Somos el sacerdocio santo y real para servir a Dios y a los hombres

Hay dos órdenes sacerdotales en las Escrituras: El orden santo, tipificado por Aarón y sus hijos, y el orden real, tipificado por Melquisedec. Los creyentes hoy somos ambos, porque representamos a los hombres frente a Dios y llevamos a Él las necesidades de los hombres. También venimos de Dios a los hombres como Sus representantes para ministrarlo a Él en ellos. Mediante el sacerdocio santo el asunto del pecado quedó resuelto en la eternidad. A través del sacerdocio real Dios cumple Su propósito eterno y fue introducido como nuestra gracia.

La entrada al sacerdocio no se realiza por ningún deseo humano. No hay nada que el hombre pueda hacer para convertirse en sacerdote. Es una cuestión de elección divina. Dios nos introduce en el sacerdocio por la redención. Espiritualmente hablando y desde la perspectiva de Dios, no existe un solo sacerdote sobre esta tierra que no haya sido redimido por la sangre preciosa del Cordero. No hay un solo sacerdote tampoco que no haya nacido de nuevo por la vida divina. Repasemos las Escrituras, como siempre.

Sacerdocio santo y real

Los redimidos, corporativamente, hemos sido hechos para nuestro Dios un reino y sacerdotes (Ap 5:10). Además, como piedras vivas, somos edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo, y somos igualmente un linaje escogido, real sacerdocio, nación de naturaleza santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciemos las virtudes excelentes y gloriosas (2P 1:3 y la nota 11) de Aquel que nos llamó (1P 5:10; 2P 1:3; 1Ts 2:12) de las tinieblas a Su luz admirable (1P 2:5, 9).

Los que hemos sido regenerados, de barro que éramos (Ro 8:21) hemos llegado a ser piedras vivas para la edificación divina, el Edificio de Dios (1Co 3:9; Ef 2:20-22; 4:16; Col 2:7), que es la casa espiritual (Gn 28:19, 22; 1Ti 3:15; 1P 4:17), es decir, el sacerdocio santo. La casa espiritual es el sacerdocio santo y el sacerdocio santo es la casa espiritual. «Santo denota la capacidad de la naturaleza divina para separar y santificar” y espiritual significa que la vida divina tiene la capacidad de vivir y crecer. ¡Aleluya! Esto es maravilloso.

Como sacerdotes santos y reales

El sacerdocio santo está tipificado por el orden sacerdotal de Aarón (Ex 29:1,4; 1P 2:5; He 2:17), que eran consagrados externamente con las vestiduras sacerdotales e internamente al comer de las ofrendas. Esto representa a Cristo, como nuestras vestiduras y nuestro alimento. Cristo, como nuestro sacerdote santo, eliminó el pecado (He 1:3) y nos aseguró el camino al Trono, que es el Trono de autoridad (Dn 7:9; Ap 5:1), pero para nosotros es el Trono de la gracia, el Trono de Dios y del Cordero (Ap 22:1) a través de nuestro espíritu (He 4:12). “El mismo Dios que está sentado en el Trono en los cielos (Ro 8:34) ahora está en nosotros» (Ro 8:10). Esta es la clave para acceder al Trono en los cielos estando en la tierra. Ahora Dios es nuestra gracia. 

Parece muy complicado aplicar todo esto de manera adecuada a nuestra experiencia. La clave está en nuestro espíritu. Dios está en nosotros. Para nosotros está muy cercano y accesible, en nuestro espíritu. El que es santo mora en nosotros, para apartarnos apropiada y completamente para Él, sino para que lo recibamos, lo experimentemos y seamos completamente llenos y saturados de Él, el Santo. Hoy somos los sacerdotes santos, que vamos a Dios llevando a los hombres. Cuando oramos y presentamos a las personas a Dios, los estamos llevando a Él. Traemos a los hombres a Dios y las necesidades de ellos. Somos los sacerdotes santos que vamos a Dios de parte del hombre, llevando el hombre a Dios. Al contactar a Dios y entregarle nuestras cargas, somos llenos de Dios y constituidos por Dios, alcanzando de este modo una posición real.

Como sacerdotes reales en funciones vamos a los hombres y le presentamos Dios  los hombres, ministrando Cristo en ellos. Cuando hablamos el evangelio a otros impartimos / ministramos Cristo. Vamos en una dirección y regresamos en dirección contraria. Esta es la labor sacerdotal nuestra: De los hombres a Dios y de Dios a los hombres, llevando y trayendo, trayendo y llevando. Es la labor más elevada y honrosa de todo el universo.

