Debemos encender las lámparas en el Santuario de Dios

Conseguir que las lámparas ardieran (Ex 27:20-21) en el tabernáculo era un servicio sacerdotal. Hacer arder las lámparas era una labor santa, en un sitio santo. Así que Dios necesitaba personas santas que hagan eso. 

Hoy los cristianos deben reunirse para ministrar Cristo a otros mediante su brillar. Esto es un servicio santo que requiere santidad. Los cristianos necesitamos un funcionar adecuado, que consiste en permanecer en nuestro espíritu, para contactar a Dios, recibir a Dios, disfrutar y experimentar a Dios, Quien es Espíritu (Juan 2:24) y ministrar Cristo a los demás. Este funcionar apropiado de todos y cada uno de los santos hará que las lámparas sigan ardiendo en el santuario (Lc 11:33) hoy, que es la iglesia.

Espíritu y vida

Es crucial que los cristianos entendamos la tipología («las lámparas ardiendo son un tipo de…»), en lugar de conocer sólo el hecho antiguotestamentario («las lámparas ardían de este modo y…»). La tipología nos indica el significado espiritual y la aplicación en nuestra experiencia. Esto es muy práctico. Solamente tener la información no nos ayuda mucho, serían datos en nuestra mente, como cuando aprendemos el ancho del Atlántico en kilómetros por el ecuador.

Letra y Espíritu

No es lo mismo tener la letra, como si las Escrituras fueran un compendio de relatos históricos, un anecdotario o una colección de poesía, que tener la comunión divina a partir de nuestra lectura de la Biblia. En el caso de leer la Biblia usando nuestra mente como un libro de texto o un periódico, el resultado, en el mejor de los casos la adquisición de muchos datos, en el peor de los casos muerte espiritual; sin embargo en cuanto a tomar (recibir) las Escrituras apropiadamente, mientras tenemos comunión con el Señor en nuestro espíritu, el resultado será revelación, vida y edificación. Seremos avivados y también retendremos la información, sólo que de manera adecuada.

La Palabra de Dios proviene de Dios. La Palabra de Dios es primordialmente Espíritu y vida. Eso es lo que necesitamos recibir mientras leemos y estudiamos, mientras nos familiarizamos con los hechos de la Biblia. La herramienta que los creyentes deben usar para tomar y asimilar la Palabra con provecho -creciendo en vida y siendo edificados- es su espíritu. Por supuesto que la mente debe ser usada, pero el entorno es el Espíritu, el Espíritu de nuestra mente ().

Funcionar

Necesitamos funcionar en la reunión de la iglesia. ¡Seamos aquellos que ministran a Cristo! ¿Cómo? Hemos de ir a Él habitualmente, recibirlo para ser llenos de Él, y luego poder expresarlo. Si el Señor llega a ser nuestra vida y nuestro vivir, Él será nuestra expresión. Esta es la vida cristiana normal, la que vivimos con Cristo, mediante Cristo y para Cristo, en nuestro espíritu regenerado, para ministrar Cristo a otros. Esta es la vida de un sacerdote auténtico. Entiendo que la vida cristiana normal no es la vida cristiana habitual hoy. Aquí hemos de separar lo habitual de lo que es normal, desde la perspectiva divina.

¿Qué expresamos?

Es seguro que siempre expresaremos algo, aunque también es posible que esta expresión sea nuestro conocimiento o alguna idea propia. En ambos casos nos estaríamos expresando a nosotros mismos. Nosotros estaríamos muy crecidos y el Señor completamente menguado. Este tipo de expresión -la expresión propia, sin Cristo- equivale a que las lámparas del santuario estén apagadas mientras nosotros introducidos en la tienda de reunión una antorcha construida por nosotros.

Cuando nos reunimos, hemos de llevar algo. Este es el principio que encontramos en 1 Corintios 14. Siempre llevar algo. ¿Algo? Sí, hemos de llevar aquello que de Dios hemos recibido en nuestro tiempo personal con Él. Ninguna otra cosa es permitida. Veamos: La diferencia entre la luz apropiada de la las lámparas que arden -Cristo brillando en nosotros- y todo lo demás -la expresión de cualquier otra cosa- es absoluta, completa, total. Si lo que llevamos es Cristo, esa es la luz adecuada.

