El Señor es el Espíritu para llevar a cabo Su propósito

El Espíritu Santo soplado por el Señor en los discípulos

«Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). El Señor resucitó y sopló en los discípulos el Espíritu Santo. Los discípulos recibieron el Espíritu, que es el Espíritu de realidad (14:16-17) en ellos. Esta preposición “en” viene del griego eis, que indica que el Espíritu que recibieron y ellos están en una unión orgánica.

El Espíritu es el Consolador

Por otro lado, este Espíritu dado a los discípulos por el Señor es el Consolador prometido por Él, y es Cristo mismo (14:16; 2Co 3:17). Para poder enviar el Consolador (16:7), el Señor debía resucitar e ir al Padre (16:5). Dicho de otro modo, hasta que el Señor no resucitara y fuera al Padre no llegaría a ser el Espíritu de realidad, el otro (4:16) Consolador, para morar en nosotros los creyentes.

El Espíritu aún no existía?

De acuerdo a 7:39, el Espíritu aún no existía antes de la resurrección [glorificación] de Jesús. ¿A qué se refiere este versículo y cómo puede hacer una declaración semejante? Este Espíritu (Jn 14:16-17; 20:22; Ro 8:9; Fil 1:19) no es el Espíritu que vemos en Génesis. Sabemos que el Espíritu existía desde el comienzo (Gn 1:1-2), pero antes de la resurrección todavía no existía como el Espíritu de Cristo (Ro 8:9), ni como Espíritu de Jesucristo (Fil 1:19). Sólo después de Su glorificación, que es la resurrección (Lc 24:26), es que llegó a existir. ¿De qué modo?

Cuando el Señor resucitó, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado. Estos elementos o aspectos no estaban presentes en el Espíritu de Dios, pero sí ahora en el Espíritu de Cristo. El Espíritu de Dios sólo tenía el elemento divino, por lo que la realidad del Espíritu de Dios no podía ser transmitida o impartida al hombre. El hombre no podía acceder a ella ni participar en ella. En resurrección, estos elementos fueron introducidos en la divinidad, en Cristo y mediante Cristo. Este fue el Espíritu “nuevo” soplado en los discípulos.

Después de llegar a ser el Espíritu de Jesucristo, mediante la encarnación, la crucifixión y la resurrección, el Espíritu tenía tanto el elemento divino como el elemento humano, con toda la esencia y la realidad de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo. Por lo tanto, ahora Él es el Espíritu todo inclusivo de Jesucristo como el agua viva para que nosotros le recibamos (7:38-39). El Señor, como el postrer Adán en la carne, llegó a ser, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), por medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del Padre, asimismo el Espíritu es la realidad de Él.

Esto es maravilloso. Nunca me canso de repasar y disfrutar este asunto. Cuando regreso a la Palabra, siempre veo algo nuevo. Esto, sin embargo, no es teología, es la revelación de la Palabra pura de la Biblia, que recibimos y experimentamos. Si vamos a nuestro espíritu, allí tenemos comunión con Cristo como el Espíritu. Esto es muy práctico. Tenemos acceso a todos los aspectos de Cristo y todas las riquezas de Dios, en Cristo, porque Él resucitó, fue al Padre, y nos sopló el Espíritu como la vida, para nuestro vivir. Es por ello que podemos vivir a Cristo y disfrutar a Cristo. ¿No es esto maravilloso? ¡Aleluya, amén! El Señor es el Espíritu; el Señor como Espíritu está en nosotros (Ro 8:16) y donde está el Espíritu del Señor ¡Allí hay libertad! ¡Oh, Señor, Te amo! El Señor como Espíritu en nuestro espíritu nos libera de la letra de la ley, lo cual equivale a estar bajo el velo (Gá. 2:4; 5:1). 

Gracias, Señor, que eres nuestro libertador y eres nuestra libertad perfecta. Gracias que en Ti ya no estamos tras el velo. Gracias que has traspasado el velo y nosotros contigo y en Ti. Gracias que la letra ya no es nuestra prisión. Nos has liberado de la ley. Señor, Te amamos, Te recibimos, Te disfrutamos. Eres tan dulce y maravilloso. No hay nada ni nadie como Tú, Señor.

¡El Señor es el espíritu! Él, como el Espíritu:

  • Es recibido por nosotros los creyentes y fluye de nosotros como ríos de agua de vida (7:38-39).
  • Volvió a los creyentes, mediante Su muerte y resurrección, entró en ellos como su Consolador, comenzó a morar en ellos, y mora hoy en nosotros (14:16-17).
  • Puede vivir en nosotros y nos hace aptos para vivir por Él y con Él (14:19).
  • Puede permanecer en nosotros y hacer que nosotros permanezcamos en Él (14:20; 15:4-5).
  • Puede venir con el Padre a los que Le amamos y hacer morada con nosotros (14:23).
  • Puede hacer que todo lo que Él es y todo lo que Él tiene sea completamente real para nosotros (16:13-16).
  • Vino para reunirse con nosotros Sus hermanos, la iglesia, a fin de anunciarnos el nombre el Padre y alabar al Padre en medio de nosotros (He 2:11-12).
  • Puede enviarnos a cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para nosotros, del mismo modo que el Padre lo envió a Él (Jn 7:21), representándolo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (Jn 20:23).

Para llevar a cabo el propósito de Dios

El era el Verbo eterno; luego, por medio de la encarnación El se hizo carne para realizar la obra redentora de Dios, y por medio de Su muerte y resurrección llegó a ser el Espíritu para ser el todo y hacerlo todo para completar el edificio de Dios. El Según el evangelio de Juan el Señor es:

  1. Dios (1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; 14:9-11; 20:28);
  2. La vida (1:4; 10:10; 11:25; 14:6);
  3. La resurrección (11:25).

Los caps. 1—17 demuestran que El es Dios entre los hombres. Los hombres se ven en contraste con Él como Dios. Los caps. 18 — 19 comprueban que El es la vida en medio de la muerte. La muerte, o el entorno de muerte, contrasta con El como vida. Los caps. 20 — 21 demuestran que El es la resurrección en medio de la vieja creación, la vida natural. La vieja creación, la vida natural, contrasta con El como resurrección, cuya realidad es el Espíritu. Puesto que El es la resurrección, solamente es hecho real para nosotros en el Espíritu. Por lo tanto, finalmente, El es el Espíritu en resurrección. El es Dios entre los hombres (caps. 1—17), El es la vida en medio de la muerte (caps. 18 —19), y El es el Espíritu en resurrección (caps. 20 — 21). 

El Señor era el Verbo, y el Verbo es el Dios eterno (1:1). Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito eterno de Dios:

  1. Se encarnó para llegar a ser un hombre (1:14), que fuera el Cordero de Dios para redimirnos (1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (1:18), y para manifestarles el Padre a Sus creyentes (14:9-11).
  2. Murió y resucitó para ser transfigurado en el Espíritu, para poder impartirse en Sus creyentes como vida y como el todo de ellos, y así producir muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos, para la edificación de Su Cuerpo, la iglesia, la morada de Dios, a fin de de expresar al Dios Triuno por la eternidad.

Mediante la encarnación tenemos lo siguiente: Hombre – Cordero de Dios – Revelar Dios al hombre – Manifestar el Padre a los creyentes.

Mediante la muerte y resurrección tenemos lo siguiente: Transfigurado – Para impartirse en los creyentes – Es vida y es todo – Producir hijos de Dios, Sus hermanos – Edificar Su Cuerpo – Que es la iglesia – Que es la morada de Dios – Para expresar de manera consumada y final a Dios.

Si nosotros prestamos atención a esto. Si sólo vamos a la Palabra con mucha oración, con un espíritu pobre e invertimos allí suficiente tiempo frente a Dios, en estrecha comunión con Él, dejando fuera nuestros conceptos y opiniones, rechazando cualquier cosa que creamos saber de antemano, abandonando cualquier credencial que creamos tener, sin tener en cuenta nuestra edad o el tiempo en el Señor, y aún desechando nuestras preferencias, solamente para abrirnos a Dios y recibir así Su Palabra, alguna luz divina habrá; algo veremos.

Esto no es nada tradicional, es simplemente la Palabra de Dios abierta a nosotros si nosotros estamos abiertos a Dios, vacíos ante Él para que Él pueda llenarnos consigo mismo y continuar con Su transformación de nosotros, que incluye la santificación y la renovación. Necesitamos pasar tiempo con el Señor, sólo para disfrutarlo, recibirlo, experimentarlo y conocerlo en oración. Esto es maravilloso y fresco.