Dos aspectos del sacerdocio aarónico

  • Ser santo es ser (y estar) separado de las cosas comunes, mundanas para Dios y Su uso (1P 1:16), que consiste principalmente en representar al pueblo frente a Dios y llevarles las personas, las cosas, las necesidades y todo.
  • El orden de Aarón ofrece sacrificios a Dios por los pecados. Está relacionado principalmente con las ofrenda por el pecado (He 10:12). Este orden sacerdotal soluciona el problema del pecado sobre la base de la purificación, única y aceptada, realizada por Cristo (He 1:3; 7:27; 9:12, 28). Él se ofreció a Sí mismo de una vez por nuestros pecados (He 9:26, 28; 10:10, 12).

No debemos creer a Satanás, que intentará engañarnos. No necesitamos tener una ofrenda propia hoy, no hay necesidad que nosotros paguemos por nuestros pecados, sólo necesitamos ir al Señor y tomarlo. Él es nuestra ofrenda. Hebreos 7:27 enfatiza lo que ocurrió en el pasado. Es algo consumado ya con respecto a nuestro pecado. Por último, esta no era la intención original de Dios. Fue introducido por el pecado (He 1:3; Jn 1:29; Ro 8:3). 

Cinco aspectos del sacerdocio real

  1. Esta clase de sacerdocio ministra el Dios procesado en nosotros como nuestro disfrute para nuestro suministro (He 5:10; 7:1-2).
  2. Que Cristo se haya sentado a la diestra de la Majestad coincide con el orden de Melquisedec, en ello consiste (Sal 110:1, 4; He 1:3; 8:1).
  3. Como Sumo Sacerdote real, Cristo nos ministra todo lo que necesitamos. Es un ministrar todo-inclusivo. Para ello imparte al Dios Triuno procesado y consumado como nuestro suministro de vida para el cumplimiento el propósito eterno de Dios.
  4. Es nuestra experiencia que los sacerdotes reales cuidan al pueblo al venir a él con provisiones: Pan y vino. Tal como Melquisedec con respecto a Abraham (Gn 14:18-19).
  5. El verdadero sacerdocio es producido en nosotros en la medida que servimos ministrando Dios a otros para que ellos sean la expresión de Dios (1P 4:10; 2Co 3:18).
Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”
  • Servir en el espíritu humano, pág 83-84, caps 6-7
  • La conclusión del Nuevo Testamento, pág 849
  • A General Sketch of the New Testament in the Light of Christ and the Church, Part 3: Hebrews Through Jude, pág 331
  • The Conclusion of the New Testament, págs 3754-3755, 3774, 3778, 3794 y los mens. 372-374

Los que encienden las lámparas en el Tabernáculo de Dios

Habíamos compartido acerca de hacer arder las lámparas en el santuario de Dios. Este es un servicio sacerdotal (Ex 27:20-21). Sólo los sacerdotes podían hacer eso. Que la luz de las lámparas subiera representa la manera en que los cristianos deben reunirse, ya que el Tabernáculo, la Tienda de Reunión, que contenía las lámparas en el Lugar Santo, era el lugar de encuentro de Dios con Su pueblo y donde se encontraba el hablar de Dios (Lv 1:1), y es un tipo de la iglesia, porque ella es el lugar donde Dios habla hoy, y donde Dios y el hombre están reunidos. No me refiero a un edificio físico sino a los creyentes corporativamente hablando.

Por otro lado, esta iluminación indica la manera apropiada en que los cristianos deben reunirse. La manera es emitir luz (Lc 11:33). En la reunión todo cuanto hagamos -orar, canta, alabar y profetizar (no productivamente, sino hablar de parte de Dios, ver 1Co 14:26) deberá hacer que la luz ascienda. Este iluminar es el patrón. No se trata de ningún asunto externo ni táctica de organización humana.

Personas santas, lámparas santas en el Lugar Santo

Por todo ello es necesario -hoy probablemente más que nunca antes- que las lámparas sean encendidas por personas santas, para brillar. Estas son las lámparas santas en el Lugar Santo (Ex 27:20-21; 30:7-8). Aquellos que encienden las lámparas hoy y brillan son personas santas.

Los creyentes

Los sacerdotes son necesarios para producir este brillar, esta luz. ¿De qué tipo de creyente hablamos, que se necesitan para brillar y hacer brillar? Personas redimidas por la sangre del Cordero, que estén absolutamente poseídas por Dios (1P 2:5), que vivan completamente para Dios y estén disponibles de manera completa para Dios. Su único interés debe ser Dios (Ap 1:6; 5:9-10). Todas sus acciones, movimientos, tiempo, posesiones y todo deben estar en Dios.