Como sacerdotes que somos debemos ministrar a Cristo. Él, como el Espíritu, está en nuestro espíritu. Debemos contactarlo, disfrutarlo, tomarlo, aplicarlo, ser llenos de Él, entonces algo, queridos hermanos y amigos, será producido en nosotros. Algo fluirá. Este fluir como una fuente de agua de vida, es la luz de la vida. Si estamos llenos de Cristo, como sacerdotes que laboran de manera apropiada, es decir, como creyentes que funcionan, entonces brillaremos.

Estaremos manteniendo la lámpara de nuestro espíritu llena de aceite y brillando. Entonces la reunión brillará. ¡Aleluya! Seremos luminares (Filipenses 2:15) y la iglesia será un candelero (Ap 1:20) con lámparas que brillan, muchas lámparas que brillan.

Orar, cantar, alabar, proclamar, profetizar…

Todos los santos debemos practicar orar, cantar, alabar y profetizar (hablar de parte de Dios, compartir aquello que hemos recibido de Dios) en las reuniones para «que la luz santa ascienda.»

Un sacerdote es alguien que está absolutamente dedicado a Dios y completamente poseído por Dios (1P 2:5, 9). Dios necesita personas santas que enciendan la lámparas santas en el Lugar Santo (Ex 27:20-21; 30:7-8).

Cuando estamos apartados para Dios y permanecemos en Él, llenos de Él y revestidos con Él, seremos aquellos que encienden las lámparas. Entonces todas nuestras acciones serán “encendedores de lámparas”. Cuando cantamos, encendemos la lámpara porque emitimos la luz de la vida que experimentamos y vivimos. Cuando hablamos la Palabra, la luz es emitida. Alabamos al Señor y lo estamos expresando como luz. Esta luz es santa, es Dios mismo brillando (Jn 1:9; 1 Jn 1:5; Ap 21:23-24a).

Laboremos en la Palabra con oración. Dediquemos tiempo a permanecer en la comunión divina para que el Señor pueda saturarnos y espontáneamente fluir de nosotros. De este modo lo expresaremos. Si no expresamos a Cristo no habrá luz en la reunión. La luz es más intensa cuando todos llevamos lo que el Señor nos ha entregado al ministrarle. Si llevamos nuestro rebosar de Cristo, la luz ascenderá y Dios será satisfecho.

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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
  • Estudio-vida de Éxodo, pág 1278-1280, 1268-1269
  • Estudio-vida de Éxodo, mens. 114-115

Los que encienden las lámparas en el Tabernáculo de Dios

Habíamos compartido acerca de hacer arder las lámparas en el santuario de Dios. Este es un servicio sacerdotal (Ex 27:20-21). Sólo los sacerdotes podían hacer eso. Que la luz de las lámparas subiera representa la manera en que los cristianos deben reunirse, ya que el Tabernáculo, la Tienda de Reunión, que contenía las lámparas en el Lugar Santo, era el lugar de encuentro de Dios con Su pueblo y donde se encontraba el hablar de Dios (Lv 1:1), y es un tipo de la iglesia, porque ella es el lugar donde Dios habla hoy, y donde Dios y el hombre están reunidos. No me refiero a un edificio físico sino a los creyentes corporativamente hablando.

Por otro lado, esta iluminación indica la manera apropiada en que los cristianos deben reunirse. La manera es emitir luz (Lc 11:33). En la reunión todo cuanto hagamos -orar, canta, alabar y profetizar (no productivamente, sino hablar de parte de Dios, ver 1Co 14:26) deberá hacer que la luz ascienda. Este iluminar es el patrón. No se trata de ningún asunto externo ni táctica de organización humana.