¡Aleluya, el Dios eterno, en la eternidad pasada era el Verbo, y Él se hizo hombre para ser el Cordero de Dios entregado por nosotros, para que Dios pudiera ser revelado al hombre y conociéramos al Padre que nos engendró! ¡Qué declaración tan profunda! ¡Este hombre, Jesús, murió sin pecado y resucitó para llegar a ser el Espíritu, para ser impartido en nosotros al creer y regenerarnos con el elemento de Dios, para producir la iglesia, donde mora Dios con nosotros, que expresa a Dios mismo!

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  • Estudio-vida de Juan
  • Estudio-vida de Romanos
  • El Espíritu con nuestro espíritu
  • La economía neotestamentaria de Dios
  • El conocimiento de la vida
  • La experiencia de la vida
  • La consumación del Nuevo Testamento
  • La esfera divina y mística
  • El Espíritu

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En una relación maravillosa con el Señor

Según Mateo 28:19, Juan 3:16, Hechos 2:38, 1Corintios 1:2 y 6:17; Gálatas 3:27 y Fil 1:29:

  • Estamos bautizados EN el nombre del Dios Triuno, un solo nombre.
  • Creemos EN el Hijo Unigénito
  • Estamos bautizados, después de arrepentirnos, EN el nombre de Jesucristo, para perdón de nuestros pecados para recibir el don del Espíritu Santo
  • Somos santificados EN Cristo Jesús
  • Estamos UNIDOS al Señor al ser un espíritu con Él
  • Estamos bautizados EN Cristo y de Él estamos revestidos
  • Creemos EN Él y padecemos por Él

Bautizados en el Dios Triuno

Fuimos enviados por el Señor a hacer discípulos a todas las naciones, bautizando a los nuevos creyentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19). Aquí la preposición griega eis está traducida a la preposición española «en», que indica unión, tal como en Romanos 6:3 y en Gálatas 3:27. Hemos sido bautizados en el Nombre (singular) del Dios Triuno (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Aquí el nombre es la totalidad del Ser Divino y equivale a Su Persona. Es decir, hemos sido sumergidos dentro de todo lo que Él es, lo cual significa que estamos unidos de manera espiritual y mística con Dios.

La misma preposición griega es usada en Hechos 8:16; 19:5 y en 1 Corintios 1:13, 15. Según estos versículos, estamos bautizados en el nombre del Señor Jesús [ser bautizados en el nombre de Jesús equivale a ser bautizados en la Persona de Cristo y también equivale a ser bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo], y ciertamente no en el de Pablo. Claramente la Palabra nos muestra que hemos sido bautizados en Dios, identificados con Él en todo. Hemos sido introducidos en una unión de vida con Él. Esto es ciertamente maravilloso. Como resultado de esta unión, estamos unidos con Cristo en Su muerte y en Su resurrección. El bautismo, espiritualmente hablando, no es una mera formalidad ni un rito vacío; representa nuestra identificación con Cristo. Mediante el bautismo somos sumergidos en Cristo. Porque hemos sido bautizados en Él, hemos sido unidos a Él.

Nosotros todos nacimos en la esfera de Adán (1Co 15:45, 47) porque él es nuestro primer ascendiente, por ello decimos “en Adán” (1Co 15:22), el primer [tipo de] hombre, pero a través del bautismo hemos sido trasladados a la esfera de Cristo (1Co 1:30; Ga 3:27), que es el segundo hombre. Fuimos mudados del primer hombre, con el que estábamos completamente identificados, hacia el segundo hombre, Jesús, la corporificación del Dios Triuno.  Somos unidos a Cristo, entramos en Él y Él en nosotros (Ro 8:10-11). Pablo interpeló a los romanos, y hoy nos interpela a nosotros en 6:3-4 para que no ignoremos que estamos identificados con Cristo en Su muerte y resurrección. Si Cristo murió, nosotros morimos; si Cristo resucitó, nosotros resucitamos para vivir en la vida de resurrección, novedad de vida, o vida nueva.

Ya que Cristo es nuestro nuevo “medio ambiente”, nuestra nueva esfera, dentro de Quien estamos, entonces podemos decir que de Él estamos vestidos (Ga 3:27). Él es nuestras vestiduras. Ya no estamos cubiertos de Adán, estamos cubiertos de Cristo. Por ello la preposición eis en Mateo 28:19 es tan importante al describir la verdadera relación con Cristo, como nacidos de nuevo, y discípulos. Somos discípulos de Cristo porque  estamos en Cristo, es decir, unidos y plenamente identificados con Él, en una unión espiritual y mística con Él. Esta verdad es eterna. Debe llegar a ser nuestra experiencia.  

Creer en Él

Por otro lado, Juan 3:16 es uno de los versículos más citados de la Biblia y al mismo tiempo quizás uno de los menos entendidos. Dice así: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna.» Creer en el Señor no es lo mismo que creerle al Señor (Jn 6:30). Creer al Señor indica aceptar que Él es verdadero y real. Incluso significa asentir con respecto a Su existencia o ser conscientes de que habla, o saber acerca de Su Palabra. Esto alude a algo objetivo, algo que vemos exteriormente y conocemos por fuera. Creer en el Señor es recibirle y estar unidos a Él. Creer es recibir. Creer al Señor es algo exterior; creer en el Señor alude a ser introducidos en el Señor en una unión orgánica (de vida) con Él y equivale a recibir al Señor.

Cuando estamos unidos a Cristo (ser uno con Cristo) no pereceremos. Participando de Cristo, disfrutando a Cristo, experimentando a Cristo y compartiendo a Cristo a la manera de ministrarlo a otros, accedemos a la realidad de estar unidos con Él en Su muerte y Su resurrección. Debemos vivir una vida crucificada. ¿Cómo? En el poder de resurrección. ¿Dónde accedemos a esta experiencia? En nuestro espíritu regenerado, donde mora el Señor como el Espíritu vivificante.

Hermanos y amigos: Tener vida eterna -para no complicar mucho el asunto con deducciones, alegorías inapropiadas ni paralelismo incorrectos- es simplemente eso. Cuando fuimos introducidos en Él y unidos orgánicamente con Él, Su vida eterna, es nuestra vida eterna (Jn 3:36), y llega a ser -mediante el experimentar a Cristo- nuestro vivir verdadero. La única vida que es eterna es la vida divina en Cristo, que nosotros recibimos al creer en Él (Jn 6:40), es decir, cuando lo recibimos a Él.

Tener una relación objetiva con Cristo, desde fuera, sólo siguiendo pautas doctrinales, en nuestra propia opinión y para nuestro propio reconocimiento, sin experimentarlo ni ser encabezado por Él en la práctica, nos condena a que Él no apruebe lo que somos y lo que hacemos, por ende, que no nos conozca (Mt 7:23). Sólo la obra que se lleva a cabo en Él, usando los materiales apropiados y aprobados: Oro y piedras preciosas sobre terreno sólido (Mt 7:27), pasarán la prueba del fuego y en “aquel día”, el día del tribunal de Cristo (1Co 3:13; 4:5; 2Co 5:10), el Señor nos apartará de Él y nos llamará inicuos, a pesar de toda la obra que hubiéramos hecho.

Creer y ser bautizado

Cuando creímos en Él fuimos lo recibimos a Él y fuimos unidos e identificados con Él. Cuando fuimos bautizados en Él, fuimos unidos e identificados con Él. Por ello, todo aquel que crea y sea bautizado será salvo, al ser uno con el Señor Jesús (Mr 16:16). ¡Aleluya! Cuando recibimos al Señor (Jn 1:12) obtenemos perdón de pecados (Hch 10:43), fuimos regenerados (1P 1:21, 23), llegando a ser hijos de Dios (Jn 1:12-13) y miembros de Cristo (Ef 5:30) en una unión orgánica con el Dios Triuno (Mt 28:19).

Cuando somos bautizados afirmamos esto de manera pública. Mediante el bautismo ponemos fin a la vieja creación por medio de la muerte del Señor y somos introducidos, al salir de las aguas de muerte, en Su resurrección, juntamente con Él. Cuando experimentamos al Señor y somos constituidos gradualmente con Él, esto llega a ser una realidad en nuestra experiencia. Esto es mucho más profundo y avanzado que el bautismo inicial que vemos con Juan el Bautista y predicado por él. Creer y ser bautizado son dos partes de un paso único y completo mediante el cual recibimos la plena salvación de Dios.