Hablamos de personas que vivan de acuerdo a su espíritu regenerado, guiados y dirigidos por Dios. Hermanos y hermanas que estén llenos de Dios, plenamente identificados con Dios en Cristo. Deben comer, vivir, respirar y ser dentro del mezclar de vida, en su espíritu. Personas cuya vida es Dios, cuyo vivir es Dios y que Su expresión es Dios. Estos representan adecuadamente a Dios porque ejercen el dominio de Dios al permanecer espontáneamente bajo la autoridad de Dios. Decimos que son uno con Dios. Son apartados y llenos de Dios, es decir, consagrados a Dios de modo total.

Aquel que enciende la lámpara debe estar saturado de Dios, constituido por Dios y aún rebosante de Dios. Debe estar dedicada a Él, y Él debe ser el todo de esta persona. En la práctica, todo lo que esa persona haga o diga equivale a encender las lámparas. Estos son los sacerdotes santos que componen el sacerdocio santo. Cuando los sacerdotes santos, hermanos y hermanas, hablan en la reunión, la luz asciende y el santuario se llena de luz (1Co 14:19; Mt 5:15-16; Mr 4:21).

Todos los creyentes, es decir, todos aquellos que han nacido de nuevo del Espíritu, poseen la vida de Dios en su espíritu. La entrada al sacerdocio es este nacimiento. Todos los santos deben ser los que enciendan la luz de las lámparas y brillen en la reunión. Para ello nos gustaría, brevemente, sugerir una pauta quíntuple, que es algo muy práctico. No es algo completo, sino más bien un camino inicial.

Necesitamos ser aquellos que van al espíritu -aún que permanecen, viven allí y actúan de acuerdo a nuestro espíritu-, para disfrutar al Señor y ser llenos de Él hasta rebosar. Debemos ser constituidos con el Señor mismo como la realidad de Dios en nosotros, hasta ser constituidos por Él, a ser aquellos que pertenecen en Su Palabra, en la comunión de la vida. Necesitamos recibir una visión acerca de Su propósito, Su mover y Su anhelo. Una visión que nos regule y nos controle, la visión de la economía neotestamentaria de Dios, para la edificación de Su morada. Debemos funcionar apropiadamente en las reuniones de la iglesia, ejercitando nuestro espíritu al hablar de parte de Dios, cantar a Dios, proclamar a Dios, alabarlo… según 1Co 14:26.

Todos creceremos en la vida divina si permanecemos abiertos al infundir y al impartir de Dios. Dios necesita, no solamente, que nazcamos de nuevo, sino que maduremos. Necesitamos ser aquellos que sirven en el espíritu al adorar a Dios allí (Ro1:9) permanentemente y con veracidad (Jn 2:24). ¡Si todos llegamos a la estatura de la plenitud de Cristo, la edificación será consumada!

Dios necesita hombres santos que enciendan las lámparas santas en el Lugar Santo. Ese es Su testimonio. ¡Amén!

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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino”, titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
  • Estudio-vida de Éxodo, pág 1269, 1272-1274
  • Libro «El sacerdocio», cap 16
  • The Priesthood and God’s Building, cap 10

Un sacerdote tiene contacto con Dios

Un sacerdote es alguien que vive únicamente por los intereses de Dios y le sirve a Él (Ex 19:6; Ro 14:7-8; 2Co 5:15). Para llevar a cabo este servicio a Dios, es necesario que el sacerdote esté lleno, saturado e impregnado de Dios, para que Dios fluya desde su interior, entonces llegan a ser una expresión viva de Dios (1P 2:5, 9).

