide con mi propia comprensión de las cosas humanas y divinas?» A todas estas preguntas y muchas más en ese estilo corresponde, si somos sobrios y bíblicos, una sola respuesta, perfecta, completa y segura: «La iglesia que se encuentra en el lugar donde resides.» Sé que puede haber muchos ‘peros’, sobre todo en estos tiempos en que estamos acostumbrados a una ‘pluralidad de iglesias’ y toda una apología de este sistema.

Recuerdo aquella historia del hermano que iba en un autobús con la Biblia en la mano y otro cristiano, al verlo, le pregunta: «¿Eres hermano?». «Sí», fue la respuesta, «soy hermano». Inmediatamente escuchó ‘la pregunta de rigor hoy’: «¿A qué iglesia perteneces? La respuesta a continuación es modélica en todos los sentidos, y refleja una comprensión profunda y cabal del asunto de la iglesia con una visión sólida y madura. Le dijo: «Pertenezco a la misma iglesia a la que pertenecía Pablo, Martín Lutero, tú y todos los cristianos verdaderos». Hubo un breve silencio y el otro cristiano respondió con un aire de esperanza, pero tristemente. «¡Eso sería maravilloso»!

Para el crecimiento y desarrollo del Cuerpo, hemos de conocer nuestra medida en el Cuerpo y no sobrepasarla, estando dispuestos a ser limitados por ella (Ef 4:7, 16; Ro 12:3, 6). Medida es una palabra maravillosa en el Nuevo Testamento. Sin embargo, hoy la escuchamos siempre con el sentido de algo negativo. Esa es una señal de lo alejado que verdaderamente estamos del espíritu de la revelación y la comprensión espiritual de la misma.

Cuando sobrepasamos nuestra medida, la establecida por Dios, ordenada por Dios, que refleja la voluntad de Dios y que está respaldada por Su fluir y abundancia, abandonamos la unción de la Cabeza, pues interferimos en el orden establecido soberanamente por Dios, y como consecuencia estorbamos a Dios con nuestra desobediencia e individualismo. En ese caso, sin dudas, no tenemos una mente cuerda y sobria, llena del Señor y anulamos el debido orden de la vida del Cuerpo.

También leer: Debemos tomar la iniciativa de permanecer firmes sobre el terreno único de la iglesia

Ref: Tomar la iniciativa como ancianos y hermanos responsablessemana 7, intitulada Tomar la iniciativa de estar firmes sobre el terreno único de la iglesia, de permanecer sujetos a la limitación del Cuerpo de Cristo y de ser conscientes del Cuerpo en unanimidad, días 2 y 3.