Ser bautizado sin antes haber creído es un procedimiento carente de sentido y vacío. Creer sin ser bautizado, pudiendo hacerlo, carece de la afirmación exterior de la salvación interior. Ambos deben ir a la par, sin tener en cuenta la lógica de nuestra mente, ni nuestra opinión. La condenación, por otro lado, sólo está relacionada con la incredulidad y no tiene nada que ver con el bautismo. ¿Cuando somos condenados? Cuando no creemos, no obstante, una vez que hemos creído, si esto es genuino, en la comunión apropiada, entonces debemos ser bautizados. Nuestro bautismo nos identifica con el Señor juntamente con Su obra, de manera espiritual y real. Nuestra confesión externa de aquello que ha ocurrido en nuestro interior debe ser cabal, completa y apropiada. 

Bautizados en el nombre de Jesucristo

Sopló el Espíritu en ellos / Revestidos en el Espíritu

Cuando el Señor resucitó sopló el Espíritu en los discípulos (Jn 20:22), ellos dejaron de ser solamente Sus amigos (Jn 15:14-15). Por primera vez fueron llamados Sus hermanos (Jn 20:17). Este era el Espíritu que se esperaba en Juan 7:39 y que fue prometido en Juan 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-8, 13. Este es el espíritu de vida (Ro 8:2, 9; 1Jn 5:6, 20), el Espíritu de realidad para que Cristo fuese real en los creyentes. Mediante este infundir del Espíritu se cumplió la promesa referente al Consolador (Jn 14:16-17). Esto es diferente de la promesa del Padre, cumplida en Pentecostés (Hch 2:1-4 -de Lucas 24:49), donde fueron revestidos de poder de lo alto, para la obra.

Aquí el Espíritu como aliento fue infundido como vida en los discípulos para el vivir de ellos, y que fluye como ríos de agua viva desde los creyentes (Jn 7:38-39). Cuando el Señor infundió, con Su soplo, el Espíritu en ellos, fue Él mismo como vida y como todas las cosas el que se infundió en los creyentes. Este es uno de los momentos claves del registro divino en la Biblia. Entonces el contenido de los capítulos 14-16 se cumplió.

En cuanto al aspecto del poder, en Pentecostés, recordemos que el apóstol Pedro y los demás, luego de pasar varios días orando juntos, después de la resurrección del Señor y después de haber recibido el Espíritu (Jn 20:22) en ellos, reciben el poder de lo alto para realizar la obra. Entonces Pedro habla: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38). Aquí la preposición traducida “en” significa literalmente “sobre”. De hecho el Nuevo Testamento usa tres preposiciones diferentes para describir la relación que existe entre el bautismo y el Señor:

  1. El griego en, traducida «en» – Hechos 10:48: «Y mandó bautizarles en el nombre de Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días”. Aquí ser bautizado en el nombre de Jesucristo equivale a ser bautizado en la esfera del nombre de Jesucristo, dentro del cual está la realidad del bautismo.
  2. El griego eis, traducida «en» – Mateo 28:19; Hechos 8:16; 19:5; Romanos 6:3 y Gálatas 3:27). Ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o en el nombre del Señor Jesús, significa ser introducido en una unión espiritual con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno. Véanse las notas 162 del cap. 8 y 194 de Mt. 28.
  3. El griego epi, traducida «sobre» – Hechos 2:38: «Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.» Ser bautizado sobre el nombre de Jesucristo equivale a ser bautizado sobre la base de lo que representa el nombre de Jesucristo. Representa todo lo que la persona de Jesucristo es y todo lo que ha efectuado, lo cual constituye la fe de la economía neotestamentaria de Dios. Los que creen en Cristo son bautizados sobre esta base.

Así que nuestro bautismo nos introduce en la esfera del nombre de Jesucristo, dentro de la cual está la realidad del bautismo; somos introducidos en una unión espiritual con Cristo, Quién es la corporificación del Dios Triuno y sobre la base de todo lo que la Persona de Jesucristo es y todo lo que ha logrado. Su persona, Su obra y Sus logros es nuestra fe (no el acto de creer, sino las verdades fundamentales en las cuales creemos, nos sostenemos y defendemos.

Bautizados en una identificación completa

¡Aleluya, hemos sido bautizados en una manera maravillosa! El bautismo, según la revelación de la Palabra pura de la Biblia nos pone en Cristo, nos une orgánicamente con Cristo, participando de Su Persona y todo lo que ha logrado, nos coloca dentro de Cristo como nuestra esfera, así que de Cristo estaos revestidos, y como si todo esto fuera poco, también nos hace estar sobre Cristo, tomando a Cristo como nuestra solida base. Ver esto es tan fino, tan elevado, tan glorioso. Creer y ser bautizados nos coloca en una relación multiforme, todo-inclusiva, todo-suficiente, maravillosa, inesperada, gloriosa, más allá de nuestra más atrevida imaginación, con el Cristo, Quién es la corporificación del Dios Triuno, para el cumplimiento de la economía eterna de Dios. ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Anotaciones finales

Colocaremos algunos versículos adicionales que añadirán más a la visión de Dios y Su plan que debemos tener. Recomiendo que todos estos apuntes no sean leídos por sí mismos o por sí solos, porque como apuntes y breves comentarios no son exhaustivos. Debemos ir  a la Palabra en todo momento. Leer cuidadosamente las notas, las referencias paralelas y las referencias adicionales señaladas al final de esta entrada. Leer con oración es mi enfática sugerencia. De ninguna manera venir a estos apuntes de manera teológica tratando de entender exterior y filosóficamente, ni tampoco para satisfacer la curiosidad por los datos y explicaciones.

Hch 2:38; 2:41; 8:12, 36, 38; 9:18; 10:47- 48; 16:15, 33; 19:5 . Véanse la nota 1 de Mt 3:6, la nota 3 de Mt 28:19 , la nota 2 de Mr 1:5 y la nota 1 de Mr 16:16. Además 1Co 1:2; 6:17; 15:45; Ro 11:17, 19; 6:5; Jn 15:4-5; 3:15-16; 3:6, 19; Ro 8:16; 2 Co. 3:17; 2 Ti 4:22; Gá 3:27 y Fil 1:29. 

Oh, Señor, sabes lo que hay en nuestros corazones. Nos abrimos a Ti para Tu revelación. ¡Cuánto Te necesitamos! Revélate a nosotros. Queremos ser uno contigo. Anhelamos Tu presencia para disfrutarte. Gracias, Señor, que has venido para la edificación de Ti Casa. Gracias que nos has preparado lugar contigo. Abre nuestros ojos y oídos. Sigue adelante con nosotros, Señor. Continúa transformándonos. Queremos ser absolutamente uno contigo. Gracias por habernos escogido. Queremos ser aquellos que colaboran fielmente contigo. Aquellos que permanecen en Tu reino, Tu sacerdocio real que edifica y es edificado. Brilla en nosotros, Señor. Vamos a Tu Palabra en Ti. Contamos contigo para seguir adelante. Es Tu obra y es Tu Palabra. Gracias por Tu salvación. Gracias que abres Tu Verdad a nosotros. Gracias por nuestra consagración y perseverancia. Mir por nosotros, Señor. Te entregamos todas las cosas y todo el tiempo. Gracias por lo que nos has dado para compartir. Amén.

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En la iglesia, el Tabernáculo de hoy, nos reunimos con Dios para recibir Su hablar

En Levítico, Dios habló a Israel, sin embargo, no habló desde el cielo o desde el monte, habló en el Tabernáculo. Levítico es una crónica del hablar de Dios. Dios habla. En el Tabernáculo, Dios habla. ¿A quién habla Dios? Dios habla a Su pueblo redimido (He 1:1, Lv 1:1, 27:34). Dios está profundamente interesado en hablar, en expresarse y en llegar a ser nuestra expresión.

Dios habla 

Él siempre ha hablado, de varias maneras, aún antes de hablar en el Tabernáculo, el lugar escogido por Dios para establecer Su Habitación. Su pueblo se reúne para recibir el hablar de Dios. Su hablar incluye Su dirección, Su guiar, Sus mandamientos, Su adiestrar, Su consolar… Recibir el hablar de Dios es recibir la revelación divina, Su pastoreo, Su protección y hasta Su misma Presencia…, y muestra nuestra unión con Dios en el cumplimiento de Su propósito.