Contacto con Dios en la mezcla con Dios

Un sacerdote es alguien que tiene contacto con Dios en la mezcla con Dios. En 1 Corintios 6:17 leemos que el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él. Tenemos en la Palabra un registro de nuestra unión con el Señor en Romanos 11:17, 19, en 6:5 y en Juan 15:4-5.En Romanos 8:4-6 se hace referencia a este espíritu mezclado. El Señor se hizo Espíritu vivificante por medio de la resurrección (1 Co 15:45; 2 Co 3:17) y está con nuestro espíritu (2 Ti 4:22). De este modo es hecho real, accesible y subjetivo para nosotros. ¡Qué bendición!
Esta unión se refiere a la unión que comienza al creer -recibir- en el Señor (Jn 3:15-16). Aquí las Escrituras no habla de una unión simbólica, sino orgánica, según vemos en Juan 15:4-5 en la figura de los pámpanos y la vid. El Señor pudo escoger una manera distinta de representar esta realidad pero allí vemos una relación (unión) con Dios que es orgánica, es decir relacionada con la vida divina. Los pámpanos y la vid no están unidos por la semántica ni los rituales. Su relación es llana y simplemente una cuestión de vida y en la vida. Así nosotros con el Señor. Este tipo de unión con el Señor resucitado sólo se puede realizar en nuestro espíritu. Cuando hablamos de mezcla con Dios hablamos las dos naturalezas, la humana y la divina, de manera inseparable, pero ciertamente distinguible.
El Señor, como el Espíritu se mezcla con nuestro espíritu. Nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn 3:6), el cual está ahora en nosotros (Jn 3:19), es decir, es uno con nuestro espíritu (Ro 8:16). Esta frase «es uno» puede resultar inusual para muchos. Ser uno significa que el Espíritu con nuestro espíritu se ha mezclado. Es imposible de separar. Incluso en gran parte del nuevo Testamento es muy difícil determinar si se habla de uno u otro, siempre que se refiere a la experiencia que el creyente tiene de Dios.
Gracias, Señor, que estás en nuestro interior. Gracias que Tu Espíritu ha regenerado nuestro espíritu, mezclándose con éste. Gracias que hemos nacido de nuevo por Tu vida. Gracias por esta mezcla maravillosa. Gracias que hoy te contactamos en nuestro espíritu. Gracias que vamos a Ti en nuestro interior. Gracias que eres accesible y siempre disponible a nosotros en nuestro espíritu. Señor, Te amamos y nos mezclamos contigo para ser salvos cada día, siendo llenos de Ti. Amén.

Servicio en la mezcla con Dios

El hecho de que el sacerdote pase por el lugar santo y entre en el lugar santísimo equivale a su contacto con Dios, y esto no se realiza en él mismo sino en una mezcla. El contacto que un sacerdote tiene con Dios tiene lugar en Dios (He 10:9). Cuando contactamos a Dios no lo hacemos solo de manera objetiva sino subjetiva (en nuestro interior). No contactamos a Dios aparte de Dios, sino que contactamos a Dios en Dios, es decir, en la mezcla con Dios (Jn 15:4-5). Nuestro contacto con Dios tiene lugar en la esfera de Dios. En nuestro espíritu está el Dios completo en el Hijo como el Espíritu vivificante, mezclado con nuestro espíritu, que ha sido de este modo regenerado.
Un sacerdote es alguien que está absoluta y cabalmente mezclado con Dios (Juan 14:20). El propósito de Dios consiste en mezclarse con nosotros para llegar a ser nuestra vida, naturaleza y contenido, y para que lleguemos a ser Su expresión corporativa (Ef 3:16-21; 4:4-6, 16). Esta mezcla de Dios y el hombre es una unión intrínseca de los elementos de la humanidad y la divinidad para formar una sola entidad orgánica, pero los elementos permanecen distintos en la unión (Lc 1:35 nota 2 de la Biblia versión recobro).
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios″, semana 2: “La definición de lo que es un sacerdote”
  • El Sacerdocio, pág 11El Cristo crucificado, pág 25La Experiencia de vida, pág 171
  • Estudio-Vida de los Salmos, pág 345
  • Vivir en el espíritu, pág 17- 18, 36 y cap 5.
  • El resultado de la unión del Espíritu consumado del Dios Triuno y el espíritu regenerado de los creyentes, pág 30, 34
  • Lecciones de vida, tomo 3, lección 30
  • La esfera divina y mística, pág 54
  • Mensajes para aquellos en el entrenamiento del otoño de 1990, págs 69- 70
  • Servir en le espíritu humano, caps 5, 8
  • The Priesthood and God’s Building caps 9-10
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, págs 456-457.
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, «Functioning in Life as Gifts Given to the Body of Christ», caps 7-8
  • The Collected Works of Witness Lee, 1978, tomo 1, «Basic Training», págs 314-315.
  • The Collected Works of Witness Lee, 1970, tomo 3, «The Ministry of the New Covenant and the Spirit», cap 1
  • The Priesthood and God’s Building, caps 1, 8-15
  • Experiencing the Mingling of God, with Man for the Oneness of the Body of Christ, págs 34, 93 y caps 4-5
  • The Central Line of the Divine Revelation, pág 193
  • A Living of Mutual Abiding with the Lord in Spirit, caps 4-5
  • The Practical Way to Live in the Mingling of God with Man, cap 3.

Un sacerdote ministra al Señor

“Toda obra espiritual se hace exclusivamente delante de Dios. Si cuidamos de nuestra obra apropiadamente ante Dios, no habrá necesidad de utilizar tantos métodos [tales como promociones y propuestas] … Hermanos y hermanas, debemos examinarnos con mucha sinceridad delante de Dios. Preguntémosle: “Oh, Señor, ¿estoy en verdad ministrándote a Ti o a la obra? Oh Señor, ¿a quién está dirigido mi ministerio, a Ti o a la obra?»