Personas santas, lámparas santas en el Lugar Santo

Por todo ello es necesario -hoy probablemente más que nunca antes- que las lámparas sean encendidas por personas santas, para brillar. Estas son las lámparas santas en el Lugar Santo (Ex 27:20-21; 30:7-8). Aquellos que encienden las lámparas hoy y brillan son personas santas.

Los creyentes

Los sacerdotes son necesarios para producir este brillar, esta luz. ¿De qué tipo de creyente hablamos, que se necesitan para brillar y hacer brillar? Personas redimidas por la sangre del Cordero, que estén absolutamente poseídas por Dios (1P 2:5), que vivan completamente para Dios y estén disponibles de manera completa para Dios. Su único interés debe ser Dios (Ap 1:6; 5:9-10). Todas sus acciones, movimientos, tiempo, posesiones y todo deben estar en Dios.

Hablamos de personas que vivan de acuerdo a su espíritu regenerado, guiados y dirigidos por Dios. Hermanos y hermanas que estén llenos de Dios, plenamente identificados con Dios en Cristo. Deben comer, vivir, respirar y ser dentro del mezclar de vida, en su espíritu. Personas cuya vida es Dios, cuyo vivir es Dios y que Su expresión es Dios. Estos representan adecuadamente a Dios porque ejercen el dominio de Dios al permanecer espontáneamente bajo la autoridad de Dios. Decimos que son uno con Dios. Son apartados y llenos de Dios, es decir, consagrados a Dios de modo total.

Aquel que enciende la lámpara debe estar saturado de Dios, constituido por Dios y aún rebosante de Dios. Debe estar dedicada a Él, y Él debe ser el todo de esta persona. En la práctica, todo lo que esa persona haga o diga equivale a encender las lámparas. Estos son los sacerdotes santos que componen el sacerdocio santo. Cuando los sacerdotes santos, hermanos y hermanas, hablan en la reunión, la luz asciende y el santuario se llena de luz (1Co 14:19; Mt 5:15-16; Mr 4:21).

Todos los creyentes, es decir, todos aquellos que han nacido de nuevo del Espíritu, poseen la vida de Dios en su espíritu. La entrada al sacerdocio es este nacimiento. Todos los santos deben ser los que enciendan la luz de las lámparas y brillen en la reunión. Para ello nos gustaría, brevemente, sugerir una pauta quíntuple, que es algo muy práctico. No es algo completo, sino más bien un camino inicial.

Necesitamos ser aquellos que van al espíritu -aún que permanecen, viven allí y actúan de acuerdo a nuestro espíritu-, para disfrutar al Señor y ser llenos de Él hasta rebosar. Debemos ser constituidos con el Señor mismo como la realidad de Dios en nosotros, hasta ser constituidos por Él, a ser aquellos que pertenecen en Su Palabra, en la comunión de la vida. Necesitamos recibir una visión acerca de Su propósito, Su mover y Su anhelo. Una visión que nos regule y nos controle, la visión de la economía neotestamentaria de Dios, para la edificación de Su morada. Debemos funcionar apropiadamente en las reuniones de la iglesia, ejercitando nuestro espíritu al hablar de parte de Dios, cantar a Dios, proclamar a Dios, alabarlo… según 1Co 14:26.

Todos creceremos en la vida divina si permanecemos abiertos al infundir y al impartir de Dios. Dios necesita, no solamente, que nazcamos de nuevo, sino que maduremos. Necesitamos ser aquellos que sirven en el espíritu al adorar a Dios allí (Ro1:9) permanentemente y con veracidad (Jn 2:24). ¡Si todos llegamos a la estatura de la plenitud de Cristo, la edificación será consumada!

Dios necesita hombres santos que enciendan las lámparas santas en el Lugar Santo. Ese es Su testimonio. ¡Amén!

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Ref:
  • La palabra santa para el avivamiento matutino”, titulado “El recobro del sacerdocio con miras al edificio de Dios”, semana 4, “Hacer arder las lámparas y quemar el incienso”
  • Estudio-vida de Éxodo, pág 1269, 1272-1274
  • Libro «El sacerdocio», cap 16
  • The Priesthood and God’s Building, cap 10