En éxodo 19:1 el pueblo fue adiestrado por Dios en cuanto a participar de Él para llevar una vida santa. Más adelante en 27:20 Dios, en Su hablar a Moisés acerca de la manera apropiada de adorarlo en el Tabernáculo, mediante los sacerdotes y con las ofrendas, instruye a Su pueblo con respecto a hacer arder las lámparas.

El Tabernáculo, las lámparas y la luz que asciende

El tabernáculo (Lv 1:1), que es la Tienda de Reunión, es el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo redimido para hablarle. Es por esto que el Tabernáculo es un tipo de la iglesia. Allí las lámparas, sobre el candelero, debían arder, en el Lugar Santo. Los sacerdotes debían cuidar de las lámparas en el sentido en que éstas debía iluminar y ellos debían estar pendientes de todos los asuntos correspondientes. La iluminación provista por las lámparas es la manera apropiada de reunirnos. Todo cuanto hagamos en la reunión, orar, cantar, alabar o profetizar, debe hacer que las lámparas alumbren (Ex 27:21).

El Tabernáculo es un tipo de la iglesia, donde nos reunimos con Dios. Las lámparas son un tipo de nuestro espíritu. La luz que asciende (lo traducido “hacer arder” es literalmente “que la luz ascienda») es nuestra expresión de Cristo, cuando Cristo nos llena, nos satura, aún nos constituye y rebosa de nosotros. Esta luz que asciende es Dios mismo expresado en nosotros.

El candelero es una representación de Cristo como la corporificación del Dios Triuno. Era hecho de oro puro, de una pieza, labrado a martillo (Ex 25:31). Los pábilos, sin embargo, provenían de la vida vegetal y para arder debían estar saturados de aceite. Los pábilos representan la humanidad elevada de Cristo, que arde con el aceite divino para irradiar la luz divina.

Así que hasta ahora tenemos 3 elementos: El Tabernáculo que representa a la iglesia en que allí Dios se reúne con Su pueblo, las lámparas (con el candelero y sus elementos: Pábilo y aceite) y la luz que de ellas asciende, representando el hablar de Dios, el fluir de Dios, la expresión de Dios y el resultado de nuestra experiencia de Dios. 

Lámparas encendidas

Para que las lámparas permanezcan encendidas se necesitan dos cosas: Combustible y cuidado sacerdotal. El trabajo de encender la lámparas era una cosa santa hecho por personas santas. Como creyentes debemos permanecer en nuestro espíritu regenerado, donde mora Dios, Quien es Espíritu (Jn 5:7), para experimentarlo y servirle de manera apropiada, sirviendo en adoración (Ro 1:9), para que haya luz.

En la iglesia

Hoy cuando nos reunimos como iglesia (el Tabernáculo de hoy), debemos reunirnos de la manera adecuada, haciendo arder las lámparas. Cuando la luz asciende, el testimonio de Dios como luz asciende. Este testimonio es Dios mismo siendo expresado y trasmitido.

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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
  • Estudio-vida de Éxodo, pág 1278-1280, 1268-1269
  • Estudio-vida de Éxodo, mens. 114-115

Adorar a Dios, Quien es Espíritu, en nuestro espíritu y con veracidad

Dios necesita ser adorado en espíritu y con veracidad, porque Él es Espíritu

Juan 4:24 es un versículo muy profundo, que sin embargo transmite Su contenido de manera muy directa y rica. Si nos abrimos al Señor, a Su comunión de vida, mientras tomamos la Palabra, disfrutaremos de una oración sólida, elevada y profunda. La luz de Dios brillará en nosotros.

Dios, Espíritu, adoración, espíritu, veracidad, necesidad

«Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren.»

Hay varias cosas sorprendentes en cuanto a esta porción, habla de muchos asuntos serios y cruciales, con sentido de urgencia. Al mismo tiempo es tan breve. Aquí encontramos a Dios, Su naturaleza, el lugar apropiado para adorarlo, la única manera de hacerlo y la necesidad de Dios, para el cumplimiento de Su propósito. Es como una mini Biblia completa en modo muy concentrado.

Dios es Espíritu

Aquí empieza con la rotundidad de “Dios es Espíritu”. Este es el Dios completo, el Dios Triuno: Padre, Hijo y Espíritu. Este Dios entero es Espíritu. ¿Qué significa esto? Espíritu es la naturaleza de Dios. Dios no es material, Él es Espíritu. En términos de referirse a la naturaleza de algo, un equivalente sería: “La verja es de acero”. Esto indica que el material que compone la verja es el acero y el acero aporta sus características esenciales a la verja, porque es la esencia de la verja. No sólo está hecha con acero, sino más específicamente la naturaleza intrínseca de la verja es el acero. Es diferente de afirmar que la verja es dura, o es útil. Aquí denota la naturaleza de Dios. Dios es Espíritu.

En modo negativo, no se refiere al Señor Espíritu (1Co 3:18), que es un título compuesto asignado a nuestro Señor, Quien claramente es el Espíritu (comprobar 1Co 15:45; 2 Co 3:17). Decir que Dios es Espíritu describe la naturaleza del Dios Triuno, no Su función, obra o impacto, tampoco de Sus atributos derivados. Aquí no se habla del Señor Espíritu que tenemos en 2 Corintios 3:18, que se refiere a la Persona de nuestro Señor, Quien es el Espíritu vivificante, que mora en nosotros para impartirnos todas las riquezas de Dios e infundirnos consigo mismo para nuestra transformación, santificación (1Co 1:1) y constitución, para la obra del ministerio, que es la edificación del Cuerpo de Cristo (Ef 4:12). Dios es Espíritu.

Adoración y nuestro espíritu

En Juan 4:24 Jesús hablaba a la mujer samaritana para instruirla -y a nosotros- acerca de la necesidad de ejercitar su espíritu para acceder a Dios, Quien es Espíritu, para así poder beber – también nosotros- el agua viva, que satisface nuestra sed verdaderamente. Este beber es la verdadera adoración. El apóstol Pablo adoraba de este modo (adorando al tocar a Dios y beber de Él como el agua viva) en el lugar indicado por Dios, su espíritu (Ro 1:9).

Nuestro espíritu es el lugar

Dios estableció un lugar específico para ser adorado y una manera determinada. El sitio elegido para establecer Su Habitación (ref: Dt 11:5, 11, 13-14, 18). Dios mismo indica dónde y cómo Él debe ser, quiere ser y necesita ser adorado. En relación con la adoración y el servicio de Dios lo más importante es escuchar Su hablar, recibir Su revelación, porque la adoración en todos los casos es iniciada por Dios y establecida por Él para lograr Su propósito. Es algo significativo que cuando perdemos la presencia de Dios, perdemos Su hablar. A partir de allí comienzan nuestras «buenas ideas»: El becerro de oro, el clero profesional que prima sobre los demás creyentes, el igualar edificio físico con iglesia, el creer que Dios no puede ser tres porque es uno, el creer que los Tres de la Deidad son sólo manifestaciones temporales del único Dios, judaizar, creer que la preeminencia de Dios puede ser sustituida por obras buenas, intentar cumplir la ley por uno mismo, creer que el tabernáculo simboliza un lugar material… Son innumerables los ejemplos.

Nuestro espíritu es el lugar escogido por Dios para establecer Su Casa espiritual, para realizar la edificación, para hablar, para moverse, para alcanzarnos al mezclarse con nosotros…. El espíritu humano es el sitio donde debemos permanecer, servir a Dios, seguir a Dios, disfrutar a Dios, adorar a Dios, alabar a Dios y predicar el evangelio, conocer a Dios. Es el lugar escogido por Dios para que lo experimentemos y donde lo ministremos a otros para que sean salvos, edificados y lleguen a ser edificadores al ejercitar Su espíritu en comunión, como sacerdocio santo y real. En nuestro espíritu humano se lleva a cabo la edificación de la iglesia (ver Efesios 2:22, nota 4).