Ministrar al Señor

Dios busca personas que le ministren a Él. Dios tiene una urgencia muy grande en este asunto. ¿Cuál es el centro de nuestra obra, la obra misma o el Señor? Son muchos los que laboran desde fuera, desde «el atrio». Son pocos los que ministran desde dentro. Por ello Dios clama: “¿Quién me ministrará a Mí en Mi santuario? Servir en la novedad del espíritu incluye ministrar al Señor. Necesitamos enfatizar que definitivamente no nos referimos a ministrar algo bueno, algo que apunte al Señor, una cosa relacionada con el Señor, o un asunto que guarde similitudes con el Señor. No hemos de ministrar otra cosa, sino al Señor mismo. La diferencia entre ambos casos es absoluta. Una vez más, necesitamos precisar algo: La diferencia no es semántica ni sutil. Si llegamos a esta conclusión al leer estas notas, lo más probable es que estemos ministrando otra cosa que no es el Señor. El deseo de Dios es que hagamos Su obra, no nuestra obra, que le dedicamos a Él. Hacer Su obra no implica inactividad, tampoco acción. No se trata de la intensidad del trabajo, se trata de que sea la obra de Dios, que hacemos cuando ministramos a Dios apropiadamente.

En Antioquía

La obra en Antioquía, cuando Pablo y Bernabé fueron enviados, comenzó cuando “ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch 13:1-2). Ellos servían en la novedad del espíritu y en novedad de vida, ellos ministraban al Señor y su servicio era apropiado. Era un servicio en Dios y no en cosas -hay una diferencia grande-, y este servicio era uno con el Espíritu que se sentía libre para fluir, dirigir, tomar el control y expresarse en ellos.

Ministrar al Señor y ministrar al templo

«Nosotros sólo debemos ministrar al Señor y no al templo. Dios desea obtener personas que le ministren a Él directamente y que reciban la comisión del Espíritu Santo directamente». Toda actividad externa debe basarse e iniciarse en nuestro ministerio al Señor. Esto no significa que hemos de desatender la obra, o simplemente -de manera irresponsable- dejar la obra comenzada a un lado, sino que nuestro obrar se debe re-dirigir, debe cambiar en su esencia. Necesitamos una visión clara. Debemos ser impresionados con respecto a que debemos salir siempre como resultado de nuestro ministerio al Señor, no por causa de nuestros deseos, o para arreglar cosas, o porque somos capaces de hacer algo, o porque podría ser útil nuestra acción, o por causa de que sería bueno hacer esto o lo otro. Ministremos al Señor, no ministremos al templo. Es necesario que tengamos esta experiencia.
Tomemos unas porciones en la Palabra, pero primero digamos lo siguiente:
«Nada ha perjudicado más a los creyentes espirituales que … explicar las Escrituras. Tenemos la idea -natural, tradicional y aún religiosa- de que siempre que hallamos dos versículos similares en la Biblia, podemos explicarlos -y entenderlos-… [Esto] no es cierto… Antes de estudiar, debemos aprender en la práctica cómo ministrar a Dios. Primero debemos conocer al Autor de la Biblia antes de leer el contenido de ésta. Si le damos a la Biblia la prioridad, fracasaremos. (…) Para empezar quisiéramos declarar que nuestra intención no es explicar las Escrituras, sino aprender una lección práctica.»
En Ezequiel 44:11, 15-16. En el versículo 11 vemos el asunto de ministrar al santuario y en la siguiente porción, encontramos la cuestión de ministrar «a Mí». En el idioma original la palabra traducida ministrar es la misma en ambos casos. ¿Conocemos la diferencia entre estas dos clases de ministerios? El primer caso incluye la actitud -y la obra- de trabajar para las personas, para satisfacer a personas, ayudar a personas y según la orientación de personas. Aunque estas personas sean los queridos hermanos que conforman la iglesia, y nuestro servicio sea bueno y útil, será ministrar el templo.
La otra clase de ministerio, un ministerio mejor, consiste en ministrar no sólo delante, cerca o pensando en el Señor, sino al Señor mismo. Es una idea errónea de que ministrar al Señor es desatender el templo. Esto significa que ministrar al Señor no solamente no significa desatender la obra, sino que además, ministrar al Señor produce la única obra en la que el Señor está interesado. Cuando ministramos a las personas, esto debe ser la consecuencia directa y espontánea de nuestro ministerio al Señor.

