El capítulo tres de 1 Timoteo comienza con las disposiciones prácticas con respecto a los que vigilan sobre los santos y las iglesias, los hermanos que toman la delantera en la oración, la enseñanza y la administración en las iglesias. Todo cuanto aparece en los primeros 14 versículos está sustentado, explicado y fundamentado en los últimos dos versículos (1 Ti 3:15-16).
Nos tendría ningún sentido el comienzo del capítulo sin el segundo. Sin los versículos 15 y 16 el capítulo estaría no sólo incompleto sino vacío. Tendría el exterior pero no la esencia, la consecuencia pero no la causa, lo exterior pero no lo interior, la forma pero no el contenido.
Si no tenemos la revelación de la iglesia como casa de Dios, como columna y fundamento de la verdad y como manifestación de Dios en la carne: si no vemos que Dios habita en Su familia o que su familia son sus creyentes, entonces las disposiciones mencionadas por el apóstol carecerían de realidad y se reducirían a meras instrucciones éticas. Sin la redención Dios para nosotros por Su mucha misericordia, sin Dios en nosotros como el Espíritu que imparte vida y sin el lavamiento de la regeneración no podemos ser hechos hijos de Dios, familia de Dios. Sin Su familia donde morar, como Su habitación preciosa y única, no pudiera ser manifestada la divinidad en la humanidad. Sin la revelación grande, misteriosa, maravillosa y excelente de Dios en el hombre y el hombre en Dios, lo que leemos en los primeros catorce versículos sería vano, sólo religión. ¡Señor, danos una revelación! ¡Cuánto necesitamos que nos des una revelación!
La piedad, según el contexto es no solamente la devoción a las cosas santas, lo que es algo superficial, no por carecer de importancia sino por su carácter exterior. Es además, y de manera principal algo relacionado con la experiencia de Dios como vida.
Cuando Dios viene a vivir en la iglesia, no viene carente de lo que Él es, o sólo parte de lo que Él es. Todo Su ser viene a morar en nosotros como iglesia. Dios, con Su naturaleza, Su vida, Su autoridad, Su santidad, siendo Dios, siendo hombre… conviven en Él como parte indisoluble de lo que Él es. Así que piedad es vivir a Dios en la iglesia y como iglesia, y este es nuestro testimonio, nuestra confesión y nuestro discurso, Dios en nosotros, experimentado por nosotros, visto y conocido por nosotros, vivido por nosotros, servido por nosotros, hablado por nosotros y mostrado, expresado por nosotros. ¡Oh, Señor, cuánto te amamos! ¡Cuánto Te apreciamos y apreciamos lo que eres y haces! ¡Danos una revelación! ¡Nos abrimos y ofrecemos a Ti una vez más! ¡Revélate a nosotros para vivirte de manera auténtica y seas manifestado en nosotros para que seamos Tu manifestación apropiada. ¡Que haya entre nosotros una piedad escritural, apropiada y genuina que Te satisfaga! ¡Amén!
Referencia: Estudio-vida de 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón, mensaje 1