Dios debe ser adorado en Su lugar y con las ofrendas

El lugar que Él escogió, el tabernáculo (Lv 1-6), para establecer Su Habitación, tipifica el espíritu humano, donde nosotros somos juntamente edificados para morada de Dios (Ef 2:22). Las ofrendas todas tipifican a Cristo. Cristo es el cumplimiento y la realidad de todas ellas, que en el Antiguo Testamento eran sombras de lo que habría de venir. Eso que habría de venir, ya está aquí mediante la encarnación, el vivir humano, la muerte, la resurrección, la ascensión y el regreso como el Espíritu vivificante que está en nosotros desde el momento en que creímos. ¡El Señor está en nosotros y nosotros en el Señor! ¡Aleluya! l Señor fue claro con la mujer samaritana. Ella debía ir a su espíritu y contactar a Dios, Quien es Espíritu, justo allí -como nosotros hoy- y no yendo a lugares físicos y usando ofrendas materiales. Nuestro ir a adorar ya no es una cuestión geográfica. Ya no es un viaje a través del espacio físico. En términos absolutos, es un viaje a nuestro espíritu regenerado.

Veracidad

Jn. 4:245 veracidad

Hay versiones bíblicas que dicen: «en espíritu y en verdad». Esto podría ser una versión aceptable. Sin embargo, asomémonos a este versículo cuidadosamente y explico brevemente por qué usamos el adjetivo «veracidad» en lugar de la conocida y elegante frase «en verdad». Preferimos el adjetivo porque creemos que transmite mejor el contenido del versículo. Aquí se refiere a la manera en que nosotros, los creyentes, debemos adorar. Hay dos nociones en este versículo que nos introducen en las pautas apropiadas para adorar: 1- El lugar y 2- la manera. En cuanto a la ubicación, la respuesta del Señor es: Debemos adorar a Dios en espíritu -en nuestro espíritu humano-. En cuánto al cómo, vemos que Su Palabra dice: De una manera veraz, auténtica y sincera (con veracidad). Estas son cualidades que las personas pueden tener.

Ahora, en un sentido intrínseco, las cualidades -o cualidad- necesarias y propias de la adoración a la que se refiere el apóstol Juan no son naturales. Esto no coincidiría con el contexto de este capítulo y con el contexto de la revelación contenida en este libro completo. Esta veracidad o «cualidad de ser genuino y verdaderamente sinceros» tiene su origen en la realidad divina en nosotros, que mediante el proceso de transformación y santificación, llega a ser nuestras virtudes humanas, no las buenas cosas que hay en nosotros naturalmente, sino el resultado del obrar de Dios en nuestro interior.

Veracidad, tal como lo hemos presentado, es la cualidad necesaria para llevar a cabo una adoración verdadera de Dios, y es lo contrario a la hipocresía de la samaritana inmoral, adoradora falsa y desorientada de Dios (vs 16-18). Esta samaritana adoraba a Dios objetivamente, según tradiciones ancestrales, sin conocerle, sin la revelación, en una esfera natural y cultural. Jesús, al mismo tiempo que la expuso en su pecado e ignorancia, le señaló el camino: Su espíritu, y la manera: Mediante la cualidad resultante de la santificación y la transformación. Una presentación extraordinaria y una revelación preciosa y completa. En cuanto a escuchar a Dios, debemos todos colocarnos en los zapatos de la samaritana. Quizás hayamos sido cristianos por muchos años y no nos sentimos cómodos con la sugerencia de identificarnos con una pecadora, sin embargo, en un sentido -como ella- todos necesitamos que Cristo nos revele el lugar y el camino, nos exponga, abra nuestros ojos, nos alumbre y nos refresque con Su revelación. Todos necesitamos actualizar nuestra visión y nuestra revelación.

La realidad divina es Cristo (quien es la realidad, 14:6) como la realidad de todas las ofrendas del Antiguo Testamento con las cuales se adora a Dios (1:29; 3:14) y como la fuente de agua viva, el Espíritu vivificante (vs. 7-15), del cual participan y beben Sus creyentes, para que sea la realidad subjetiva de ellos. Finalmente ésta llega a ser la autenticidad y sinceridad con las cuales adoran a Dios de la manera que El quiere. (Véase la nota 66 de 1 Jn. 1; Ro. 3:7, y la nota 82 de Ro. 15).

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Ref:
  • Levítico, principalmente Lv 1:1-6 y Juan 4:24, con los demás versículos aquí señalados, y sus notas correspondientes, de la Biblia versión recobro, publicada por Living Stream Ministry

 

Un sacerdote tiene contacto con Dios

Un sacerdote es alguien que vive únicamente por los intereses de Dios y le sirve a Él (Ex 19:6; Ro 14:7-8; 2Co 5:15). Para llevar a cabo este servicio a Dios, es necesario que el sacerdote esté lleno, saturado e impregnado de Dios, para que Dios fluya desde su interior, entonces llegan a ser una expresión viva de Dios (1P 2:5, 9).

Contacto con Dios en la mezcla con Dios

Un sacerdote es alguien que tiene contacto con Dios en la mezcla con Dios. En 1 Corintios 6:17 leemos que el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él. Tenemos en la Palabra un registro de nuestra unión con el Señor en Romanos 11:17, 19, en 6:5 y en Juan 15:4-5.En Romanos 8:4-6 se hace referencia a este espíritu mezclado. El Señor se hizo Espíritu vivificante por medio de la resurrección (1 Co 15:45; 2 Co 3:17) y está con nuestro espíritu (2 Ti 4:22). De este modo es hecho real, accesible y subjetivo para nosotros. ¡Qué bendición!
Esta unión se refiere a la unión que comienza al creer -recibir- en el Señor (Jn 3:15-16). Aquí las Escrituras no habla de una unión simbólica, sino orgánica, según vemos en Juan 15:4-5 en la figura de los pámpanos y la vid. El Señor pudo escoger una manera distinta de representar esta realidad pero allí vemos una relación (unión) con Dios que es orgánica, es decir relacionada con la vida divina. Los pámpanos y la vid no están unidos por la semántica ni los rituales. Su relación es llana y simplemente una cuestión de vida y en la vida. Así nosotros con el Señor. Este tipo de unión con el Señor resucitado sólo se puede realizar en nuestro espíritu. Cuando hablamos de mezcla con Dios hablamos las dos naturalezas, la humana y la divina, de manera inseparable, pero ciertamente distinguible.
El Señor, como el Espíritu se mezcla con nuestro espíritu. Nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn 3:6), el cual está ahora en nosotros (Jn 3:19), es decir, es uno con nuestro espíritu (Ro 8:16). Esta frase «es uno» puede resultar inusual para muchos. Ser uno significa que el Espíritu con nuestro espíritu se ha mezclado. Es imposible de separar. Incluso en gran parte del nuevo Testamento es muy difícil determinar si se habla de uno u otro, siempre que se refiere a la experiencia que el creyente tiene de Dios.
Gracias, Señor, que estás en nuestro interior. Gracias que Tu Espíritu ha regenerado nuestro espíritu, mezclándose con éste. Gracias que hemos nacido de nuevo por Tu vida. Gracias por esta mezcla maravillosa. Gracias que hoy te contactamos en nuestro espíritu. Gracias que vamos a Ti en nuestro interior. Gracias que eres accesible y siempre disponible a nosotros en nuestro espíritu. Señor, Te amamos y nos mezclamos contigo para ser salvos cada día, siendo llenos de Ti. Amén.