Diferencias entre ambos ministerios

Es posible que no veamos diferencias entre ambos ministerios, de hecho es posible que en este caso estemos algunos hermanos veteranos, que han pagado un precio, hermanos diligentes y trabajadores para el Señor. Sin embargo debemos continuar presentando este asunto. Es crucial, y hasta central, que veamos esto claramente. debemos ser aquellos que ministran al Señor, no los que únicamente ministran al templo, sin importar las consideraciones secundarias. Cuando ministramos al templo es porque esto es una consecuencia directa de ministrar al Señor. Si ministramos solamente al templo, como ministros de templo profesionales, entonces nuestro ministerio es inadecuado. En términos de Dios es vano.
Hay dos asuntos en ambos extremos de esta línea: El primer amor y el fuego. Cuando los creyentes tienen al Señor como lo primero, lo principal y lo prioritario, entonces lo ministrarán a Él. En este caso el Señor será nuestra Cabeza de una manera muy práctica, le ministraremos a Él, nos mezclaremos con Él al disfrutarle, le conoceremos de manera personal, lo seguiremos de manera real, seremos llenos de Él, permaneceremos en Él, viviremos en Él, en Su vida, aún más Él llegará a ser nuestro vivir y nuestro actuar. En este último punto está el misterio del ministerio al templo. Cuando nuestra obra sea la consecuencia de nuestro ministerio al Señor, ésta será la obra de Dios. ¡Aleluya! Esta obra será aprobada y aceptada por Dios porque ha sido llevada a cabo con los materiales apropiados: Oro y piedras preciosas. Si realizamos una obra sin Cristo, no importa cuán buena sea, cuán noble, cuánto tiempo hayamos invertido en ella, o cuántos sueños y buenas intenciones haya consumido. Aún no importaría cuántos esfuerzos empleó, no pasará la prueba del fuego, dado la baja calidad de sus materiales. Habrá sido hecha en nuestra humanidad solamente, en el hombre caído.
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “Estudio de cristalización de Éxodo tomo 2″, semana 12: “Un reino de sacerdotes”
  • Avance del recobro del Señor hoy, caps 1-2
  • Ministramos al templo o ministramos a Dios.

Servir a Dios en la novedad del espíritu

Un sacerdote genuino sirve a Dios en la novedad del espíritu. Pablo servía en su espíritu. Este servicio era a la manera de adoración (Ro 1:9). Pablo era alguien que servía a Dios permaneciendo en su espíritu. Él disfrutaba al Señor en su espíritu y mantenía la comunión con el Señor. Su servicio consistía en atender al Señor allí, en su espíritu, contactando con Él y siendo infundido con la expresión de todas Sus riquezas.

Nosotros estamos libres de la ley. El Señor nos libró. ¡Hermanos, fuimos librados de la ley! Esta liberación es para -y únicamente para- que sirvamos a Dios de esta manera nueva.

En novedad del espíritu

Ahora libres de la ley podemos servir en la novedad del espíritu y no según la vejez de la letra (Ro 7:6). Debemos servir, no según la letra, no de acuerdo a ningún patrón externo, sino en la novedad del espíritu. ¿A qué nos referimos?
Esta novedad doble, de la vida (Ro 6:4) y del espíritu, están relacionados con nuestro espíritu humano regenerado. Hemos de saber que en nuestro espíritu hemos (2Ti 4:22) recibido al Espíritu vivificante (Ro 8). Por eso la novedad de la vida está relacionada con Cristo en Su resurrección, el cual es el Espíritu vivificante (1Co 15:45), que es uno con nuestro espíritu humano (1 Co 6:17). Podemos servir en la novedad del espíritu porque nuestro espíritu ha sido regenerado. ¡Aleluya!
La novedad del espíritu es consecuencia del hecho de que hemos sido librados de la ley y unidos al Cristo resucitado para servir a Dios. ¡Aleluya que nuestro espíritu ha sido renovado!
Gracias, Señor, que no somos los mismos. Gracias que Tu elemento está en nosotros. Gracias que Tu vida está en nosotros. Gracias porque has venido a nosotros a morar en nosotros como el Espíritu. Gracias que eres nuevo.

La novedad de la vida

La novedad de la vida es el resultado de nuestra identificación con el Cristo resucitado y tiene como finalidad que andemos en la vida (divina) diariamente. Toda novedad, tanto la novedad de vida, como la novedad del espíritu son el resultado de la crucifixión del viejo hombre y están relacionadas con la resurrección.

Ejercitar el espíritu

Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu. En la función de cualquier creyente como sacerdote debemos actuar, vivir y ser en nuestro espíritu, no en nuestra mente o nuestra alma, no según asuntos o cosas exteriores. Lo normal es que vivamos en el espíritu y de acuerdo a Él, porque todo lo que proviene del Espíritu es nuevo, ya que el Nuevo, el Novedoso, Aquel que es fresco y viviente, está en nuestro espíritu. Tanto la novedad del espíritu como la novedad de vida son resultados de la crucifixión del viejo hombre.
 