Servicio en la mezcla con Dios

El hecho de que el sacerdote pase por el lugar santo y entre en el lugar santísimo equivale a su contacto con Dios, y esto no se realiza en él mismo sino en una mezcla. El contacto que un sacerdote tiene con Dios tiene lugar en Dios (He 10:9). Cuando contactamos a Dios no lo hacemos solo de manera objetiva sino subjetiva (en nuestro interior). No contactamos a Dios aparte de Dios, sino que contactamos a Dios en Dios, es decir, en la mezcla con Dios (Jn 15:4-5). Nuestro contacto con Dios tiene lugar en la esfera de Dios. En nuestro espíritu está el Dios completo en el Hijo como el Espíritu vivificante, mezclado con nuestro espíritu, que ha sido de este modo regenerado.
Un sacerdote es alguien que está absoluta y cabalmente mezclado con Dios (Juan 14:20). El propósito de Dios consiste en mezclarse con nosotros para llegar a ser nuestra vida, naturaleza y contenido, y para que lleguemos a ser Su expresión corporativa (Ef 3:16-21; 4:4-6, 16). Esta mezcla de Dios y el hombre es una unión intrínseca de los elementos de la humanidad y la divinidad para formar una sola entidad orgánica, pero los elementos permanecen distintos en la unión (Lc 1:35 nota 2 de la Biblia versión recobro).
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios″, semana 2: “La definición de lo que es un sacerdote”
  • El Sacerdocio, pág 11El Cristo crucificado, pág 25La Experiencia de vida, pág 171
  • Estudio-Vida de los Salmos, pág 345
  • Vivir en el espíritu, pág 17- 18, 36 y cap 5.
  • El resultado de la unión del Espíritu consumado del Dios Triuno y el espíritu regenerado de los creyentes, pág 30, 34
  • Lecciones de vida, tomo 3, lección 30
  • La esfera divina y mística, pág 54
  • Mensajes para aquellos en el entrenamiento del otoño de 1990, págs 69- 70
  • Servir en le espíritu humano, caps 5, 8
  • The Priesthood and God’s Building caps 9-10
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, págs 456-457.
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, «Functioning in Life as Gifts Given to the Body of Christ», caps 7-8
  • The Collected Works of Witness Lee, 1978, tomo 1, «Basic Training», págs 314-315.
  • The Collected Works of Witness Lee, 1970, tomo 3, «The Ministry of the New Covenant and the Spirit», cap 1
  • The Priesthood and God’s Building, caps 1, 8-15
  • Experiencing the Mingling of God, with Man for the Oneness of the Body of Christ, págs 34, 93 y caps 4-5
  • The Central Line of the Divine Revelation, pág 193
  • A Living of Mutual Abiding with the Lord in Spirit, caps 4-5
  • The Practical Way to Live in the Mingling of God with Man, cap 3.

Servir a Dios en la novedad del espíritu

Un sacerdote genuino sirve a Dios en la novedad del espíritu. Pablo servía en su espíritu. Este servicio era a la manera de adoración (Ro 1:9). Pablo era alguien que servía a Dios permaneciendo en su espíritu. Él disfrutaba al Señor en su espíritu y mantenía la comunión con el Señor. Su servicio consistía en atender al Señor allí, en su espíritu, contactando con Él y siendo infundido con la expresión de todas Sus riquezas.

Nosotros estamos libres de la ley. El Señor nos libró. ¡Hermanos, fuimos librados de la ley! Esta liberación es para -y únicamente para- que sirvamos a Dios de esta manera nueva.

En novedad del espíritu

Ahora libres de la ley podemos servir en la novedad del espíritu y no según la vejez de la letra (Ro 7:6). Debemos servir, no según la letra, no de acuerdo a ningún patrón externo, sino en la novedad del espíritu. ¿A qué nos referimos?
Esta novedad doble, de la vida (Ro 6:4) y del espíritu, están relacionados con nuestro espíritu humano regenerado. Hemos de saber que en nuestro espíritu hemos (2Ti 4:22) recibido al Espíritu vivificante (Ro 8). Por eso la novedad de la vida está relacionada con Cristo en Su resurrección, el cual es el Espíritu vivificante (1Co 15:45), que es uno con nuestro espíritu humano (1 Co 6:17). Podemos servir en la novedad del espíritu porque nuestro espíritu ha sido regenerado. ¡Aleluya!
La novedad del espíritu es consecuencia del hecho de que hemos sido librados de la ley y unidos al Cristo resucitado para servir a Dios. ¡Aleluya que nuestro espíritu ha sido renovado!
Gracias, Señor, que no somos los mismos. Gracias que Tu elemento está en nosotros. Gracias que Tu vida está en nosotros. Gracias porque has venido a nosotros a morar en nosotros como el Espíritu. Gracias que eres nuevo.

La novedad de la vida

La novedad de la vida es el resultado de nuestra identificación con el Cristo resucitado y tiene como finalidad que andemos en la vida (divina) diariamente. Toda novedad, tanto la novedad de vida, como la novedad del espíritu son el resultado de la crucifixión del viejo hombre y están relacionadas con la resurrección.

Ejercitar el espíritu

Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu. En la función de cualquier creyente como sacerdote debemos actuar, vivir y ser en nuestro espíritu, no en nuestra mente o nuestra alma, no según asuntos o cosas exteriores. Lo normal es que vivamos en el espíritu y de acuerdo a Él, porque todo lo que proviene del Espíritu es nuevo, ya que el Nuevo, el Novedoso, Aquel que es fresco y viviente, está en nuestro espíritu. Tanto la novedad del espíritu como la novedad de vida son resultados de la crucifixión del viejo hombre.
 

Himnos recomendados:

 
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “Estudio de cristalización de Éxodo tomo 2″, semana 12: “Un reino de sacerdotes”
  • The Conclusion of the New Testament, pág 3065.

Cristo es el disfrute de los sacerdotes

Sin duda alguna, Pablo era alguien que disfrutaba al Señor y exhortaba a los otros hermanos a que estuvieran también en el gozo del Señor (Fil 3:1). Él repetía y enfatizaba esto a los santos por amor de ellos, en Cristo. Eso no era molestia para él. Ahora.. ¿Cómo no ser molestia el hacer algo una y otra vez, repetir lo mismo vez tras otra? El secreto está en el disfrute de Cristo, que nos limpia, nos anima, nos purifica y nos infunde con las riquezas de Dios.
Hemos visto anteriormente que un sacerdote es alguien que sirve a Dios al disfrutar a Dios en Cristo. El resultado de este disfrute es que podemos ministrar Cristo a los santos. Realizar esto:
  • Edifica
  • No causa división
  • Vivifica
  • Enseña apropiadamente ministrando Cristo
  • Redarguye porque revela a Cristo
  • Adiestra a los santos en la función apropiada
Cuando somos uno con Dios y disfrutamos a Cristo como Pablo, servimos con el énfasis adecuado, sin un plan propio y sin un liderazgo tendencioso. Pablo era tal sacerdote al disfrutar a Cristo.

El disfrute de Cristo es crucial

Nosotros como sacerdote debemos disfrutar a Cristo. En el disfrute de Cristo obtenemos el material necesario para la edificación. Este material es Cristo en nosotros como vida, la Palabra viviente en nosotros para transmitir. Esta transmisión debe ser la imagen de Dios en nosotros, Su expresión, producto de pasar tiempo ministrando a Cristo en nuestro espíritu, para que Dios pueda hablar y nosotros lleguemos a ser Su expresión, para llevar a delante la obra del ministerio, que es la edificación del Cuerpo de Cristo, de manera actualizada, es decir, intensificada para vencer en el entorno hostil que es el mundo. No comprometamos nuestro tiempo con el Señor de ninguna manera. Hemos de ser en general personas flexibles y adaptables, pero en cuanto a nuestro tiempo con el Señor, debemos ser muy firmes y decir «¡No!» cuando alguien o algo nos presione para eliminar ese tiempo de nuestra agenda. Si no pasamos tiempo con el Señor, no hay nada más.

El gozo del Señor es seguro

El gozo del Señor es la consecuencia de nuestro disfrute. Cuando el apóstol dice a los santos que es seguro para ellos regocijarse en el Señor, es porque este regocijo en el Señor es para ellos una salvaguardia, una seguridad. Muchas veces, siguiendo la lógica natural, la tradición heredada, el pensamiento del hombre caído, sobre la base de los rudimentos de nuestra mente no renovada, creemos en un sentido contrario. Nos imaginamos que lo más seguro es ser exigentes con los santos, en cuanto a fórmulas exteriores -entiéndase, ropa, peinado, calzado, gestos…-; o restringir, aún prohibir, a los hermanos el ir a ciertos lugares, no usar ciertas palabras, repetir ciertas «fórmulas mágicas”, hacer que guarden ciertos días o que se abstengan de comer ciertos alimentos. Esto, queridos amigos y hermanos, no es lo más seguro. Esto no pasaría la prueba del fuego.
Lo más seguro para llevar una vida apartada para el Señor, sirviéndole apropiadamente como sacerdotes, victoriosos en Cristo, es ir a nuestro espíritu regenerado, contactar al Señor y disfrutarlo. Disfrutamos a Cristo cuando estamos en el espíritu, cuando invocamos Su nombre, cuando pasamos tiempo en la Palabra con oración y súplica, abriéndonos al Señor para recibir Su infusión de vida en nosotros, permitiendo así al Señor crecer en nosotros como vida. De este modo seremos regulados por Cristo como la vida divina en nosotros, guiados por ella, ocupados en ella, llenos, saturados y rebosantes de vida. Aquí alcanzaremos ese gozo inefable, y paz. En ese momento y de ese modo, estaremos seguros del mundo, del pecado, del maligno, del yo…