Himnos recomendados:

 
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “Estudio de cristalización de Éxodo tomo 2″, semana 12: “Un reino de sacerdotes”
  • The Conclusion of the New Testament, pág 3065.

Cristo es el disfrute de los sacerdotes

Sin duda alguna, Pablo era alguien que disfrutaba al Señor y exhortaba a los otros hermanos a que estuvieran también en el gozo del Señor (Fil 3:1). Él repetía y enfatizaba esto a los santos por amor de ellos, en Cristo. Eso no era molestia para él. Ahora.. ¿Cómo no ser molestia el hacer algo una y otra vez, repetir lo mismo vez tras otra? El secreto está en el disfrute de Cristo, que nos limpia, nos anima, nos purifica y nos infunde con las riquezas de Dios.
Hemos visto anteriormente que un sacerdote es alguien que sirve a Dios al disfrutar a Dios en Cristo. El resultado de este disfrute es que podemos ministrar Cristo a los santos. Realizar esto:
  • Edifica
  • No causa división
  • Vivifica
  • Enseña apropiadamente ministrando Cristo
  • Redarguye porque revela a Cristo
  • Adiestra a los santos en la función apropiada
Cuando somos uno con Dios y disfrutamos a Cristo como Pablo, servimos con el énfasis adecuado, sin un plan propio y sin un liderazgo tendencioso. Pablo era tal sacerdote al disfrutar a Cristo.

El disfrute de Cristo es crucial

Nosotros como sacerdote debemos disfrutar a Cristo. En el disfrute de Cristo obtenemos el material necesario para la edificación. Este material es Cristo en nosotros como vida, la Palabra viviente en nosotros para transmitir. Esta transmisión debe ser la imagen de Dios en nosotros, Su expresión, producto de pasar tiempo ministrando a Cristo en nuestro espíritu, para que Dios pueda hablar y nosotros lleguemos a ser Su expresión, para llevar a delante la obra del ministerio, que es la edificación del Cuerpo de Cristo, de manera actualizada, es decir, intensificada para vencer en el entorno hostil que es el mundo. No comprometamos nuestro tiempo con el Señor de ninguna manera. Hemos de ser en general personas flexibles y adaptables, pero en cuanto a nuestro tiempo con el Señor, debemos ser muy firmes y decir «¡No!» cuando alguien o algo nos presione para eliminar ese tiempo de nuestra agenda. Si no pasamos tiempo con el Señor, no hay nada más.

El gozo del Señor es seguro

El gozo del Señor es la consecuencia de nuestro disfrute. Cuando el apóstol dice a los santos que es seguro para ellos regocijarse en el Señor, es porque este regocijo en el Señor es para ellos una salvaguardia, una seguridad. Muchas veces, siguiendo la lógica natural, la tradición heredada, el pensamiento del hombre caído, sobre la base de los rudimentos de nuestra mente no renovada, creemos en un sentido contrario. Nos imaginamos que lo más seguro es ser exigentes con los santos, en cuanto a fórmulas exteriores -entiéndase, ropa, peinado, calzado, gestos…-; o restringir, aún prohibir, a los hermanos el ir a ciertos lugares, no usar ciertas palabras, repetir ciertas «fórmulas mágicas”, hacer que guarden ciertos días o que se abstengan de comer ciertos alimentos. Esto, queridos amigos y hermanos, no es lo más seguro. Esto no pasaría la prueba del fuego.
Lo más seguro para llevar una vida apartada para el Señor, sirviéndole apropiadamente como sacerdotes, victoriosos en Cristo, es ir a nuestro espíritu regenerado, contactar al Señor y disfrutarlo. Disfrutamos a Cristo cuando estamos en el espíritu, cuando invocamos Su nombre, cuando pasamos tiempo en la Palabra con oración y súplica, abriéndonos al Señor para recibir Su infusión de vida en nosotros, permitiendo así al Señor crecer en nosotros como vida. De este modo seremos regulados por Cristo como la vida divina en nosotros, guiados por ella, ocupados en ella, llenos, saturados y rebosantes de vida. Aquí alcanzaremos ese gozo inefable, y paz. En ese momento y de ese modo, estaremos seguros del mundo, del pecado, del maligno, del yo…