Todos los santos han de servir

En el libro de Efesios, capítulo 3, versículo 8 leemos: “A mí, que soy el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. ¡Qué gran patrón tenemos en Pablo! Era un hermano que permanecía en el Señor. Veía a Cristo y a sí mismo de una manera tan clara y sobria. Este versículo contienen varios puntos importantes, pero nuestra carga ahora va en dirección al Pablo sacerdote, cuyo funcionamiento en el Señor nos traía las inescrutables riquezas de Cristo.
Sabemos que en Cristo hay inescrutables riquezas, pero ¿había también esas inescrutables riquezas en Pablo para que él nos las pudiera transmitir a nosotros? Podemos hacernos otra pregunta: ¿Era Pablo un creyente tan único que Dios le confió y depositó en él todas Sus riquezas, de manera privativa, para que pudiera él pasarla a nosotros? Veamos, sí y no. Sí era un creyente excepcional. No era único en su especie ni recibió algo diferente de lo que los demás santos pueden recibir de Dios. Sí, hay inescrutables riquezas en Cristo. No, Pablo no era exclusivamente alguien que las recibía y las transmitía. Sí, Pablo era un sacerdote apropiado. No, no estaba solo en este honroso oficio.
Oremos mientras leemos este versículo. Abrámonos al Señor de una manera cabal y recibamos esta palabra en el espíritu para tener comunión con Él. Que la Palabra viviente nos vivifique. En el mismo versículo en que Pablo declara que anuncia las inescrutables riquezas, él dice ser “el más pequeño de todos los santos” y que la gracia (Ef 3:2) no era suya, ni producto de algún método muy efectivo, sino que le “fue dada”. ¡Aleluya! ¡No se goza usted?! Es maravilloso.
Todo los santos podemos recibir la misma gracia dada a Pablo. Es cierto que Pablo era el más pequeño y último de los apóstoles (1Co 15:9). El único que no anduvo con Cristo en Su ministerio terrenal, pero no era, en cuanto a su ministerio, inferior a éstos (2Co 11:5; 12:11). Recibimos la misma gracia que Pablo. Otra cosa es que no recibimos los mismos dones que él recibió.

Lo que Pablo anunciaba

Al contrario de lo que hoy nos pueda parecer, al margen de las impresiones que tengamos, el apóstol Pablo no anunciaba doctrinas, sino las inescrutables -insondables- riquezas de Cristo. Estas riquezas (Ef 1:7, 2:7) es lo que Cristo es para nosotros, como por ejemplo luz, vida, justicia y santidad y todo lo que tiene para nosotros. Además incluimos todo aquello que Él ha llevado a cabo, completado, logrado y obtenido para nosotros.
Debemos ver que Cristo no es solamente el hombre histórico que caminó por las tierras de Judea, Samaria y Galilea hace muchos años; ni siquiera es meramente el Cristo anunciado en los evangelios que entró al mundo de manera extraordinaria, vivió de forma impecable, realizó milagros, cautivó personas, controló los elementos y murió en la cruz sin merecerlo.
Necesitamos ver que Cristo hoy es más que eso, porque el proceso de Dios, que entró en la humanidad mediante la encarnación, vivió como el tabernáculo real, siendo la vida, continuó así fluyendo hasta pasar por la muerte, la resurrección, la ascensión, hasta Su regreso a los hombres como el Espíritu vivificante, el Consolador, abogado, Sumo sacerdote y Rey, todo-inclusivo, accesible, maravilloso y suficiente, para morar y mezclarse con nuestro espíritu y hacer Su hogar en nuestros corazones.
En el espíritu y con veracidad debemos adorarle y así servirle a Dios al disfrutarlo. Un sacerdote es alguien que disfruta a Cristo.

¿Por qué no?

La única razón por la que el disfrute de Cristo hoy no es nuestra principal -única- actividad es porque no vemos suficiente. Hay velos sobre nosotros. Debemos volver nuestros corazones al Señor de manera cabal, para que los velos sean quitados, y el maravilloso Cristo sea revelado a nosotros de manera fresca y nueva, le recibamos, vayamos a Su encuentro, lo contactemos, lo disfrutemos, seamos llenos de Él hasta rebosar, que sea nuestra vida y nuestro vivir, para llegar a ser nuestra expresión… y de este modo poder anunciar y ministrar Sus inescrutables riquezas a otros, en la completa seguridad de nuestro gozo en el Señor.
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “Estudio de cristalización de Éxodo tomo 2″, semana 12: “Un reino de sacerdotes”
  • El avance del recobro del Señor hoy, caps 1-2
  • El sacerdocio, pág 54, disponibles para leer online aquí
  • The Collected Works of Witness Lee, 1965, tomo 2, págs 455, 459 y 461
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, “Functioning in Life as Gifts Given to the Body of Christ, caps 7-8

Que el Señor nos lleve a un monte alto y nos libere para ver la visión

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Necesitamos orar. Es urgente entre los cristianos. Me refiero a orar de una manera específica, en una dirección definida. Hablo de una oración al Señor para que seamos conducidos a un monte alto por causa de nuestra actual condición. Como Juan, que cuando el Señor le dio la visión de Babilonia él estaba en un sitio desolado, el desierto, pero para recibir la visión de la Nueva Jerusalén, fue llevado a un monte alto, que es “una esfera trascendente, a fin de tener una visión que fuese de largo alcance, una visión excelente”.

Debo confesar que yo el primero y el más necesitado necesito el monte alto donde el Señor en Su misericordia, en Su amor y para Su economía se presente a nosotros de una manera en que seamos alumbrados de manera radical y profunda (Ap 21: 9-10; Hechos 10-16).

Hemos de aprender a venir diariamente a la Biblia cuando venimos al Señor y a venir al Señor cuando leemos la Biblia. Hacer una confesión cabal y luego no ser negligentes en este asunto ya que los pecados son un obstáculo en nuestra relación con el Señor y pudieran disminuir la eficacia en nuestra interacción con la revelación divina.

Leer la Palabra con oración es algo que nos encanta hacer. Esta práctica es muy saludable por cuanto las Escrituras, en su esencia, son Espíritu y vida. No es una herramienta nada adecuada la mente para tomar la Palabra cuando funciona ella sola, como cuando leemos un periódico. Hemos de ejercitar nuestro espíritu en la lectura de la Palabra. No sólo orar antes de leer sino leer con oración, invocando Su nombre, diciendo amén, convirtiendo la Palabra en nuestra oración para obtener el beneficio más profundo de nuestro tiempos de lectura.

Si ejercitamos nuestro espíritu al leer la Palabra obtendremos revelación de la misma porque más que absorber conocimiento, que lleva a un entendimiento natural, tendremos comunión con el Señor en Su Palabra, que lleva al disfrute de Cristo y a la revelación, lo que hará que tengamos una visión celestial. Es necesario que el Señor resplandezca sobre Su revelación para que nosotros veamos. Es simple el hecho que necesitamos una visión. A menudo descuidamos nuestra relación con el Señor y somos naturales cuando de la Palabra se trata. Pensamos que la Biblia es un libro ético, un compendio de buenas enseñanzas o un registro histórico acerca de un gran maestro religioso y otras cosas.

Este entendimiento pertenece a los rudimentos del mundo y no tiene nada que ver con un cristiano, hijo de Dios, nacido de nuevo, en el reino, miembro del Cuerpo y la familia de Dios, participante de las riquezas de Cristo para la edificación espiritual que alcanzará su final y consumación plena como la Nueva Jerusalén, que es la incorporación terminada y suprema de la unión de Dios y el hombre y la culminación del Cristo agrandado en ascensión. Todas estas cosas en realidad tienen muy poco que ver con un enfoque académico y formal de la Palabra de Dios, especialmente en lo que se refiere a la experiencia del cristiano y el ministerio del Nuevo Testamento para el propósito de Dios. Necesitamos orar para que los velos nos sean quitados, necesitamos la luz para poder tener la visión. Sin la luz no podremos ver, aunque los velos hayan sido quitados y también tendremos el entendimiento de la visión mediante la sabiduría del Espíritu.

¡Señor, tú conoces nuestra necesidad mejor que nosotros mismos. Nos ponemos en tus manos. Llévanos a un monte alto. Ya no queremos estar en el valle donde estamos. Llévanos a un monte alto y libéranos. Oramos ahora con sentido de urgencia. Señor, libéranos de la dictadura de nosotros mismos. Sácanos de nuestro yo, de nuestras propias experiencias. Incluso de aquellas buenas experiencias del pasado. Sálvanos de nuestro conocimiento, incluso de aquel bueno y bíblico. Para que podamos estar en una nueva esfera. Necesitamos estar elevados para tener un gran panorama. Necesitamos acceder a una vista trascendente de la visión gloriosa. Amén!

Esto no sólo tiene que ver con una persona, el que ora, aunque también, sino que tiene que ver con todos. Los que amamos al Señor, los que hemos sido regenerados al creer y recibir al Señor en nosotros, queremos servirle apropiadamente. Queremos funcionar de manera adecuada, tener una relación profunda y satisfactoria con el Señor pero sobre todo queremos que Dios sea satisfecho y Su propósito sea cumplido. Por ello cuando presentamos a otros la Verdad que hemos recibido, en términos espirituales, no se trata de enseñar conocimiento, procedimientos e información aprendidos. este hecho no debe ser un montón de conocimientos y procedimientos que hemos aprendido en un aula o grupo académico. Más que una “enseñanza, doctrina o conocimiento obtenido a través de una lectura, sino una visión”. Esta visión que recibimos en el espíritu bajo el resplandor de la luz divina (1 Timoteo 4:6; 1Juan 1:1-3).

Ministrar la Palabra en realidad significa que algo que hemos recibido como una visión espiritual y celestial es presentado a otros (2Timoteo 2:2, 15, 25, 1Juan 1:1-3; Apocalipsis 1:11a).

“Cuánto desearía que cada hermano tuviera esta clase de actitud y deseo, y le dijéramos al Señor: Deseo ser liberado y llevado a un lugar fuera de mí mismo, deso ser liberado de mis pecados malvados y también de mis experiencias buenas y espirituales. Aunque he tenido ya muchos logros, deseo ver una visión que sea más elevada, más grande, más profunda, más rica, y de mayor alcance y trascendencia”, la visión gloriosa de Dios.

Ref:  La Palabra santa para el avivamiento matutino, La visión celestial, semana 1: La visión que rige y regula; la visión de la economía de Dios.

El Padre, el Hijo y el Espíritu: Coexistentes y coinherentes

A inicios del 2011 publicamos unas citas acerca de la coexistencia y la coinherencia, sobre la experiencia y el disfrute del «Libro de lecciones nivel 2: El Dios Triuno – El Dios Triuno y la persona y obra de Cristo» contenido en la biblioteca online de la web de Living Stream Ministry.

Podemos ver ejemplos de la coexistencia en Mateo 3:16-17. Allí podemos ver claramente a los tres de la deidad, el Padre hablando del Hijo, el Hijo subiendo del agua y el Espíritu descendiendo sobre el Hijo. Un cuadro ciertamente maravilloso. Los tres existen simultáneamente, es decir, existen al mismo tiempo. Existe el padre al tiempo que existe el Hijo mientras existe el Espíritu. La existencia de ninguno de ellos niega la existencia de los otros dos. En Juan 8:26, el Señor se refiere al Padre como «Aquel que me envió». Él no se envió a Sí mismo. La existencia múltiple tiene como fin llevar a cabo la economía de Dios, que es el plan de Dios que cumple el deseo y el propósito de Dios.

Está claro que podemos diferenciar al Hijo del Padre, al Padre del Espíritu y al Espíritu del Hijo y observar claramente  a cada uno de ellos. Es posible distinguirlos y hasta contarlos. Tampoco nadie puede decir que el Padre descendió en forma de paloma o que el Espíritu fue bautizado en las aguas del río Jordán por Juan el bautista. Aquí es donde muchos se preguntan: ¿Son tres Dioses separados? La respuesta es definitivamente No. A lo largo de todas las Escrituras nunca vemos tal separación. Nadie puede aducir separación sobre una base bíblica seria. No es eso lo que está revelado en la Palabra. En realidad Dios es uno y es tres.

En Deuteronomio 6:4 dice: «Oye, Oh Israel, Jehová es nuestro Dios; Jehová uno es«. Además, en Romanos 3:30, en Gálatas 3:20 y en Jacobo (Santiago) 2:19 se menciona que Dios es uno. En el evangelio de Juan, versículo 9, después que Felipe le dijo al Señor que le mostrara al Padre, podemos leer:  «Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?»… hablando en primera persona como el Padre, para luego cambiar inmediatamente a hablar en primera persona como el Hijo, en el mismo versículo, diciendo: «El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?»  Y en el versículo 10 continúa: «¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí ? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras«. Aquí vemos claramente que el Padre permanece (existe y mora de manera permanente) en el Hijo. Así que el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre. Podemos decir que el Padre y el hijo son coinherentes, existen el uno en el otro, además de ser coexistentes, como vimos en el párrafo anterior, basándonos en Mateo 3:16-17.

Por otro lado, consideremos Juan. 8:29. En este versículo el Señor dice: «Porque el que me envió, conmigo está; Él no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada«. «El que me envió» (el padre) está con el Hijo en este versículo. La preposición «con» no debemos entenderla como indicativo de acompañante completamente diferente que podrían ser separados, sino como que uno  es inherente al otro, habitando en el mismo espacio al mismo tiempo, a la vez que pueden ser distinguidos. Distinguibles pero inseparables. El Hijo, además, echa fuera los demonios por el Espíritu Santo (Mateo 18:28), no por Sí mismo, es decir, el Espíritu Santo mora en el Señor. Aunque es distinguible con respecto a Él, no puede ser separado del Señor.

En Juan 14:26 leemos que el Padre enviaría al Espíritu en nombre del Señor y que el Espíritu nos enseñaría todas las cosas y nos recordaría las palabras del Señor. La nota 3 de este versículo en la Biblia de Estudio «versión recobro» dice: «En 5:43 se nos dice que el Hijo vino en el nombre del Padre, y aquí que el Padre envió al Espíritu Santo en el nombre del Hijo. Esto comprueba no solamente que el Hijo y el Padre son uno (10:30), sino también que el Espíritu Santo es uno con el Padre y con el Hijo. El Espíritu Santo, quien es enviado por el Padre en el nombre del Hijo, no sólo es la realidad que procede del Padre, sino también la realidad que proviene del Hijo. Este es el Dios Triuno — el Padre, el Hijo y el Espíritu — que finalmente llega al hombre como el Espíritu». Esto es estupendo. El Dios Triuno ha venido a nosotros completo, como el Espíritu, para traernos la realidad de todo lo que Él es, todo lo que ha llegado a ser y todo lo que tiene para nuestro disfrute y salvación.

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Jesucristo fue hecho un pacto para nosotros: ¡Él es el Mediador y el Ejecutor del nuevo pacto!

Jesucristo fue hecho pacto para nosotros. ¡Él es la garantía de Dios, el fiador de Dios, pues Él es la herencia para Su pueblo! Este pacto es más sólido que una mera promesa. ¡Es algo validado y promulgado, es decir, anunciado y puesto en vigor por la sangre derramada de Cristo (Mt 26:28)! Cristo promulgó el nuevo pacto (el cual finalmente llegó a ser testamento nuevo) con Su sangre, para la redención de las transgresiones del pueblo de Dios. Él redimió al hombre de vuelta a Dios e hizo al hombre apto para heredar todo de Dios. Ahora Dios es nuestra herencia. ¡El Espíritu es las arras de nuestra herencia (Ef 1.14) y Cristo es el fiador del nuevo pacto! (Heb 7:22). ¡Los atributos divinos de Dios han llegado a ser las inescrutables riquezas de Cristo, que nosotros heredamos, y el Dios Triuno completo es la garantía y las arras que nos asegura y nos adelantan que esto efectivamente está ocurriendo! Cristo es el nuevo pacto que Dios nos entrega. Él es la garantía, la seguridad del nuevo pacto. Él promulgó el nuevo pacto y en Su resurrección Él llegó a ser todo nuestro legado (herencia) según este nuevo pacto y Él es también el Mediador, el Ejecutor, para llevar a cabo este nuevo testamento (Heb 9:15-17)… Leer más en «Un Dios-hombre es un cristiano normal» Full Article in English on «A God-man is a normal Christian»