Todos los santos han de servir

En el libro de Efesios, capítulo 3, versículo 8 leemos: “A mí, que soy el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. ¡Qué gran patrón tenemos en Pablo! Era un hermano que permanecía en el Señor. Veía a Cristo y a sí mismo de una manera tan clara y sobria. Este versículo contienen varios puntos importantes, pero nuestra carga ahora va en dirección al Pablo sacerdote, cuyo funcionamiento en el Señor nos traía las inescrutables riquezas de Cristo.
Sabemos que en Cristo hay inescrutables riquezas, pero ¿había también esas inescrutables riquezas en Pablo para que él nos las pudiera transmitir a nosotros? Podemos hacernos otra pregunta: ¿Era Pablo un creyente tan único que Dios le confió y depositó en él todas Sus riquezas, de manera privativa, para que pudiera él pasarla a nosotros? Veamos, sí y no. Sí era un creyente excepcional. No era único en su especie ni recibió algo diferente de lo que los demás santos pueden recibir de Dios. Sí, hay inescrutables riquezas en Cristo. No, Pablo no era exclusivamente alguien que las recibía y las transmitía. Sí, Pablo era un sacerdote apropiado. No, no estaba solo en este honroso oficio.
Oremos mientras leemos este versículo. Abrámonos al Señor de una manera cabal y recibamos esta palabra en el espíritu para tener comunión con Él. Que la Palabra viviente nos vivifique. En el mismo versículo en que Pablo declara que anuncia las inescrutables riquezas, él dice ser “el más pequeño de todos los santos” y que la gracia (Ef 3:2) no era suya, ni producto de algún método muy efectivo, sino que le “fue dada”. ¡Aleluya! ¡No se goza usted?! Es maravilloso.
Todo los santos podemos recibir la misma gracia dada a Pablo. Es cierto que Pablo era el más pequeño y último de los apóstoles (1Co 15:9). El único que no anduvo con Cristo en Su ministerio terrenal, pero no era, en cuanto a su ministerio, inferior a éstos (2Co 11:5; 12:11). Recibimos la misma gracia que Pablo. Otra cosa es que no recibimos los mismos dones que él recibió.

Lo que Pablo anunciaba

Al contrario de lo que hoy nos pueda parecer, al margen de las impresiones que tengamos, el apóstol Pablo no anunciaba doctrinas, sino las inescrutables -insondables- riquezas de Cristo. Estas riquezas (Ef 1:7, 2:7) es lo que Cristo es para nosotros, como por ejemplo luz, vida, justicia y santidad y todo lo que tiene para nosotros. Además incluimos todo aquello que Él ha llevado a cabo, completado, logrado y obtenido para nosotros.
Debemos ver que Cristo no es solamente el hombre histórico que caminó por las tierras de Judea, Samaria y Galilea hace muchos años; ni siquiera es meramente el Cristo anunciado en los evangelios que entró al mundo de manera extraordinaria, vivió de forma impecable, realizó milagros, cautivó personas, controló los elementos y murió en la cruz sin merecerlo.
Necesitamos ver que Cristo hoy es más que eso, porque el proceso de Dios, que entró en la humanidad mediante la encarnación, vivió como el tabernáculo real, siendo la vida, continuó así fluyendo hasta pasar por la muerte, la resurrección, la ascensión, hasta Su regreso a los hombres como el Espíritu vivificante, el Consolador, abogado, Sumo sacerdote y Rey, todo-inclusivo, accesible, maravilloso y suficiente, para morar y mezclarse con nuestro espíritu y hacer Su hogar en nuestros corazones.
En el espíritu y con veracidad debemos adorarle y así servirle a Dios al disfrutarlo. Un sacerdote es alguien que disfruta a Cristo.

¿Por qué no?

La única razón por la que el disfrute de Cristo hoy no es nuestra principal -única- actividad es porque no vemos suficiente. Hay velos sobre nosotros. Debemos volver nuestros corazones al Señor de manera cabal, para que los velos sean quitados, y el maravilloso Cristo sea revelado a nosotros de manera fresca y nueva, le recibamos, vayamos a Su encuentro, lo contactemos, lo disfrutemos, seamos llenos de Él hasta rebosar, que sea nuestra vida y nuestro vivir, para llegar a ser nuestra expresión… y de este modo poder anunciar y ministrar Sus inescrutables riquezas a otros, en la completa seguridad de nuestro gozo en el Señor.
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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino, titulada “Estudio de cristalización de Éxodo tomo 2″, semana 12: “Un reino de sacerdotes”
  • El avance del recobro del Señor hoy, caps 1-2
  • El sacerdocio, pág 54, disponibles para leer online aquí
  • The Collected Works of Witness Lee, 1965, tomo 2, págs 455, 459 y 461
  • The Collected Works of Witness Lee, tomo 2, “Functioning in Life as Gifts Given to the Body of Christ, caps 7-8